martes, 26 de junio de 2018

Con el mismo cuento 50 – Enoch Soames


Enoch Soames, cuento (1919) de Sir Henry Maximilian Max Beerbohm (1872-1956)
Enoch Soames (¿-1897), cuento (1977) de Marco Denevi (1922-1998)

Debemos agradecer la difusión del cuento original a Silvina Ocampo, Borges y Bioy Casares que lo tradujeron e incluyeron en su Antología de la literatura fantástica de 1940.
Un escritor mediocre que se considera un genio incomprendido, Enoch Soames, pacta con el diablo –a cambio de su alma– un viaje al futuro para verificar su fama cuando la posteridad lo reconozca. El 3 de junio de 1897 parte por unas horas al siglo siguiente para comprobar que en toda la Biblioteca del Museo Británico hay una sola mención a él, como personaje de ficción de un cuento –que es el que estamos leyendo– que escribirá más adelante un amigo suyo, casualmente el narrador. Este, que se llama igual que el autor, Max Beerbohm, sabe que el pacto es una matufia condenada a frustrar una vez más al pobre Soames, que retorna sin fama y traicionado. Pero es poco lo que puede hacer y, finalmente, se lo lleva el diablo.
El juego entre literatura y metaliteratura es delicioso. El autor agrega personajes reconocidos de la época, algunos amigos suyos, dibujantes, editores, fotógrafos con lo que diluye los límites entre la realidad y la ficción. Cuando Soames le reprocha la traición de que va a escribir un cuento donde lo pone como un personaje, el autor lo desmiente diciendo que él es un ensayista, que jamás escribió cuentos como el que le atribuye. Lo que es absolutamente cierto, salvo por el hecho de que lo estamos leyendo. Ficción y realidad, sueño y fantasía, recuerdos contradictorios; todo se funde y nos deja pensando.

Denevi escribe prácticamente el mismo cuento en una parodia doble: a Beerbohm y a Borges y su Pierre Menard. La diferencia estriba en que su narrador supone real a Soames y este consigue –con la estrategia del arreglo con el diablo– que Beerbohm lo rescate de un olvido seguro. Pero llega 1914 y la Primera Guerra sume todo lo anterior  en el descrédito: “la impostura de Beerbohm se toma por ficción literaria”. Todo vuelve a fojas cero. El Diablo triunfa, el talento y la gloria son degradados por la imbecilidad y el sin sentido. El narrador de Denevi es el único que trata, infructuosamente, de desbaratar el plan diabólico y colocar a los poetas en el Olimpo. Pero fracasará y su vanidad también sufrirá esa dura lección.


Una apostilla para terminar: el 3 de junio de 1997, el Museo Británico se llenó de gente que fue a verificar si Soames andaría por allí, tal como lo aseguraba el cuento. Con humor, flema y puntualidad británicos, a las 2 de la tarde apareció un personaje solicitando ver las fichas de autores que empezaran con SO…  Vestido de época, revisó minuciosamente la información y desapareció misteriosamente, con algo de ayuda del personal del museo. Merecido homenaje a un cuento extraordinario.

El de Beerbohm se lee en cualquiera de estos enlaces:
El de Denevi pertenece a su libro Reunión de desaparecidos, Ediciones Macondo.
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miércoles, 20 de junio de 2018

Diciembre de 2001












Espero no desilusionar a los que llegaron acá pensando encontrar algún comentario relacionado con la gran crisis económica que tuvimos en la República Argentina y que desembocó en la declaración de default a la deuda externa y, posteriormente, en un periodo de desendeudamiento, crecimiento económico y afirmación de derechos de más de una década.

Nada de eso. Se trata de un tema literario del que resultará tentador, para los argentinos, hallar puntos comunes con aquella situación. Me refiero concretamente a Diciembre de 2001 – La mañana verde, una de las historias de Crónicas marcianas de Ray Bradbury. El libro, –una ciencia ficción futurista de 1946/50–, reúne episodios de la conquista de Marte por parte de los terrestres que suceden desde Enero de 1999 hasta Octubre de 2026. Como todas las buenas obras del género asombra por su carácter poético y anticipatorio, a la vez que le caben las generales de la ley: el futuro llega y descoloca.


Los títulos de las historias pueden ser leídos como un sarcástico y demoledor anticipo de la ficción literaria sobre la cruda realidad:
            Enero de 1999 – El verano del cohete (léase: El verano “al cuete”)
            Marzo de 2000 – El contribuyente
            Diciembre de 2001 – La mañana verde
            Abril de 2005 – Usher II
            Abril de 2026 – Los largos años
Me permití remarcar en negrita dos historias. La mañana verde, como una metáfora de lo que nos pasó: el protagonista, a pesar de todo, planta árboles y sueña un futuro mejor y Usher II por el homenaje a Poe y su claridad. Los largos años es un demoledor relato sobre la soledad. Borges hallaba 2004 – La elección de los nombres y Abril de 2000 – La tercera expedición como los más alarmantes y verosímiles. Cualquiera de ellas nos transporta a una situación inesperada e interesante.
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jueves, 14 de junio de 2018

Con el mismo cuento 49 – E. A. Poe y R. Bradbury












La caída de la casa Usher, 1839, cuento de Edgard Alan Poe
Abril de 2005 ‒ Usher II, 1950, episodio de Crónicas Marcianas de Ray Bradbury.

