
El barroco es una corriente cultural que se manifestó en todas las artes a partir del Siglo XVII. El nombre proviene del francés y del portugués y significa piedra mellada, falsa/ perla con imperfecciones. Comenzó en la arquitectura y la escultura para pasar a la pintura, las letras y a las demás manifestaciones artísticas caracterizándose por el horror al vacío, a la superficie desnuda y la línea clásica (en su origen fue una respuesta a la austeridad de Lutero y la Reforma).
Consiste en llenar todo de adornos, redondeles, molduras, arpegios (música), comas y más comas (literatura), y repetir un tema hasta el cansancio con pequeños cambios. Cuando ya había hartado a todo el mundo y estaba llegando a su fin en 1730, a Luis XV se ocurrió que eso era “lo bello” –al fin y al cabo el absolutismo es eso –, que seguían haciendo falta más adornitos y el Barroco se convirtió en Barrococó, que es más recargado todavía (rococó viene del francés, roca). La cosa fue de mal en peor: de perla deforme a una piedra común y silvestre.
Y como el Rey decía que eso era la belleza, la Aristocracia empezó a coincidir con esa opinión y otro tanto hicimos los burgueses, los proletarios y los de la clase media, que como ustedes saben somos miembros de la nobleza sólo que, sin vivir en palacio, sin guita, sin poder ni reconocimiento alguno.
A pesar de ser un estilo recargado hasta el cansancio ha tenido artistas geniales y producido obras maestras en todas las ramas del arte. Monteverdi, Bach, Vivaldi, Bernini, Borromini, Alonso Cano, Quevedo, Góngora, Calderón, desde la otra vida, si es que están allí, pueden dar fe.
Al principio el término barroco sólo se aplicaba a las artes plásticas y a la arquitectura, pero más tarde un ensayista español extendió la aplicación a las demás artes, en especial a la literatura. Más aún, fue más allá al decir que hubo barroco en todas las fases históricas de la evolución humana, cuando la pasión prevaleció sobre el recato.
Traje todo esto para poder echar un párrafo acerca del barroco en la literatura moderna.
Cuando nadie se acordaba de él en las otras artes (a excepción de Doña Petrona Gandulfo decorando sus tortitas), se empezó a poner de nuevo de moda en la literatura.
Isidoro Ducasse, Conde de Lautréamont (tenía que ser uruguayo ya que de complicar algo se trataba) publicó hacia 1868 Los cantos de Maldoror. Siguieron Alejo Carpentier, Manuel Mujica Lainez, José Lezama Lima y el barroco se reinstaló, lo más campante, por América.
Allí ya se puede empezar a sacar alguna conclusión: todos estos escritores están vinculados a la diplomacia y la razón es evidente, como verán a continuación.
Un magnífico cuento de Carpentier, El camino de Santiago, comienza así su primer párrafo: Con dos tambores andaba Juan a lo largo del Escalda —el suyo, terciado en la cadera izquierda; al hombro el ganado a las cartas—, cuando le llamó la atención una nave, recién arrimada a la orilla, que acababa de atar gúmenas… y pone el primer punto y aparte aquí: …en eso pasaron los carros cargados de naranjos enanos, y hubo un repentino silencio, roto tan sólo por un gruñido de la moza, y el relincho de un garañón que sonó en la nave de los luteranos como la misma risa de Belcebú.
Han pasado 2 de sus 20 páginas y 1016 palabras en las que todo lo que dice es: Juan bajó del Escalda en el Puerto de Amberes, o, si les parece mucho: Juan desembarcó en Amberes.
La ligazón estrecha entre la Literatura Barroca y la Diplomacia queda de este modo demostrada en forma palmaria: hay que disponer de mucho (pero mucho en serio) tiempo libre y estar a salvo de los apremios de un trabajo productivo para ser un escritor barroco.
Lo peor del caso es que si llegan a dejarse vencer por la tentación y lo leen estarán perdidos, porque el tipo (me refiero a Carpentier) te lleva a un paseo del que no querremos volver más. Una vez leída una sola página quedaremos atrapados en esa prosa envolvente y seremos parte de historias que no nos interesa que acaben.
Él mismo explica con claridad su receta y la llama “lo real maravilloso”. En contraposición al surrealismo que busca arreglar sueños con “tufo artificioso”, “el cuento del paraguas y la máquina de coser”, “el baratillo de relojes amelcochados, de maniquíes de costurera” (¡qué linda forma de reírse de Dalí!); lo real maravilloso consiste en percibir la fantástica realidad que nos rodea y dejar escrito el asombro al contemplar el mestizaje de nuestra cultura.
Según Carpentier, el mestizaje, el sincretismo, la mezcla a contrapelo de esas visiones europeas, africanas y americanas da lugar a una cosmovisión que, llevada al arte que sea, no tiene otra posibilidad que la de ser barroca.
Con su novela El reino de este mundo, donde en el escenario de Haití del 1800 narra y confronta las visiones de negros y blancos, que ven lo mismo y sacan conclusiones opuestas; Carpentier termina con las novelas “indigenistas” y abre el camino a la Nueva Narrativa y a lo que, más tarde, fue el boom de La literatura Americana.
Así lo real maravilloso contribuyó a abrir nuevos caminos para la literatura de nuestra Latinoamérica dando paso a otros estilos, alumbrando algunas obras maestras y haciendo lugar a otro enchastre: el denominado realismo mágico.
Para cerrar volveré a apoyarme en otro uruguayo, Leo Masliah, que ha definido con certeza y precisión al tal engendro: Estrategia literaria de algunos escritores latinoamericanos, tendiente a convencer a miles de intelectualoides europeos de que en los países pobres la gente desarrolla poderes sobrenaturales, lo cual promueve el turismo y mitiga su culpa como habitantes de países enriquecidos a costa de esa pobreza.
Como he llegado al final y nadie sabe a ciencia cierta si estoy a favor o en contra (yo menos que ustedes) les digo claramente que las dos obras son excelentes. Insisto en eso de que el barroco es tan pesado como comer “tortas fritas sin tomar mate” y que lo mejor para empezar con el autor, o con el estilo, es hacerlo a través de obras cortas como las dos señaladas. Acá vuelvo a los consejos de Doña Petrona, (igual o más barroca que Carpentier), que escribió un sólo libro y todas lo guardan en su casa tan a mano como la Biblia, “si van a empezar, no empiecen con un plato complicado, sino con una de las recetas económicas”.
