viernes, 21 de marzo de 2014

El sentido de las agujas del reloj

Convención
El sentido de las agujas del reloj

¡Ahijuna con las convenciones!
La palabra tiene varios significados. Algunos que podemos reunir atrás de la idea de acuerdo para hacer o aceptar algo y otros relacionados con Asambleas o Reuniones de partes para discutir programas o condiciones, casi siempre originados en desacuerdos.
Hay convenciones de todo tipo que forman parte de nuestras vidas sin que hayamos hecho nada por adoptarlas o ahuyentarlas. Muchas se originan en costumbres que se han ido arraigando, otras en la comodidad o simplemente en la conveniencia. El asunto es que están allí y vinieron para quedarse.

Una de las que más me intrigaron, quizás por unos problemas de lateralidad que arrastro desde la adolescencia, es el sentido de las aguas del reloj. ¿Qué sentido tiene que las agujas del reloj giren en ese sentido? ¿A quién se le ocurrió hacer girar las agujas del reloj para ese lado y no para el otro?
Hace poco me topé con la respuesta: cuando los artesanos empezaron a hacer los primeros relojes con agujas y engranajes se encontraron con la disyuntiva y adoptaron el mismo sentido en que avanzaban las horas en los relojes de sol.


Esto nos dice un par de cosas más sobre el punto: esos relojeros vivían en el hemisferio norte. Si hubieran vivido por estos pagos, las cosas hubieran sido exactamente al revés. También nos dice que ese mismo sentido -al que se lo  llamó “derecho”- se utilizó en las roscas de los tornillos y en el disco de los teléfonos. A las roscas cuyos filetes avanzan girando en el otro sentido se las llama “izquierdas”.
Otra cosa de la que nos habla esta convención es que, si esto le ha parecido interesante, usted está (lo siento mucho) con demasiados años encima. Los niños actuales no usan relojes de aguja y desconocen por completo la existencia de teléfonos con dial giratorio como pueden ver y divertirse buscando en Youtube: kids react rotary pones.


Como todo debe finalizar voy a terminar esto, sin dejar de notar que hacerlo también es una convención. Las convenciones son construcciones arbitrarias o abstractas, la única concreta que conozco es la calle Convención de la ciudad de Montevideo, lo cual me da una oportunidad de saludar cordialmente a los amigos uruguayos de esta página. ¡Salud!
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viernes, 14 de marzo de 2014

De mi barrio


Dios los cría y ellos se juntan.
Escritores y artistas han coincidido en tiempos y lugares agrupándose en pequeños vecindarios en los que la suma de talentos reunidos resulta increíble. Eso pensaba cuando leí, en la sorprendente La Cueva de Susana, Mujeres de la Rive Gauche: Gertrude Stein (el enlace abajo).
La casa del 27 Rue des Fleures de París fue el lugar de reunión de Zelda y F. Scott Fitzgerald, Matisse, Picasso, Braque, Gaugin, Hemingway, Ezra Pound, John Dos Passos entre muchos otros. Estaba ubicada en el medio entre Saint Germain des Prés y Momparnasse, los dos barrios donde se concentraron los intelectuales en la primera mitad del siglo XX (hasta el mismo Lenin jugaba al ajedrez en la zona, en la Closerie des Lilas).

Tiempo antes, en el 1800, el punto de moda estaba en un barrio del otro lado del Sena: Marais. El centro de esta zona es la Plaza de los Vosgos (Place des Vosges) donde vivió Víctor Hugo y entre los vecinos estuvieron Teófilo Gautier y Alphonse Daudet. Las modas duraban un poco más en aquellos tiempos, un par de siglos antes paraban por  allí el cardenal Richellieu y una vecina inquietante: Madame de Sévigné.

Si de concentración hablamos, difícil es batir la marca del Barrio de las Letras de Madrid. En pleno Siglo de Oro, en un radio de 200 metros coincidieron Lope de Vega, Quevedo, Góngora y Cervantes. La Real Academia y la Comunidad de Madrid auspician Letras y espadas un paseo teatralizado donde, acompañados por actores vestidos de época, se realiza un recorrido por el antiguo barrio. Parte y regresa desde la casa Museo Lope de Vega que administra y gestiona la que lustra y da esplendor (No, el pul-oil no. La de las letras). Averigüen días y horarios si van a Madrid.

