El tiempo no pasaba nunca. Finalmente se acallaron las canciones y comenzó el desbande. Los gringos salieron en los sulkys. Hasta allí, todo iba a la perfección: Mainardi salió al trote tranquilo, sin darse cuenta, dormido, hacia la casa de Wenger, llevado por el zaino que volvía a su querencia. Y lo mismo pasó con los demás: Sartori terminó en lo de Italo, Mateo en la casa de Mainardi, y Garrone dicen que recién se dio cuenta dónde estaba, a las 6 de la mañana del día siguiente, cuando lo despertó la dueña de casa, todo dolorido, doblado en el asiento del sulky.
Nos fuimos a dormir divertidos y felices, imaginando líos matrimoniales, las reprimendas de sus mujeres, una que otra pelea y despreocupados por completo de las consecuencias ulteriores. Que las hubo. La mujer de don Ovidio tenía fama de brava, era una calabresa robusta de la que se decía que, sola, era capaz de voltear un novillo chico. Parece que los fajó a los dos, primero al Lito, después de despertarlo, y más tarde a don Ovidio, cuando apareció para el almuerzo.
La
alegría nos duró poco, hasta la tarde. Un pueblo es un lugar muy chico: nunca
falta algún resfriado y no tardaron en descubrirnos. El viejo Fortunato estaba
furioso porque decía que el boliche se iba a quedar sin clientes, y lo mismo
los de Pellegrino & Asinari - Ramos Generales. Les pidieron a nuestros
padres que nos castigaran: a los de sexto los querían hacer echar de la escuela,
y a los dos más grandes, del club. Yo la saqué más o menos barata. Pero al Tili,
el viejo de dio una tunda que nos metió miedo. La barra terminó desarmándose, y cuando de
casualidad nos cruzábamos en algún lado nos esquivábamos con un sentimiento de
vergüenza que nos acompañó mucho tiempo.
Mi
familia se mudó y nuestras vidas siguieron por otros rumbos. Cuando vienen los
recuerdos de aquellos tiempos y la primera barra de amigos que nos creíamos
inseparables, pienso en las consecuencias de nuestra broma y me parece que las
cosas no hubieran sido muy diferentes sin ella, o quién sabe. A veces, creo que
los destinos de cada uno estaban marcados con anterioridad y todo hubiera sido
lo mismo. Pero, a su manera, aquella travesura dejó sus marcas.
Para
ser justo debo decir que no todas fueron dolorosas. Hace poco volví al pueblo,
de visita, habían pasado unos años. Caminaba distraído cuando me crucé con Ida
Wenger. Había guardado su dulce recuerdo tapado por un saludable olvido. Todo
se hizo presente en un instante, vivamente; era la hermosa hija de Mateo que en
sexto fue mi compañera y con la que bailamos el Cuando, un 25 de Mayo. Estuve a
punto de cruzar a la otra vereda, pero ella me llamó sonriente y me dijo: -No
sé si ya lo sabés, pero te cuento que dos años después de aquello, Orestes y yo
nos casamos. Siempre decimos que estamos juntos gracias al cambio de los sulkys.
Y que tendríamos que agradecerles lo que hicieron.-
Me dio
un beso y volvió a desaparecer para siempre.
Fin
Gracias a Angel Cortázar, que me contó esta
historia.
Mia mamma veul che fila se puede escuchar aquí (en piamontés)
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