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Gloria
Si hago abstracción del perro, los encuentros con Gloria eran lo más parecido a un recreo en el paraíso. Desde la primera vez que nos cruzamos hubo una atracción muy fuerte entre nosotros, tan grande por mi parte como para que me olvidara por completo del desgraciado.
Como me las rebusco con el tema del gas, le ofrecí ir a su departamento para hacerle un
service al calefactor. Cuando terminé, fuimos directamente al dormitorio. Todo transcurrió cálido y amoroso; nos perdimos por completo en tiernas delicias, tanto que ni escuché los ladridos incesantes de Tom, sus rasguños y los golpes al picaporte.
“¿Viste por qué cerré la puerta con llave? Es muy celoso.”, me dijo cuando, ya calmados, volvimos a la realidad y se levantó para abrirle.
Volví a casa envuelto en una nube. Contento y alegre, con algunos sentimientos contradictorios.
Con ella todo era juego y atracción, con Tom las cosas fueron de mal en peor. Me odió desde el primer día. Debiera decir: nos odiamos. Me sacaba de las casillas mostrándome los dientes y gruñendo, siempre entre la antipatía y la amenaza.
Jamás me hubiera enganchado con una mina con perro, pero Gloria bien valía un forzado aumento del nivel de aguante y un poco de tolerancia. Tom era un perro de la calle, cruza de ovejero, mediano, flaco, turro como él sólo; pero que bien mirado podía servir para todo y para nada a la vez, un poco para custodia y otro de compañía.
Nunca me gustaron los perros, pero cuando lo del flechazo, le conté el diálogo de
Manhattan, ese en el que Woody Allen trata de seducir a Diane Keaton:
- ¿Qué tipo de perro tenés?
- Un salchicha, para mí es un sustituto del pene.
- En ese caso deberías tener un gran danés.Fue tan efectivo como en la película, su sonrisa me lo hizo saber: los dos queríamos lo mismo.
Desde chico, casi sin darme cuenta, fui desarrollando una obsesión con las mascotas. Con las mascotas y con sus dueños, porque lo primero que percibí, es que hay una especie de simbiosis entre ellos. Más allá del conocido asunto del parecido entre unos y otros, la relación amo-esclavo se alterna a tal punto que a veces se me hace difícil saber con cuál de los dos estoy hablando, cuál es el que me provoca el mayor enojo. Desconfío de los dueños de perros, gatos y de todo tipo de mascotas.
“Hay algo escondido en la elección de la mascota y el vínculo es claramente un desplazamiento o sublimación de impulsos y pulsiones inconfesables” escuché decir una vez a una psicoanalista y de inmediato sentí como una iluminación en mis pensamientos.
Estaba muy claro: los poseedores de gatos de angora, por ejemplo, son admiradores de la nobleza. Lo mismo los que tienen perros de raza, están a mitad de camino entre el racismo y las nostalgias monárquicas. Los dos son una basura.
La que recoge perros por la calle está tratando de decirnos que es más abnegada que la Madre Teresa. A mí no me jode, seguro que no visita jamás a la única tía viva que tiene y está postrada en cama desde hace tres meses.
Y esas inmundas que toquetean a los indefensos animalitos en confusas maniobras masturbatorias son, sin duda, pederastas potenciales y perversas reprimidas. He visto a una loca que le limpia el culo al perro después que el desgraciado hace lo suyo y también las he visto dándose besos en la boca y compartiendo la comida.
Me sacan de quicio los dueños de
cocker spaniels o dálmatas. Los primeros, porque sólo un boludo muy grande puede tener un perro tan boludo y los segundos, porque son la viva imagen del colonizado que, además, seguramente, lleva a sus hijos de vacaciones a Disneylandia. Los odio.
Todos son unos agresivos de mierda, que pasan llevando sus perros con aire de superioridad, haciéndose los distraídos, mientras los bichos mean y cagan por todos lados y ellos miran hacia el infinito con cara de nada.
Cuando me cruzo con esos que se pasean con sus amenazantes
pit-bulls, dogos argentinos o
rottweilers, me asaltan la fantasía y el deseo de que se les vuelvan contra, los desconozcan, los ataquen y los destrocen. Les tengo tanto terror como a sus animales, estoy convencido de que son asesinos en potencia, matones o pato vicas en horas de descanso. Son resabios del caníbal que fuimos, nos atemorizan con los dientes de sus perros para que no veamos los suyos.
Buscando el lado positivo de estas inquietudes hace más de seis meses tomé la decisión de ampliar la empresa agregando una nueva línea de productos: fabricar repelentes y preparados más potentes de los que usamos en
Fumicontrol, apuntar a bichos más grandes y sumarlos a nuestros habituales insecticidas y venenos para insectos y cucarachas. Estoy convencido de que hay un nicho comercial interesante: son muchas las personas que se molestan con tantas mascotas dando vueltas y quisieran mantenerlas a raya. Y la prueba está en que el negocio está caminando cada día mejor.
Las cosas con Gloria anduvieron bastante bien, salvo lo de Tom. Nunca pude salir del lugar del intruso y el muy guacho se afirmó en el de titular. Se fue convirtiendo en la piedra de la discordia y creo que nadie hubiera resistido esa situación, así que decidí probar con él uno de los desarrollos que íbamos a comercializar. Lo preparé especialmente, con una dosis un poco más alta, con apariencia de golosina para
pets. No sé si ella vio cuando le puse toda la bolsita en el comedero, pero el cretino entró como un caballo y las empezó a manducar lo más tranquilo.
–Por fin. Ya era hora de que te ocuparas un poco de él.
–Una golosina, –contesté mecánicamente.
Con sus propias manos agarró unos trocitos, quizá de curiosa al verlo entusiasmado, y se los llevó a la boca. No tuve valor para advertírselo porque no me lo hubiera perdonado.
Fernando Terreno
Junio de 2010
Esta es la entrada número trescientos de La Pulpera, un buen motivo para festejar con todos los amigos y agradecer la compañía.