Espectros, 1881, pieza teatral de Henrik Ibsen, (1828-1906).
La mala
sed , 1920, pieza teatral de Samuel Eichelbaum, (1894-1967).
Pájaro de barro , 1940, pieza teatral de Samuel
Eichelbaum, (1894-1967).
La relación entre las dos primeras la señaló María
Araceli Laurence en su tesis: “La emergencia del drama moderno en la
dramaturgia de Buenos Aires 1900-1930”. Allí estudia la amplia influencia de
Ibsen y Strimberg en nuestro país. He agregado la otra, porque me parece que
cierra con buen ajuste la adaptación temática.
Las obras coinciden en que las cosas ocultas
por diferentes mecanismos: por hipocresía, por doble moral, por motivos
religiosos, herencia o simple resignación; impiden el goce de vivir y la
realización plena de las personas, terminando en sufrimientos y muerte.
También reflexionan sobre si hay un destino
inexorable del que es imposible escapar o es la persistencia en la repetición
del pasado lo que impide que encontremos nuevos y mejores caminos de
emancipación y realización personal.
En las tres hay un dúo de mujeres
protagonistas: la Señora Alving y Regine, María Elena y Elsa (podríamos sumar a
Esther), Doña Pilar y Felipa.
Creo que allí está todo el feminismo de
Ibsen, porque en su empeño en equilibrar los personajes no siempre las deja
bien paradas.
La maestría de los autores surge en todo
momento y lo que más me ha impresionado es que ambos han conseguido crear un habla/lengua
para cada personaje que, con el paso del tiempo, adoptamos como natural. Las burguesas
y las criadas de los fiordos noruegos y de las pampas argentinas hablamos así… ¡medio
siglo después! Ese milagro de credibilidad sólo lo logran los grandes.
Espectros tiene tres actos y dura un
día desde la mañana hasta el amanecer del siguiente. La viuda Alving vive sola
con su criada Regine en el pueblo de Rosenvold. Recibe a su hijo artista, Osvald
-a quien envió a Paris cuando tenía 7 años- y al Pastor Manders, para la inauguración
de un Hogar para mayores que ha construido en honor de su esposo, hombre
prominente de la comunidad.
La charla con el pastor, que iba a ser para arreglar detalles de su
cargo de Administrador de la Fundación, termina sacando a la luz todas las
mentiras y reproches que han mantenido ocultos: el Capitán Alving era un
amoral, disoluto y ella quiso abandonarlo por el propio Manders que la rechazó
para seguir con las apariencias. Para complicar las cosas, la criada es hija de
su marido, sifilítico, anotada como de otro padre a cambio de dinero. En la previa
a la ceremonia el Hogar se incendia por impericia del Pastor y se destruye.
Osvaldo, que ha intentado seducir a la criada, confiesa a su madre que
tiene un diagnóstico de heredosífilis, pero cree haberla contraído por su vida sin
freno en Paris. La enfermedad está en un estado avanzado, posiblemente
terminal. Para terminar la velada, a la sífilis y el incesto se agrega la
eutanasia: Osvaldo sufre un ataque y le pide a su madre que le suministre la
droga que ha traído como ayuda para bien morir.
En ese día todo se ha desmoronado, ningún personaje se salva, todos son
aprovechadores, interesados o acomodaticios, empezando por los burgueses
Alving, el representante del clero Manders y los proletarios Regine y Engstrand,
el hombre que le dio su apellido.
La mala
sed también tiene tres actos. En una familia de clase
media alta el reciente matrimonio de Atilio y Elena tambalea por la conducta de
éste, que se ve “impulsado” a ir de juerga todas las noches con “malas”
compañías. Elena pide a Don Guillermo, el pater
familiae, que interceda ante el hijo, pero este le reprocha que él hizo lo
mismo en su tiempo.
Mientras tanto, el casamiento de otra hija,
Esther, sufre postergaciones por las dudas que genera en su novio la actitud “liviana”
de la muchacha que lo seduce y tiene relaciones sexuales con él.
Al resultado negativo de las gestiones de Don
Guillermo ante su hijo se suma la complicación de que él mismo se interesa por
Elena, pretende seducirla y recibe un rechazo de la muchacha.
Esa noche, de vuelta a su casa sin haber
conseguido su objetivo, se encuentra con todos los problemas juntos. Su esposa
lo pone al tanto de la confesión de la hija, el tiene noticias de las
reincidencias del hijo que se suman al rechazo por parte de la nuera y mientras
madre e hija discuten, se suicida con un tiro.
Pájaro de barro transcurre en la campiña entrerriana. Doña Pilar, española, viuda y vuelta
a casar, mantiene a Juan Antonio, escultor, hijo de su primer matrimonio. Toma
como criada a Felipa para que le ayude con las tareas domésticas, en especial
la cocina, motivo de frecuentes reclamos por parte del zángano de su marido
italiano.
El muchacho, que es bastante mujeriego, es
motivo de atracción de las chicas del lugar que van a comprar verduras a la
quinta de Doña Pilar. El picaflor liba en muchas flores pero no se interesa por
ninguna.
La obra tiene tres actos y un prólogo. Esto
es una maravilla porque funciona como esos adelantos que dan suspenso e interés
en las series actuales. En este caso, el prólogo es la escena de una relación
sexual consentida entre Felipa y Juan Antonio, dos desconocidos hasta entonces.
Ella desarma un casamiento a su conveniencia por el amor que siente por el desconocido. Lo
busca, se conchaba en su casa y la cosa sigue con el descubrimiento de que ha
quedado embarazada de aquella relación.
Al ver a la criatura, Doña Felipa no tarda en
deducir quién es el padre y obliga a Juan Antonio a que se case con ella, “como
Dios manda”. La muchacha se niega, repitiendo el mandato de “parir huérfanos”
que parece ser el sino de su condición de sirvienta.
¿Suenan a melodramas? Sí, lo son. Pero son
mucho más que eso. Tengo mis dudas sobre si fueron obras revolucionarias buscadas
como tales por sus autores. Por ellos o a pesar de ellos, lo son.
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