Buscando a Ovidio (Ovidio
Publio Nasón – 43 aC. /17dC.)
Ovidio, de Adolfo Bioy Casares (1914-1999), cuento
de su libro Una magia modesta, 1997.
Pontus Axeinos, de Mircea
Cartarescu (Bucarest, 1956), cuento de su libro El ojo castaño de nuestro amor, 2015.
La sintonía temática entre las obras de hoy es
tan grande como diferentes las escrituras de ambos autores, atraídos por las
mismas incógnitas y deslumbrados por el brillo y la trascendencia del poeta
latino, condenado al destierro por el Emperador Augusto.
Por diferencias que nunca fueron aclaradas,
Augusto condenó a Ovidio Publio Nasón en el año 8 dC, cuando tenía 65 años, al
exilio en los confines del Imperio, en el Ponto, en la ciudad de Tomis (hoy
Constanza, sobre el Mar Negro, en Rumania). Posiblemente algo que
dijo en el Arte de amar fuera la causa de su condena, pero
no lo sabemos.
El hombre siguió escribiendo en el destierro
las Tristes, Las Pónticas, Ibis. Y unas cuantas cartas pidiendo una clemencia que no llegó jamás, hasta que murió a los 74 años.
Hay más obras que buscan a Ovidio, por ejemplo
la novela de otro escritor rumano, Vintila Horia (1915-1992): Dios ha nacido en el exilio. Diario de Ovidio en Tomis, donde hace
un paralelismo entre su propio exilio (que incluyó un par de años en la
Argentina) y el del poeta latino. Confieso un motivo personal para agregar a estos intentos de encuentos de Ovidio: el recuerdo de mi padre, Ovidio él también, seguramente por alguna evocación asociada a la lectura de sus poesías por parte de un abuelo o abuela. El Arte de amar estaba en casa como si lo hubiera escrito algún pariente lejano... o él mismo.
Pero, para esta serie, será suficiente con
las dos elegidas. Tanto Bioy como Cartarescu escriben sus
homenajes y dejan constancia de su admiración con su estilo propio.
El protagonista de Bioy es un campestre
bonaerense que pasea y se arriesga por Constanza en busca de rastros de Ovidio,
mecha algunas cosas de Borges y del lunfardo, y sorprende con una frase final
llena de un humor maravilloso.
Cartarescu entrega una autobiografía en
cuotas-capítulos, donde teje su relación con Ovidio y se muestra algo soberbio,
pero el capítulo 3 es tan hermoso que podemos ser piadosos con él. Es una larga
enumeración de Ovidios que lo asaltan por todos lados, desde un cognac, pasando
por un hotel, negocios varios, ópticas, pastelerías, salchichones, fábricas,
inmobiliarias, una Universidad, hasta terminar en un vino espirituoso y
ambarino: Lágrima de Ovidiu.
Esquivo o generoso, hay Ovidio para todos.
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