jueves, 30 de diciembre de 2021

Dalmacia Carlota Unquillo Zaninni Vda. de Palacio Ferreyra

El Lolo Amengual ha rescatado la biografía de dos argentinos ilustres (desconocidos) con importantes contribuciones a nuestra cultura. Como ustedes saben, los escritores son todos mentirosos así que es posible que alguna verdad encuentren. Una se las adelanto, la intención de arrancarnos una sonrisa, que no son tiempos estos de descartar gestos, por pequeños que sean. ¡Se va la primera!

 El autor les manda un abrazo de 3 dosis a todos sus lectores.




Heroína Cordobesa

 

Dalmacia Carlota Unquillo Zaninni, viuda de Robustiano Palacio Ferreyra

 

Descubridora del dulce de leche.

 


La frontera entre civilización y barbarie, al decir de Sarmiento, que en el Sur de la provincia de Córdoba coincidía con el cauce del río Tercero, estaba en calma desde hacía varios años. El ferrocarril Central Argentino ya unía a Rosario y Córdoba con regularidad cuando inesperadamente, en 1875, el cacique Ranquel Cañumil asoló con un malón los pueblos de Villa Nueva y Villa María.

 

En su chacra cercana a Villa Nueva, doña Dalmacia Carlota Unquillo Zaninni, viuda de Palacio Ferreyra, se encontraba en el rancho-cocina acompañada por la Panchi Iparraguirre, vasca ella, su mucama. Estaba haciendo hervir con un resto de leña, un balde de leche recién ordeñada a la que, por error, había agregado una gran cantidad de azúcar. El brasero y la olla donde se desarrollaba la cocción, ocupaba un lugar secundario y poco visible bajo un horno de barro, en ese oscuro espacio sin ventanas, de paja y barro (todo era de barro en ese tiempo de escasez material). La casa principal, algo mejor construída mostraba sus paredes de adobe blanqueadas con cal y un nuevo techo, de brillantes chapas de zinc inglesas, que suplantaba a la cubierta tradicional de «paja brava».

 

Desde lo alto, mientras engrasaba el molino recién instalado, Juan Gauna, peón, vislumbró algo inusual en la lejanía. En el alboroto de una distante bandada de pájaros intuyó la presencia artera del salvaje. Por las dudas dio la voz de alarma y corrió por las mujeres; le gustaba la Panchi. Las arrancó de la cocina y a galope tendido, las llevó de un tirón hasta lo que es hoy el pueblo de Ballesteros. Su intuición las salvó de un futuro muy duro: vivir cautivas de la indiada.

Las mujeres buscaron refugio en el campamento de la empresa ferroviaria.

 

Míster Armstrong, mandamás de la empresa, que allí se encontraba de inspección,

les ofrece protección y les brinda su propio vagón dormitorio estacionado en un

desvío, para que se repongan. Doña Dalmacia pudo entonces descansar, a pesar del agudo dolor de cintura y riñones, producto de la dura cabalgata de más de cuatro leguas que debió realizar para salvar su vida. La Panchi no se quejaba. Los Remington y los Winchester, (que no son dos apellidos anglos de alta alcurnia sino dos marcas de efectivos fusiles norteamericanos) en manos de los guardaespaldas del jefe Armstrong, les permitieron dormir tranquilas.

 

Los piqueteros del cacique Cañumil (tío segundo de San Ceferino Namuncurá), podrían ser feos a la vista, poco educados al trato, borrachos y malévolos, les podría gustar desayunar sangre de yegua, pero hay algo que no se les puede negar: eran avispados, no comían vidrio. Ellos conocían y respetaban a míster Remington y a míster Winchester, no querían verlos ni de lejos, por eso no se acercaron a Ballesteros.

 

Tres días después el malón se había esfumado en la rastrillada.

Parecía seguro regresar y doña Dalmacia Carlota Unquillo Zannini, viuda de Palacio Ferreyra y su sirvienta, Panchi Iparraguirre, vuelven a su pago como reinas, en un break largo, una jardinera de seis plazas, cómodamente sentadas y seguras acompañadas por cuatro hombres armados hasta los dientes.

 

Dalmasia se encontró con el despojo. Gallinero y despensa: vacíos; las herramientas de la herrería: birladas; caballos y ovejas: desaparecidos; los roperos: rapiñados.

Estaba triste, pero no desolada, la poca peonada que convivía en su campo junto a Oso y Pilila, su perro y su gata, habían sobrevivido al estrago, estaban vivos.

 Pensó en juntar a su gente para rezar y agradecer el milagro, fue a buscar el crucifijo de bronce que protegía su cama para improvisar un altar, descubrió que también se lo habían robado, junto a los pocos libros que tenía. Tampoco encontró la botella de caña con carqueja que escondía debajo de la cama. De la escupidera esmaltada, ni noticias.

 

Al entrar a la cocina saqueada, Dalmasia recordó al brasero y a la olla, se acercó a ellos y se dio cuenta de que nadie los había tocado. Revisó su contenido y a pesar de la oscuridad, entrevió en su interior una materia cristalizada y oscura; dedujo que la leche azucarada expuesta a un fuego muy débil durante varias horas, se fue espesando hasta que las últimas brasas se apagaron. OIía bien, probó esa sustancia dura y marrón y la sorprendió su buen gusto.

 

Dalmacia hábil cocinera, confirmó su intuición. En pocos intentos logró calibrar la cantidad de azúcar en relación a la leche, determinar el tiempo de cocción, comprobar que el agregado de vainilla, y sobre todo la acción de revolver la mezcla durante el proceso, mejoraba el gusto y agregaba una untuosidad cremosa al producto. La peonada, de paladar limitado en esos tiempos, elogió el «dulce de Dalmacia», como fue bautizado, descubriendo la buena yunta que hacía con las tortas fritas. Algunos golosos lo agregaban al choclo hervido y hasta al zapallo del puchero.

 

Una vez más la confluencia azarosa de varios sucesos aleatorios, habían generado un avance que involucraba a toda la humanidad. El arrebato del malón populista, había hecho nacer en un oscuro rincón de la Patria uno de los símbolos absolutos de la argentinidad, ese que llena de orgullo los corazones de todo argentino, argentina y argentine de bien: el dulce de leche.

 

                                                                              Ciudadano ilustre/ Lorenzo Amengual


El collage de Dalmacia es obra del autor del texto. Los fideos de la cabellera fueron deglutidos tiempo después de la ejecución de la obra. Los camembert, tiempo antes.