Señales
Terminó
de vestirse con lo mejor que tenía y completó el arreglo poniéndose agua de
colonia en cara y cuello.
Se
sentía orgulloso de ser un jugador con gran fuerza de voluntad, con el auto
control que tienen los buenos, los que saben interpretar las señales del azar, los
que aprovechan las rachas o saben retirarse a tiempo en esas ocasiones
en que la suerte es grela.
Lo
esperaba una noche de póquer, el ritual de los sábados en el salón reservado
del club.
Antes
de llegar, quiso asegurarse la provisión de cigarrillos por si la cosa se
alargaba.
-Un paquete de Condal y una cajita
de fósforos.
En
ese tiempo la publicidad de los Condal decía: “Un reloj de oro espera escondido
que alguien lo rescate”. Era todo un tema entre los fumadores. Por un instante
pensó en la posibilidad de secarse en la timba y, con el paquete en la mano,
cambió de opinión.
–No, mejor deme un Lucky Strike. –Dijo,
arrojando, con displicencia, el paquete sobre el mostrador. Los importados
costaban el triple, de modo que volvió a sacar la billetera, mientras un tipo
detrás decía:
–Ni los guarde señora, los llevo yo.
–Rápidamente manoteó el atado y se puso a abrirlo.
Él
charló unas pavadas con la quiosquera mientras le daba el vuelto. Una sensación
de superioridad y bienestar lo empezaba a envolver. Acomodó la plata y cerró
los ojos como para disfrutar plenamente el momento. Unas palabras fuertes lo interrumpieron...
-¡El reloj! ¡El reloj! ¡Saqué el reloj! –gritaba el
de atrás, sacudiendo como loco un papelito apretado entre los dedos de su mano derecha.
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