Decía que parecía imbatible la marca de los madrileños pero “siempre encuentra aquel que teje otro mejor tejedor” (Martín Fierro). Hay un lugar donde la concentración y la cercanía es superlativa. La lista de los nombres causa verdadera impresión: Alfredo de Musset, Chopin, Colette, Beaucharmais, Proust, Vallejo, Benjamín Constant, Moliere -uno de los primeros ocupantes- , Wilde, Baudelaire, la misma Gertrude Stein y hasta Abelardo y Eloísa. Es el cementerio Père-Lachaise de Montmatre.
La compañía parece de excepción pero -uno se encariña con lo conocido- prefiero el aire de acá.




Esta entrada está dedicada a mi amiga Norma Gregori, que hace una versión maravillosa del tango De mi barrio.
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lunes, 10 de marzo de 2014

Apu


En 1955 el director indio Satyajit Ray presentó su película Pather Panchali (La canción del camino) sobre la historia de una familia pobre de brahmanes en un pueblo de Bengala. La película tuvo gran difusión en occidente y fue para todos nosotros la representación de la República de la India.


La saga familiar continuó con Aparajito (El invencible) y Apur Sansar  (El mundo de Apu), de 1959, completando lo que el autor llamó: trilogía de Apu.
La filmación de la primera tuvo un sinfín de dificultades. Se trataba de la adaptación por un desconocido de una novela bengalí de gran popularidad, pero a poco de su estreno tuvo tal aceptación que fue seleccionada para el Festival de Cannes y convirtió a su director en una celebridad y al autor de la música, Ravi Shankar, en otra.
En la primera nace Apu, hijo de Harihari –el padre sacerdote– y Sarbojaya, la madre. En la segunda Apu se convierte en un estudiante brillante a pesar de la pobreza agravada por la muerte del padre. En la última es Apu el que se casa y su esposa Aparna muere durante el parto de su hijo.
Apu es el gran maestro de la ceremonia, el personaje central en cuyo derredor se van enlazando todos los acontecimientos de la vida.

Matt Groening tomó de allí el nombre Apu para su arquetipo de inmigrante indio en EEUU, el simpático dueño del supermercado donde la familia Simpson hace sus compras. A lo que podríamos agregar una serie de precisas y delicadas puntualizaciones del guión como la aplicación exagerada al trabajo, su fe hindú, la adoración a Ganesha, el matrimonio concertado con su esposa Manjula y, especialmente, esa tonada característica para su pronunciación del inglés que redondean la composición de un personaje entrañable de la serie.
Para nosotros los argentinos resulta sorprendente que muchas de las características dadas al personaje de Apu podamos trasladarlas a los inmigrantes chinos y coreanos que son, mayoritariamente, los propietarios de los supermercados de barrio por estos pagos, nuestros equivalentes al kwik-e mart que atiende Apu en Springfield. La diferencia principal radica en que, en su mayoría, las dependientes a cargo de estos mercados en la Argentina son mujeres (como Flor de Li, la coreana que con tanto talento interpretaba Juana Molina en la televisión).

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jueves, 6 de marzo de 2014

Historia estúpida de la literatura


El libro es un festín humorístico que reúne artículos donde Enrique Gallud Jardiel toma en solfa desde los clásicos de la literatura universal hasta los talleres literarios con una parada especial en los suplementos culturales de los diarios.
Tras el anunciado propósito de demoler el templo de la literatura va arrojando su mirada irónica con tanto amor que acaba construyendo una deliciosa campana protectora a su alrededor. Es que el humor transmuta el vitriolo en ambrosía, los dardos en flechas de Cupido y la risa todo lo cura y hace soportable.

Lo difícil del libro es decidir el lugar que merece. Uno posible es el baño, dado que los artículos son cortos, se pueden leer al azar y la risa colabora de manera increíble en nuestras tareas. Otro es la mesa de luz, pues ayuda a combatir el insomnio y mantener la intriga en la pareja (cuando su compañero la observe dormir con una sonrisa.) No lo recomiendo para equilibrar la pata corta de la mesa dado que, sin ser muy largo, sus 160 páginas no lo hacen práctico para eso. Si las dudas continúan, póngalo en la biblioteca cerca de esos que han terminado siendo sus amigos queridos.

Los absurdos y disparatados trabajos están agrupados en cuatro secciones: ensayos de crítica más que menos irreverentes (Los bolsillos de Robinson Crusoe y La misoginia del bolero, entre otros) reseñas falsas (La Ilíada, Hamlet, El nombre de la rosa, etc.), burlas a los talleres de escritura y, lo mejor para mí (a lo mejor mañana cambio de opinión), unas parodias y textos apócrifos de clásicos del Siglo de Oro y de Galdós, Cortázar, etc.

