sábado, 26 de noviembre de 2011

Cuentos con Chicles – Clarice Lispector

En dos magníficos cuentos de Clarice Lispector el chicle tiene una particular importancia, por sí mismo o porque el personaje que desencadena la trama mastica chicle.

Uno es Amor, de su libro Lazos de familia, publicado de 1960. La tranquila vida familiar de Ana se desarma al ver, desde el tranvía, a un ciego masticando chicle en la parada. Paradójicamente el ciego descorre el velo que aclara la visión de su propia vida, la deja fascinada y la desmorona en la angustia. Al final, retoma el tema del comienzo y todo vuelve al orden doméstico.

El otro es Miedo de la eternidad donde reflexiona sobre uno de los hitos de su entrada a la adolescencia.
En la década del cincuenta, con su propio nombre o con seudónimos, tuvo a su cargo en un par de diarios, las secciones de “Correo femenino” o “Sólo para mujeres”. Allí dejó, en su prosa exquisita, desde recetas de cocina y venenos para cucarachas hasta agudas reflexiones sobre la educación de los hijos y la vida cotidiana.
Miedo de la eternidad es una de esas páginas, que publicó en el Jornal do Brasil entre 1967 y 1973, y que más tarde fueron reunidas en el libro Aprendiendo a vivir y otras crónicas.


Miedo de la eternidad – Clarice Lispector
Traducción de Amalia Sato.

Jamás olvidaré mi aflictivo y dramático contacto con la eternidad. Cuando yo era muy pequeña todavía no había probado chicles y en Recife casi no se hablaba de ellos. Yo ignoraba qué clase de caramelos o bombones eran. Y hasta el dinero con que contaba no alcanzaba para comprarlos: con el mismo dinero podía conseguir no sé cuántos caramelos.
Al final mi hermana juntó dinero, los compró y al salir de casa para la escuela me explicó:
-Ten cuidado de no perderlo, porque este caramelo nunca se acaba. Dura toda la vida.
-¿Cómo que no se acaba? –me detuve un instante en la calle, perpleja.
-No se acaba nunca, y listo.
Yo estaba embobada: me parecía haber sido transportada al reino de las historias de príncipes y hadas. Tomé la pequeña pastilla color rosa que representaba el elixir del largo placer. La examiné, casi no podía creer en el milagro. Yo que, como otros niños, a veces me sacaba de la boca un caramelo todavía entero, para chuparlo después, sólo para hacerlo durar más. Y heme con aquella cosa rosada, de apariencia tan inocente, que hacía posible el mundo imposible del cual ya había empezado a darme cuenta.
Con delicadeza, terminé poniéndome el chicle en la boca.
-¿Y ahora qué hago? –pregunté para no equivocarme en el ritual que ciertamente tenía que existir.
-Ahora chupa el chicle para ir saboreando su dulzor, y sólo cuando se le vaya el gusto empieza a masticar. Y ahí mastica por toda la vida. A no ser que los pierdas, yo ya perdí varios.
Perder la eternidad. Nunca.
Lo dulzón del chicle era bueno, no podría decir que excelente. Y, todavía perpleja, nos encaminábamos a la escuela.
-Se acabó lo dulce. ¿Y ahora?
-Ahora mastica por siempre.
Me asusté, no sabría decir por qué. Empecé a masticar y pronto tenía en la boca ese pegote ceniciento de goma sin gusto a nada. Masticaba, masticaba. Pero me sentía a disgusto. Y en verdad no me estaba gustando el sabor. Y la ventaja de ser un caramelo eterno me llenaba de una suerte de miedo, como el que se tiene ante la idea de la eternidad o del infinito.
No quise admitir que no estaba a la altura de la eternidad. Que sólo me producía aflicción. Mientras tanto, masticaba obedientemente, sin parar.
Hasta que no soporté más, y, cruzando el portón de la escuela, me ingenié para que el chicle masticado se cayera al suelo arenoso.
-Mira lo que pasó –dije con fingidos espanto y tristeza. Ahora no puedo masticar más. Se terminó el caramelo.
-Ya te lo dije, repitió mi hermana, que no se termina nunca. Pero una a veces los pierde. Hasta de noche se puede seguir masticando, pero para no tragarlo cuando se duerme se lo pega en la cama. No te pongas triste que un día te doy otro, y ése no lo vas a perder.
Yo estaba avergonzada ante la bondad de mi hermana, avergonzada de la mentira que había tramado al decir que el chicle se me había caído de la boca por casualidad.
Pero aliviada. Sin el peso de la eternidad sobre mí.

