
Eduardo Belgrano Rawson acaba de publicar una novela que transcurre en San Luis, donde los personajes de ficción se mezclan con personajes reales a los que se puede identificar (los que han pasado por allí), pero que son iguales a los de tantos otros lugares, cualquiera sea el país al que pertenezcan, donde la corrupción está enquistada desde hace décadas.
La descripción del infierno provinciano gira alrededor de un joven que, por un delito que no cometió, va a parar a la cárcel llamada con el mismo nombre de un prostíbulo: La Victoria. Allí daba los sermones del título un obispo corrupto que, si la memoria no me falla, es el mismo que protagoniza de la anécdota que sigue.
Guillermo Saccomanno ha escrito una nota en Página12 muy interesante sobre la novela:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-7770-2012-03-18.html
Eduardo Belgrano Rawson, El sermón de La Victoria, 2012, Planeta

Allá por 1985 se vivía en San Luis un momento de alegría y reparación, apoyado en el retorno de la democracia y en la instalación de fábricas e industrias al amparo de una Ley de Promoción Industrial.
Una de las primeras en radicarse fue REFRISA, una autopartista filial de la capitalina Embragues WOBRON, cuyo dueño, Julio Broner, era un empresario de la burguesía nacional y dirigente de la CGE (Confederación Gremial Empresaria) que vivía en Venezuela a donde se había exiliado durante la dictadura.
A principios de año la fábrica estuvo lista y comenzó la puesta en marcha con las pruebas de fabricación de sus productos: pastillas de freno y de otros componentes, en especial diafragmas elásticos y discos de fricción, conocidos como forros de embrague.
Finalmente llegó el día de la inauguración y una numerosa concurrencia, obreros, constructores, directivos, autoridades y fuerzas vivas aguardaba con diferentes expectativas el comienzo de la ceremonia. Ya estaban los más altos directivos de la empresa departiendo hacía rato con las autoridades provinciales encabezadas por el propio Gobernador de la Provincia Adolfo Rodríguez Sáa y varios de sus ministros, pero el inicio se demoraba porque el Obispo no llegaba. Rato después llegó un sacerdote de menor rango lo que confirmaba el secreto que circulaba a voces: monseñor Rodolfo Laise no quería convalidar con su presencia la construcción de una fábrica cuyo propietario era judío y cuya posición ideológica deploraba. Monseñor, un obispo goloso, pederasta y retrógrado hubiera preferido, seguramente, una invitación a cualquier ritual de la inquisición antes de tener que bendecir algún signo de progreso.
En esas circunstancias el Gerente General de la empresa dio comienzo a su discurso con el consabido saludo a las autoridades presentes.
- Su Excelencia… , Señor Jefe de …, Señor Presidente del Superior…
Cuando llegó al final de la lista, se paró, hizo un silencio en el medio del rumor que crecía y continuó:
-Como no ha venido quiero dar una dispensa especial al Señor Obispo porque entiendo perfectamente que este no es lugar más adecuado para él, dado que se trata de una fábrica que produce forros, diafragmas y pastillas .
A todos los demás, gracias por venir, por acompañarnos y por su apoyo a nuestra tarea que, esencialmente, consiste en producir bienes y trabajo.
Los aplausos y las carcajadas duraron más que los sándwiches.
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