Celebro con asombro la cadena de cosas que hizo que esta
novela llegara a mis manos. Primera novela de su autora francesa, publicada y premiada
en 2012, que los editores de Eterna Cadencia tuvieron el tino agregar a su
catálogo con una muy buena traducción argentina.
La leí con deleite, con sorpresa, admiración y la envidia
de que una primera obra pudiera ser tan potente como tranquila, tan económica
como precisa y tenerme agarrado del cuello, llevarme de aquí para allá y dejarme
con una sensación de alegría y desolación al mismo tiempo.
La protagonista, la Viviane del título, madre a los 42 años de una beba de 2 meses, recién mudada, separada y abandonada por su marido, mata a su psicoanalista.
Cuando uno cree que está frente a un policial seco, se
encuentra con un cuestionamiento al concepto del “instinto maternal” y a la
emergencia de Viviane transitando su nueva etapa, caminando por la difusa zona
que separa la “locura” de la “normalidad”. La autora logra que usted tenga una
total empatía con ella, que acaba de cometer un crimen, lo mismo que había
hecho Borges con Ema Zunz.
Los devaneos con la investigación policial nos tienen en
vilo tratando de que los investigadores no la descubran a pesar de su insistencia
en volver una y otra vez por la zona del crimen y en dejar hilos a la vista.
No les voy a decir cómo termina, pero a mí me enganchó en
la búsqueda de otros hilos: los de las lecturas y la formación de una escritora
tan interesante, que ella se encarga de dejar en el texto del mismo modo que
deja flancos para los detectives.
En la página 26 hay una referencia explícita a La pata de cordero, de Roald Dahl y en
la 105 otra, no tanto, a Tierna es la
noche, de Francis Scott Fitzgerald.
A tal señor, tal honor, dice el refrán. De tales maestros
esta gran escritora.
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