viernes, 24 de julio de 2020
Humor del Bueno (Robos a Freud)
lunes, 20 de julio de 2020
Los Sulkys - 1a parte
Formando un collar de sulkis
dormitan bajo el sereno,
y
esperan pacientemente,
a
que regrese su dueño.
“Fiesta
churita”
Chacarera de Agustín
Carabajal
Para
principios de octubre, los años en que el trigo pintaba bien, los colonos
empezaban a venir al pueblo por las tardes, para hacer compras, gastar a cuenta
de la cosecha y, al final, pasar por el boliche de don Fortunato Pirrotta a
tomar algo. Inmigrantes o sus hijos, con huellas de la guerra o del trabajo
duro, curtidos por el sol, los dolores y la nostalgia, le daban al moscato, que
acompañaban a veces con queso, salame y aceitunas.
-La mare, ben? Il parín, ben?- El piamontés era obligatorio para cualquiera que
quisiera tenerlos como clientes. Aseguraba un clima de confianza mutua. Las
charlas empezaban por asuntos familiares y seguían con registros de lluvias y
la marcha de los sembrados, cotizaciones y todo tipo de novedades sociales o de
la ciudad. El comerciante que no sabía
piamontés no lograba venderles un kilo de pan.
En
cambio, los empleados, los funcionarios del correo y del ferrocarril no eran
tan amables. Trataban de poner cierta distancia, usaban el español y, a sus
espaldas, se burlaban del cocoliche de los otros.
En el
medio, estábamos los chicos y los jóvenes, a veces compañeros en la escuela de
las hijas e hijos de esos mismos colonos, en especial de los que vivían a menos
de dos leguas del pueblo.
En
general los pibes oscilábamos entre la admiración y el desprecio por esos
compañeros brutos, casi siempre más grandes y forzudos. Cada tanto, el
descubrimiento de la dulzura de algunas chicas de la colonia rompía con esos
prejuicios y acortaba las falsas distancias.
No
teníamos dudas de que ellos eran los chúcaros que venían a caballo a la escuela
con sus cuadernos de caligrafía desastrosa y nosotros los puebleros civilizados,
con nuestras hojas sin dobladuras y prolijos dibujos con tinta china.
Eran
dos mundos separados, ocasionalmente reunidos por romances nacidos en los
grados superiores y continuados en bailes, misas y otras fiestas que terminaban
con unos brazos más para ayudar en el campo o con una belleza rural que llegaba
al pueblo.
Pirrotta
ya sabía que los colonos más resistentes al trago, o no tan disciplinados, se
quedaban hasta la noche y terminaban emborrachándose con suissé. Chau
moretina, Mia mamma veul che fila, Sul
ponte di Bazzano eran
fijas en el repertorio del coro monótono y nostálgico. A veces jugaban al truco o a la báciga, otras
se agregaba un acordeonista y la música llegaba como una letanía. La cosa se
prolongaba hasta que don Fortunato decidía cerrar, iba levantando las mesas y
los echaba a todos.
Emprendían entonces la
retirada y se iban para las casas. Subían a los sulkys, milagrosamente, y se
confiaban a la mansa sabiduría de sus animales, que los llevaban seguros, de
regreso, a pesar de que sus conductores se dormían ni bien conseguían
acomodarse en el asiento.
No
recuerdo bien de dónde salió la idea, si la escuchamos o se le ocurrió al Tili o
a otro más avispado. Lo que sí recuerdo es que nos pareció un golazo. Al
instante los cinco conjurados estuvimos de acuerdo y comenzamos a armar el
plan. Nadie nos iba a descubrir. Nadie nos castigaría. Nunca se enterarían quiénes
eran los autores. Demostraríamos claramente que éramos pibes avivados y no
colonos ingenuos. La armamos para un miércoles antes de un feriado y la hicimos
sin que nadie nos viera. En ese sentido fue un éxito total.
