El oro y el mito
En pleno siglo XXI se ha encontrado una tribu de homínidos que, desde sus tiempos primitivos, venera un objeto completamente inútil para su subsistencia, le ha otorgado categoría divina y basa su organización económica alrededor de su adoración. La tribu es la especie humana y el elemento en cuestión es el oro.
La aureola (permítanme la humorada) que rodea al oro va más allá de sus propias cualidades y está relacionada con el estado sagrado y el valor simbólico que mitos y asuntos religiosos fueron construyendo a su alrededor.
En el desarrollo de nuestra civilización (otra humorada, una manera simpática de llamarnos) las innovaciones tecnológicas de importancia dieron lugar a las edades de piedra, de bronce y de hierro. No hubo edad del oro porque no sirve para nada útil, no sirve para hacer herramientas de labor ni armas –hasta el barro cocido tiene más aplicaciones– lo cual no fue obstáculo alguno para que haya ocupado el primer lugar como objeto de deseo y codicia desde el fondo de los tiempos y lo continúe ocupando.
En la India y China antiguas se lo asoció con la inmortalidad –que es lo que en verdad nos fascina– y de allí en adelante siguió su camino arrasador, desparramándose como un virus, asociado a la perfección de la naturaleza a partir de su maleabilidad, su carácter inoxidable y su brillo.
Ese camino tuvo algunos hitos de importancia. Uno fundamental fue su consagración como valor de intercambio de bienes: unos pequeños discos de oro se aceptaron como elemento de cambio. Había nacido la moneda metálica que más adelante y por razones prácticas fue reemplazada por el papel moneda… con respaldo metálico en oro por parte de sus emisores.
El primero en develar públicamente que el respaldo en oro de la moneda era un mito, una falacia, el producto de una transposición de lo sagrado a lo profano, fue el Primer Ministro Soviético Nikita Kruschev (1894-1971) cuando, obligado por EEUU a pagar con oro de sus reservas una importación de cereales, para hacer frente a una crisis provocada por dos años de sequía, dijo:
– ¿Saben lo que van a hacer en el futuro con el oro?
Inodoros. Inodoros de oro.
Poco tiempo después, en 1964, dejaba su cargo.
Su colega de los EEUU, Richard Nixon, acosado por otra crisis económica tomó en 1971 una decisión crucial, que también hablaba del embuste alrededor de la moneda: desligó al dólar del patrón oro, al que se habían comprometido en numerosos tratados internacionales.
Poco tiempo después, en 1974, dejaba su cargo.
Hoy el truco ha quedado develado y sabemos que lo que respalda al dólar de EEUU como moneda internacional no son las toneladas de oro que tiene el tesoro, sino los kilotones de sus ojivas atómicas y los misiles del arsenal nuclear con que amenazan a los países a los que saquean sus recursos y tienen en vilo al resto del mundo.
El oro nos acompaña en muchas leyendas y mitos que transmiten saberes antiguos y, por qué no decirlo, estructuras de dominación y sometimiento que se instalan en nuestro inconsciente y en el imaginario social.
Nos reímos de los adoradores de tótems y fetiches, pero el destino político de Nixon y Kruschev luego de su actitud sacrílega, ¿no nos hace pensar que los fantasmas existen, a pesar de no creer en ellos? O es que, como dice M. Eliade, “El valor simbólico primordial del oro no ha podido jamás ser abolido, a pesar de la desacralización progresiva de la Naturaleza y de la existencia humana.”
Cuando luego de algunas reflexiones llegamos a estos puntos de contradicción en que no sabemos qué hacer, no nos queda otro camino que ponerle intuición y olfato a nuestras conclusiones. Mirar, por ejemplo, a quienes tienen estrategias exitosas para abordar estas cuestiones y en ese sentido nadie supera a los avestruces. El avestruz, como individuo y como especie ha sobrevivido a las mayores catástrofes –es un descendiente de los dinosaurios– y todavía anda por este mundo vivito y coleando. Si ellos se deslumbran por una monedita o un trocito de cualquier cosa que brille como el oro, al punto de tragarlo, ¿por qué no podemos nosotros tratar de continuar imitándolos?
FIN
Acerca de la relación del oro con la inmortalidad y con el manejo del tiempo se puede ver el artículo de M. Eliade: El oro y la inmortalidad.
En la foto de abajo el misil Peacekeeper (¿¡!?) capaz de llevar 10 ojivas nucleares.