Ciudadano
Ilustre
Artemio
Terencio Martinoli Astengo
Físico
e Ingeniero - Inventor de la plancha eléctrica.
Artemio Terencio Martinoli Astengo nació en
Buenos Aires en 1860 en el seno de una familia de inmigrantes europeos adinerados.
De manifiesta inteligencia, muestra a sus seis
años un precoz interés científico. El 30 de agosto de 1866, en la quinta de sus
padres, en Adrogué, con la ayuda del jardinero logra hacer volar un gran barrilete
del que cuelga un grueso alambre de hierro. Con el barrilete en el aire ata el
extremo libre del alambre a la rama de un ombú. Había escuchado sobre la
experiencia de Benjamín Franklin y quería repetir la prueba.
El barrilete mantenía en el aire al pesado
alambre debido al fuerte viento «pampero» que soplaba. Un inesperado chaparrón
obligó al niño y al jardinero a buscar refugio; mientras corrían hacia la casa,
el hombre recordó que, una vez más, la tormenta de Santa Rosa había llegado con
puntualidad. Refugiados en la amplia galería observan como el barrilete caracolea
en la altura, cuando un golpe de luz que
los ciega es seguido por el estruendo de un trueno, cuya intensidad rompe los
vidrios de algunas ventanas, ambos fenómenos producidos por la descarga de un
rayo, capturado por el barrilete convertido en pararrayos. Millones de voltios descienden
por el alambre y, en milésimas de segundos, vaporizan al ombú y abren un profundo
pozo en la tierra.
Después de esta experiencia emocionante, Artemio
Terencio supo que su vocación era la Física.
Alumno sobresaliente del Colegio Nacional de
Buenos Aires, a su egreso fue a estudiar a Inglaterra. La lectura de las
teorías de James Klerk Maxwell lo
sumergen en el naciente campo de la electricidad y el magnetismo.
Vuelto a Buenos Aires en 1888, solo el título de la
conferencia que anuncia en la Academia
Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales: Hacia la teoría
de un campo unificado, (se refería al campo electromagnético), produjo estupor,
desagrado e ira en los miembros de la Sociedad Rural Argentina, ignorantes
ellos, creyeron que tal teoría encubría una solapada defensa de la reforma
agraria y un apoyo a la turba anarquista que empezaba a hacer ruido.
Artemio Terencio, es injustamente crucificado
por la prensa con titulares como «Imanes no, vacas si», y por un libelo
venenoso, acreditado a su ex compañero de colegio: Miguel Cané, quién dice de él:
«…Las opiniones de este electricista ateo justifican, para proteger a la
República y respetar a la sociedad, la promulgación de una Ley que permita
expulsar del país a los científicos y demás asociales…». Artemio Terencio
indignado, se fue a Montevideo y pocos días después, se embarcó hacia Nueva
York.
Hombre de fortuna, en Nueva York se aloja en el hotel Waldorf Astoria, donde conoce a otro huésped que allí vivía: su
colega Nikola Tesla, con quién entabla una fuerte amistad, matizada con larguísimas
partidas de billar, juego que ambos practicaban con destreza. Tesla, discreto,
se sincera con «AT» (sobrenombre neoyorkino que adopta Artemio Terencio Martinoli
Astengo, cuyos nombres y apellidos son de difícil pronunciación para los angloparlantes);
le cuenta como Edison, durante lo que se conoció como «la guerra de las
corrientes» hizo funcionar a su monstruoso invento reciente, la silla eléctrica,
con corriente alterna (CA) promocionada por Tesla, solo para desprestigiarla frente
a la corriente continua (CC), generada por el propio Edison, quien pensó que
nadie querría instalar en su casa la misma electricidad que se utilizaba para ejecutar
delincuentes.
En 1892, «AT», recomendado por Tesla colabora con George
Westinghouse, junto a ingenieros y físicos pioneros como William Stanley, Oliver B. Shallenberger, Benjamin Garver Lamme y su
hermana Bertha Lamme. La «créme de la
créme» de la compañía Westinghouse, convirtida en la rival histórica de la
General
Electric, fundada por Thomas
Edison.
En ese período de comunión científica creativa, «AT», como hobby,
desarrolló (sin patentar) dos ideas revolucionarias: la Parrilla eléctrica para
hacer asado sin humo, y la Plancha eléctrica que suplantaría con el tiempo a
las planchas a carbón que intoxicaban a modistas y sastres o las muy peligrosas
planchas a nafta, promocionadas por la Standard Oil, que solían explotar.
«AT», se casa en Nueva York con Imgard Marianne
Charlotte Von Bürenschmidt cuyo padre, vaya coincidencia, era un fuerte
accionista de la empresa alemana AEG, la cual había decidido en 1895 extender
sus negocios de producción eléctrica fuera de Europa.
AEG crea la Sociedad DUEG (Deutsch Ueberzeeische Elektricitäts-Gesellschaft),
inscripta en Argentina en 1898 con el nombre de Compañía Alemana Transatlántica
de Electricidad CATE, que a partir de ese entonces, gracias a un oscuro
contrato con el gobierno nacional de entonces, se encargará de iluminar a Buenos
Aires durante el próximo medio siglo.
Con 40 años de edad en 1900, «AT»,
regresa
al país y se agrega al directorio de la CATE. Durante los fines de semana, en
la quinta de Adrogué que vuelve a frecuentar, deslumbra a sus amigos
invitándolos a las «parrilladas eléctricas», y los asombra con sus asados sin humo.
Advierte que el fluir de los voltios exalta el gusto de chorizos y morcillas, vuelve
amarga a la molleja y castiga a los chinchulines que pierden su jugo y
adquieren rigidez cadavérica, «producto de la concentración de ozono que
modifica la tensión superficial de la grasa, que luego explota con violencia» explica
«AT».
Para poder usar la parrilla, debió instalar en
la quinta un generador de corriente continua de 400 voltios, accionado por un
motor a vapor.
En 1915 «AT»
decide aceptar la titularidad de una cátedra de física que le ofrece la
Universidad de Edimburgo, viaja entonces a Nueva York a despedirse de sus
amigos y se embarca hacia Escocia en el transatlántico «Lusitania». Nunca llegó:
un torpedo alemán acabó con su vida.
Solo queda de él su retrato, que aquí se expone
y una prenda gaucha, que «AT», vestía con orgullo cada vez que visitaba San
Antonio de Areco, para jugar a la «taba» con Ricardo Güiraldes. Se trata de una rastra
criolla, con lamparitas de linterna que iluminaban cada valiosa moneda de plata
que cubría la cincha, lamparitas alimentadas por dos pilas de Volta, disimuladas
dentro del mango del imponente facón. Lo notable de esta rastra, hoy propiedad
del coleccionista Walter Santoro, se encuentra en el florón central que forma
la hebilla, ocupado por la sigla A.T.M.A. finamente cinceladas en plata, con
adornos de oro. La sigla, un acróstico, se corresponde a las cuatro iniciales
de Artemio
Terencio Martinoli Astengo.
.
No podemos asegurar que la marca comercial
ATMA, de excelentes planchas eléctricas industria argentina, esté vinculado a
nuestro personaje, pero pensamos que sí así fuera, sería un justo homenaje a
este pionero.
Ciudadano
ilustre / Lorenzo Amengual 5/10/2018
El collage es obra del autor del texto, Lorenzo AMENGUAL
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