Cambiamos
los caballos de cuatro sulkys. Los desatamos de a dos y volvimos a atar
cuidadosamente, de modo que al sulky de Orestes Mainardi le pusimos el caballo
de Mateo Wenger y viceversa. Lo mismo hicimos con la yegua de Ovidio Sartori:
la cambiamos con la de Italo Garrone. Cuidamos todos los detalles: zaino por zaino
y mora por mora. Y nos escondimos a dos cuadras para ver los frutos de nuestro
trabajo.
Los Sulkys - 2a y última parte
El tiempo no pasaba nunca. Finalmente se acallaron las canciones y comenzó el desbande. Los gringos salieron en los sulkys. Hasta allí, todo iba a la perfección: Mainardi salió al trote tranquilo, sin darse cuenta, dormido, hacia la casa de Wenger, llevado por el zaino que volvía a su querencia. Y lo mismo pasó con los demás: Sartori terminó en lo de Italo, Mateo en la casa de Mainardi, y Garrone dicen que recién se dio cuenta dónde estaba, a las 6 de la mañana del día siguiente, cuando lo despertó la dueña de casa, todo dolorido, doblado en el asiento del sulky.
Nos fuimos a dormir divertidos y felices, imaginando líos matrimoniales, las reprimendas de sus mujeres, una que otra pelea y despreocupados por completo de las consecuencias ulteriores. Que las hubo. La mujer de don Ovidio tenía fama de brava, era una calabresa robusta de la que se decía que, sola, era capaz de voltear un novillo chico. Parece que los fajó a los dos, primero al Lito, después de despertarlo, y más tarde a don Ovidio, cuando apareció para el almuerzo.
La
alegría nos duró poco, hasta la tarde. Un pueblo es un lugar muy chico: nunca
falta algún resfriado y no tardaron en descubrirnos. El viejo Fortunato estaba
furioso porque decía que el boliche se iba a quedar sin clientes, y lo mismo
los de Pellegrino & Asinari - Ramos Generales. Les pidieron a nuestros
padres que nos castigaran: a los de sexto los querían hacer echar de la escuela,
y a los dos más grandes, del club. Yo la saqué más o menos barata. Pero al Tili,
el viejo de dio una tunda que nos metió miedo. La barra terminó desarmándose, y cuando de
casualidad nos cruzábamos en algún lado nos esquivábamos con un sentimiento de
vergüenza que nos acompañó mucho tiempo.
Mi
familia se mudó y nuestras vidas siguieron por otros rumbos. Cuando vienen los
recuerdos de aquellos tiempos y la primera barra de amigos que nos creíamos
inseparables, pienso en las consecuencias de nuestra broma y me parece que las
cosas no hubieran sido muy diferentes sin ella, o quién sabe. A veces, creo que
los destinos de cada uno estaban marcados con anterioridad y todo hubiera sido
lo mismo. Pero, a su manera, aquella travesura dejó sus marcas.
Para
ser justo debo decir que no todas fueron dolorosas. Hace poco volví al pueblo,
de visita, habían pasado unos años. Caminaba distraído cuando me crucé con Ida
Wenger. Había guardado su dulce recuerdo tapado por un saludable olvido. Todo
se hizo presente en un instante, vivamente; era la hermosa hija de Mateo que en
sexto fue mi compañera y con la que bailamos el Cuando, un 25 de Mayo. Estuve a
punto de cruzar a la otra vereda, pero ella me llamó sonriente y me dijo: -No
sé si ya lo sabés, pero te cuento que dos años después de aquello, Orestes y yo
nos casamos. Siempre decimos que estamos juntos gracias al cambio de los sulkys.
Y que tendríamos que agradecerles lo que hicieron.-
Me dio
un beso y volvió a desaparecer para siempre.
Fin
Gracias a Angel Cortázar, que me contó esta
historia.
Mia mamma veul che fila se puede escuchar aquí (en piamontés)