Miedo de la eternidad, de Aprendiendo a vivir y otras crónicas, Ediciones Siruela.

El autor de la caricatura de Clarice es Marcos Guilherme.
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jueves, 24 de noviembre de 2011

Decálogo del aspirante a escritor

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Con todo respeto
por Osvaldo Gallone

Esbozo para un decálogo del aspirante a escritor
1º - Comprenda que la mera confección de un decálogo es poco menos que una humorada: ¿por qué no doce, o cinco, u ocho, o veinte ítems? Crasa arbitrariedad, supersticiosa fe en los números redondos o divisibles por dos.

2º - Lea la Correspondencia de Gustave Flaubert; Contra Sainte-Beuve de Marcel Proust; Un arte espectral de Norman Mailer y la entrevista realizada por Jean Stein a William Faulkner en 1956 y publicada por The Paris Review. Luego de ello, es probable que comprenda en toda su magnitud el valor de la disciplina, el sentido del empecinamiento y la absoluta inutilidad de los talleres literarios.

3º - Escriba y corrija, escriba y corrija, escriba y corrija, repita el proceso hasta el agotamiento, y recuerde que cuando uno no puede más, siempre puede un poco más.

4º - Lea cualquier reportaje a Ricardo Piglia, lea cualquier reportaje a Federico Andahazi, lea cualquier reportaje a César Aira (los tres nombres son impersonales, intercambiables, simbólicos; reemplácelos por los que desée). Advertirá, luego de ello, que la notoriedad no neutraliza la idiotez; la notoriedad es, simplemente, notoriedad.

5º - Recuerde que, realmente, Cervantes escribió la primera parte del Quijote en la cárcel, gran parte de la Comedia humana de Balzac fue escrita para levantar deudas, Dostoievsky escribía con los acreedores pisándole los talones. Moraleja: no sea patético, no diga que hoy no escribió porque tuvo un problema técnico en la notebook; para decirlo en términos políticamente incorrectos y sexistas: no sea maricón.

6º - Lea a los clásicos pretéritos y contemporáneos, especialmente en lengua castellana, vale decir: Cervantes, Quevedo, Lope, García Márquez, Juan Marsé, Marco Denevi, Vargas Llosa, Borges, por nombrar sólo a algunos. Existen, por lo menos, dos razones para ello: una, la invocada alguna vez por Onetti —la lectura de los clásicos neutraliza deslumbramientos posteriores (y, generalmente, vanos)—; dos: se aprende a escribir leyendo.

7º - Lea la poesía de todo el Siglo de Oro español. No hay cosa más desdichada que un escritor sordo. La poesía del Siglo de Oro enseña la música de las palabras, y si hay una práctica que se emparenta con la escritura es la música.

8º - Es probable que un escritor se constituya y se trame a sí mismo en el transcurso de los días malos, aquéllos en los que nada sale. Si aun en esos días avanza una línea, reemplaza un adjetivo o corrige un párrafo, va por buen camino. Trate de ser un obsesivo a tiempo completo; una buena página es el fruto de una larga paciencia.

9º - Si uno escribe, resulta irremediable que, por lo mismo, forme parte integrante del ambiente literario. Pero trate de no frecuentarlo. No hay ambiente —el de los escritores, el de los arquitectos, el del espectáculo o el de los psicoanalistas— que resista un primer plano.
No debe haber cosa más indigente que una reunión de escritores.