El camino más corto para encontrarse con el libro es comprarlo pero, por si usted no viviera en España o cualquier otra circunstancia se interpusiera voy a hacer dos cosas: elegir unos fragmentos y poner un enlace a HUMORADAS, el Blog del autor, donde con paciencia podrá encontrar algunos de ellos.

Alonso de Ercilla
La araucana

Dijo Valdivia: «Ínclitos hispanos,
honra y orgullo de cualquier milicia:
me pesa, porque os quiero como a hermanos,
tener que daros una cruel noticia;
en nuestra guerra con los araucanos
variará nuestra dieta alimenticia
y habremos de ser parcos como ascetas
porque se han acabado las galletas.»


FICCIÓN AL DESNUDO
Poco y erróneo se ha dicho sobre la inmensa galería de personajes que pueblan esa cosa imprecisa que es la literatura universal. Se impone un destripamiento objetivo de toda la galería de personajes literarios, aunque empezaremos por unos pocos, para no cansarnos.

D’Artagnan era tan tímido que se sumó a los tres mosqueteros y les siguieron llamando «los tres mosqueteros»

Sancho Panza era enormemente cretino. Porque don Quijote hacía de caballero andante porque estaba loco. Pero Panza no estaba loco y también se marchó con él, así es que díganme qué otra explicación le encuentran.

A Godot le robaban frecuentemente el reloj y por eso llegaba siempre
tarde a todas partes o no llegaba en absoluto.


Más en:
http://humoradas.blogspot.com.ar/
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domingo, 2 de marzo de 2014

Forzudos

Zampanó, Maciste, Charles Atlas, Lotario


Questa  catena, di ferro crudo, più forte dell’accaio… saco pecho y fanfarroneo al menos una vez por verano, en malla y tomando sol durante las vacaciones. Los que conocen a qué alude la frase se ríen con la humorada y los que no, miran sin comprender.
La decía Zampanò (Anthony Quinn), el artista ambulante de La strada (F. Fellini, 1957), cuando hacía su rutina de forzudo y rompía unas cadenas que le rodeaban el pecho con la fuerza de sus poderosos músculos.


Hace ya unos años, Hugo Martínez, un amigo y compañero de estudios  traía a las conversaciones a su propio forzudo: Maciste.  Fue recién la semana pasada, leyendo Piazza d’Italia de Antonio Tabucchi, cuando encontré al verdadero Maciste: un esclavo gigantón que junto al romano Fulvio rescataban a la noble y joven Cabiria de manos de los cartagineses en la película Cabiria. Filmada en 1914, alentaba las fantasías imperiales de los italianos y fue la primera en iniciar las superproducciones históricas que siguieron con El nacimiento de una nación (EEUU, 1915, D.W. Griffith) y continuaron de moda hasta hace poco.
El personaje fue interpretado por Bartolomeo Pagano, un estibador portuario, que se hizo muy famoso y terminó siendo lo más recordado del film.


En nuestra adolescencia, algún amigo se ponía en pose, endurecía su escuálida figura y decía: -Yo también fui un alfeñique. Con la muletilla dicha, cualquier flaco se adelantaba a la cargada de los amigos en los 50, 60 y 70.
Era el Leit-motiv de las propagandas del curso de físico-culturismo de Charles Atlas, apodo de un italiano que se mudó a EEUU y, para superar el sentimiento de inferioridad por su poco desarrollo corporal, se hizo adicto al gimnasio en Brooklyn donde seguía el método Swoboda que se vendía por correo. Llegó a tener una musculatura considerable y ser millonario, fruto del éxito mundial de su propio método cuyos avisos aparecían en historietas y se vendían por correo. Se llamaba Angelo Siciliano, había nacido en Calabria y el seudónimo lo tomó del titán Atlas, a cuya estatua decían que se parecía.


Esto de las historietas me ha traído la imagen de otro forzudo: el grandote Lothar, ayudante de Mandrake, el mago. En algunas traducciones lo llamaban Lotario y nos reíamos de él por dos motivos: por las supuestas relaciones homosexuales que le atribuíamos a él con su jefe y por las resonancias de su nombre con la palabra otario, usada en nuestro lunfardo como sinónimo de tonto.
La serie podría continuar con otros musculosos que dan vueltas por mi cabeza, pero vamos a terminar aquí. No vaya ser que venga Hércules a reclamar su lugar y pretenda forzar las cosas.
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