10º - Es probable, sólo probable, que Argentina sea "un país de mierda" incrustado en un continente periférico e insular. Pero no olvide que aquí y desde aquí se forjó y se difundió la obra de Borges, Cortázar, Octavio Paz, Felisberto Hernández, Horacio Quiroga o Roberto Arlt (la lista, por cierto, no se agota con estos nombres, pero basta con ellos). La mediocridad, la carencia de rigor o la inclinación al abandono son características personales que nada o muy poco tienen que ver con el ámbito social.

Esbozo para un decálogo del aspirante a escritor se publicó originalmente en Evaristo Cultural, Nº 7 (Revista virtual que pueden leer en la red). Se reproduce con autorización del autor.

La viñeta superior es de Fernando Vicente y se llama "Escritores"
Abajo una foto de una de las primeras "cartas" y de su "sobre". Tablas de arcilla con escritura encontrada en Turquía central, luego envuelta en otra para asegurarse que nadie hiciera modificaciones y correcciones al envío.
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lunes, 21 de noviembre de 2011

Con el mismo cuento 7

Giovanni Bocaccio, La Fontaine y Gustave Flaubert

Continuando la serie del título, La Pulpera se las toma hoy con:
Jean de La Fontaine (1621-1695), poeta y novelista francés muy conocido por sus fábulas, uno de los mayores admiradores que tuvo G. Bocaccio. Tanto lo imitó que lo llamaron el segundo Bocaccio. Al menos veinte de sus Cuentos y Novelas en verso son transcripciones versificadas de la obra de su antecesor, a la que revitalizó y puso de nuevo a la luz, sin negar y hasta consignando la fuente.
No fue el único admirador del italiano, Lope de Vega (sí, el grande entre los grandes) tomó de allí el tema de, al menos, ocho de sus dramas. Y también Chaucer y hasta el mismo Goethe bebieron, sin asco, de la misma fuente.

Pero, como la cuestión es divertirse, no se trata de otra cosa que recordar acá al Decamerón, Jornada Segunda, novela 2.
La Jornada Segunda trata de los que, frente a grandes dificultades, han sido favorecidos, finalmente, por la buena suerte. Rinaldo de Asti sufre un asalto y el robo de todas sus pertenencias. Los malhechores lo dejan semidesnudo en el medio del camino y, para colmo, empieza a nevar. La situación es angustiosa pero llega a la casa de una viuda que lo acoge con un baño caliente, con ternura y…
La razón de la buena estrella de Rinaldo son sus oraciones a San Julián a quien, todas las mañanas, le pide que le dé buen albergue por la noche. Y la verdad es que el santo se porta de maravillas a juzgar por lo que le ocurre a Rinaldo.
Si quieren tener suerte, prueben con una oración al santo.
Si les interesa leer el episodio, hagan clic acá:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ita/bocca/deca02.htm

La versión de La Fontaine la pueden encontrar en la red, se llama La oración de San Julián y, como está en verso, resulta graciosa en su idioma original. Los que no tenemos manejo del francés nos debemos contentar con alguna traducción.

En La leyenda de San Julián, el hospitalario, Gustavo Flaubert narró con incomparable maestría la historia del santo, “casi según se la encuentra en un vitral de la iglesia de mi pueblo”. Se refiere a la Catedral de Ruán y la publicó en 1887 en forma de cuento.
Hay numerosas versiones del mismo tema y lo que está claro es la imposibilidad de hallar la verdad histórica. Sólo se trata de rastrear en los cuentos populares antiguos, mezclarlos a voluntad y construirse un santo a medida con temas que vienen desde miles de años atrás. Una de esas versiones es idéntica al mito de Edipo al que se ajusta a la perfección.
Marcel Schwob, al comentar La leyenda de San Julián el Hospitalario, reclamó para Flaubert la gloria “de haber sentido con tanta vivacidad que el poder de creación más vigoroso proviene de la oscura imaginación popular y que las obras maestras nacen de la colaboración de un genio con una estirpe anónima”.
Gustavo Flaubert, La leyenda de San Julián, el hospitalario, 1976, Buenos Aires, Torres Agüero Editor.

La leyenda de San Julián el hospitalario, traducción de Consuelo Bergés, acá:
http://isaiasgarde.myfil.es/get_file?path=/flaubert-gustave-la-leyenda-de.doc

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domingo, 13 de noviembre de 2011

Tuberculosis - turismo y literatura

Hasta que Robert Koch descubrió en 1882 el agente que la causaba, y Calmette y Guerin desarrollaron la vacuna BCG en 1921, los frutos del combate contra la tuberculosis, desde el punto de vista de la medicina, fueron escasos. Por el contrario, dejaron una huella indeleble en el turismo y en la literatura que se prolongó hasta finales del siglo XX.
Lejos de estar erradicada, la enfermedad está asociada a la pobreza, el hacinamiento y el SIDA pero en el origen de la actual onda epidémica, los comienzos de la revolución industrial en Europa, no respetaba clases sociales y era una enfermedad transversal.
La padecieron Bèquer, Dumas, Kafka, Chejov y Katherine Mansfield, entre otros muchos colegas, por lo que se la llamaba la “enfermedad de los poetas”.

Para que la entrada no resulte un bajón, antes de abandonarla aquí mismo, sugiero ver este video de Nacha Guevara cantando “Vals del minuto” de otro tísico famoso: F. Chopin.
http://www.youtube.com/watch?v=4iNWicR4SL8

Turismo y salud
La búsqueda de los lugares más adecuados para el tratamiento de la enfermedad dio lugar al desarrollo de zonas elegidas por su clima y ubicación entre las que nos centraremos en dos: Badenweiler en la Selva Negra alemana y Cosquín en las Sierras de Córdoba – Argentina.
Badenweiler está cerca del punto donde se juntan Alemania, Francia y Suiza. Ya los romanos habían construido allí unos baños termales en honor a la diosa Diana además de plantar las primeras viñas en la zona. A finales del XIX, concurrían a descansar al balneario personas acaudaladas o pacientes en busca del tratamiento milagroso que ofrecían muchos sanatorios y médicos especialistas en enfermedades que iban desde leves hipocondrías hasta infecciosas graves como la tuberculosis.
Allí murió Chejov en 1904 en el hotel Sommer, asistido por el doctor Schwöhrer. En el mismo sanatorio había muerto cuatro años antes Stephen Crane, el escritor norteamericano, poco antes de cumplir 29.
El filósofo Martin Heidegger estuvo una temporada en Badenweiler en 1946, tratándose de una afección nerviosa en la clínica Haus-Baden que dependía del arzobispado.
Es curiosa la progresión de esos hoteles de lujo, que luego pasan a ser hoteles-sanatorios y luego, al avanzar los conocimientos de la enfermedad, pasan a ser lugares de confinamiento para mantener en cuarentena a los enfermos. Más tarde los mismos municipios buscan sacarse el estigma de encima porque la persistencia de esos sanatorios para confinar enfermos con infecciosas atenta contra el desarrollo del turismo.
Algo similar pasó con nuestra localidad de Cosquín en las Sierras de Córdoba, en cuyas cercanías se construyó en 1900 el Sanatorio Santa María al que concurrían los pacientes en busca del aire puro del Valle de Punilla. Al principio era privado y para gente pudiente, pero a partir de su nacionalización en 1915 empezó a recibir enfermos de todo el país. Los que no conseguían plazas allí se ubicaban como podían en conventillos o pensiones de la zona. Del año 1950 en adelante, la penicilina, la estreptomicina y otros específicos acortaron los tratamientos e hicieron innecesarias las internaciones. Esto sumado a las vacaciones anuales pagas y a las colonias sindicales, que para esa misma época se establecieron en la zona, le dieron su actual perfil netamente turístico.

Recuerdos literarios
Raymond Carver escribió Tres rosas amarillas, cuento en que recrea la muerte de Chejov y sus últimos momentos en el sanatorio de Badenweiler.
Juan Carlos, el protagonista de Boquitas pintadas de Manuel Puig muere de tuberculosis en Cosquín y la noticia le llega a su antigua novia Nené. Casada y con dos hijos intenta la reconstrucción de su historia que ha quedado registrada en unas cartas que intercambiaron hace mucho tiempo, a las que quiere recuperar a través de nuevas cartas que escribe a la madre. Todo en el escenario de un pueblo del interior de la Argentina de 1930. La novela fue llevada al cine por Leopoldo Torre Nilsson en 1974 y muestra un relato completo de la vida pueblerina y de todas las pasiones y represiones que podamos imaginar.
La novela La montaña mágica de Thomas Mann aborda la enfermedad en profundidad relatando los hechos ocurridos en un sanatorio.
Hay muchas más, pero las señaladas además de ser muy interesantes nos permiten tomar contacto con un aspecto poco habitual del tema de la enfermedad en general y lo que hacemos con ella.
Damos por terminada acá la lista, pero en los enlaces adjuntos hay un material excelente para ampliar lo que pudiera interesarles.

Turismo y salud en el Valle de Punilla, Prof. N. Huber
http://www.forbox.com/huber/turismoYsalud.htm
DIEGO ARBÚS, Ciudad impura, Editorial Edhasa, reseña aquí:
http://www.ceemi-unr.com.ar/test/numero4/pdf/Resenia%20Carbonetti.pdf
ADRIÁN CARBONETTI, La tuberculosis en la literatura argentina (otros escritores con obra sobre el tema):
http://www.scielo.br/scielo.php?pid=S0104-59702000000400001&script=sci_arttext
Sobre la tuberculosis:
http://www.pulevasalud.com/ps/subcategoria.jsp?ID_CATEGORIA=2473&ABRIR_SECCION=747
Las estancias de Heidegger en Badenweiler acá:
http://www.ldiogenes.buap.mx/revistas/16/7.pdf

sábado, 5 de noviembre de 2011

Admiradores - Humor

1
El colectivo marchaba tranquilo mientras el pasajero contemplaba de soslayo el imponente busto de la vecina. Al principio las miradas eran furtivas, pero se hicieron insistentes cuando ella se desprendió el corpiño y empezó a darle el pecho a su niño.
La situación puso incómoda a la mujer que le reprochó irónica:
-Qué mira, ¿nunca vio a una madre amamantando?
-No, no es eso… -titubeó el caballero.
-Y entonces, ¿a qué viene tanta curiosidad?
-Estoy tratando de averiguar si el chico chupa o sopla.

2
-Me admiro y me readmiro, -decía un cordobés mientras miraba, muy asombrado, un huevo de avestruz,
-¡Me admiro y me readmiro! -repetía.
-¿De qué se admira tanto?, -le preguntó un vecino.
-Del ocotazo de la gallina que puso este huevo.

3
Al entierro del Barón Rostchild asistía lo más granado de la realeza. En el cortejo, caminando en medio de tanta gente de rigurosa etiqueta, llamaba la atención un hombre vestido con andrajos que lloraba a moco tendido. Las miradas empezaron a cruzarse entre los familiares hasta que alguien de la familia se decidió y envió un sirviente para tratar de averiguar, con discreción, de quién se trataba.
-¿Conocía usted al Barón?
-No más que usted, pero lo admiraba.
-¿Era usted pariente cercano?
-No
-Y entonces, ¿por qué llora tanto?
-¡Precisamente por eso!


Las viñetas son de mis admirados Ziraldo, Forges (La muerte del Quijote) y Quino.