El cuento de Bradbury es un delicioso homenaje al de Poe, al punto que comienza y finaliza con los mismos párrafos. Allí terminan las coincidencias y cada uno sigue su propio camino, uno por el terror del gótico y el otro, por el de una ciencia ficción que disimula una declaración de amor.
Además de la explícita cita, desde el título, a La caída de la casa Usher hay numerosas referencias a otros cuentos de Poe: Los asesinatos de la calle Morgue, El pozo y el péndulo, El tonel de amontillado y más, que una lectura cuidadosa permitirá descubrir. La quema de libros y la censura es uno de sus puntos centrales.
Más allá del reconocimiento al Maestro, la historia es indudable precursora de Fahrenheit 451 que escribiría tres años después.
Y por si todo eso no fuera suficiente hay menciones a viejos conocidos, La bella durmiente,
Blancanieves, Alicia en el país de las maravillas y alguna  frase de Shakespeare. Una perlita: el protagonista se llama William Stendhal, como para que vayamos teniendo en cuenta desde el vamos por dónde va el corazón del autor.
Resumiendo: un banquete para el alma.


Del cuento original se ha escrito y analizado tanto y tan bien que lo mejor será remitirse a los trabajos que hay subidos a la internet. Abajo hay dos enlaces a los textos, pero si alguno estuviera con un ataque de fiaca o no encontrara los lentes para ver desde cerca, La caída… fue llevada al cine en 1960 con Vincent Price y dirección de Roger Corman y Usher II se puede ver en Youtube como una serie de TV con guión del mismo Bradbury. Dura 23 minutos.

La caída de la casa Usher:

Usher II:
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domingo, 3 de junio de 2018

Cuentos de peluquería


Salvación de Yayá, 1977, cuento de Marco Denevi, de su libro Reunión de desaparecidos.
El peluquero y Falsa promesa, 2016, cuentos de Alejandra Zina, de su libro Hay gente que no sabe lo que hace, Paisanita Editora, Buenos Aires.

La peluquería de Denevi es de los años 30 del siglo XX y le permite jugar con lo masculino y lo femenino. El universo de los sicilianos se entremezcla con su clientela extranjera o vernácula y la incorporación de una manicura viene a ensanchar ese mundo hasta límites impensados. Aparecen el amor y el simulacro de la sexualidad. Un ejemplo de cuento clásico hasta en su desenlace de tragedia griega: todo se derrumba y cae, menos la reflexión sobre qué es la identidad y qué es el amor.

Las de Alejandra Zina son más cercanas. Tienen peluquera, coiffeur o estilista, pero la vida pasa por ellas y nos vemos reflejados, al punto de sorprendernos, más que cuando nos miramos al espejo. Es que ella ve esos detalles de nuestras miserias y grandezas que nos enfrentan a nuestra propia vulnerabilidad.  Además, cuando ya creemos saber por dónde va la cosa, hace una finta y sale para otro lado dejándonos sin sosiego.


Salvación de Yayá (fragmento)
            ¿Alguien conoció la peluquería de Doménico Scaricamusuzzo, alias Musú? Estaba ubicada (hablo de los años 30) en la calle San Martín, en el barrios de los Bancos, de las agencias de cambio y de las oficinas de los corredores de Bolsa, un barrio que en los días hábiles parece de fiesta y en los días de fiesta, un cementerio. Allí abrió Musú su peluquería.
            No se equivocó. Una clientela fija, estable, de hombres de negocios, de hombres formales, de buen pasar, algunos extranjeros, dos o tres ingleses (fue uno de estos ingleses el que un día lo llamó Musú, porque ningún inglés, salvo que haya enloquecido antes, sería capaz de pronunciar el apellido Scaricamusuzzo, y aquel Musú les pareció a todos, incluido Musú, tan bello, tan musical…
...         Estaba, pues, don Musú. Estaban los ocho oficiales. Estaba Nicola. Diez sicilianos. Y entre los diez sicilianos estaba Yayá. La mejor manicura del mundo, sin discusión. No arreglaba las uñas, las cambiaba por otras. En el lugar de la uña ponía un pétalo de rosa, la escama de una sirena. Húmeda de rocío o seca y pulida como un trocito de mármol de Carrara.

El peluquero (fragmento)
            Lo conocí en Adriano Coiffeur, era el mejor y todas preferíamos esperar que nos atendiera él. Cuando decidió abrir su propia peluquería, justo a la vuelta, deslizó la tarjeta de su mano a la mía como una cita secreta mientras me hablaba de cualquier otra cosa.
            Walter fue mi peluquero durante casi quince años, el mismo que llevo viviendo en esta calle de Almagro. Nos veíamos una vez por mes, pero el tiempo hizo algo sólido entre nosotros.
       
Walter sabía manipular mi pelo y mis recuerdos. Si estábamos solos, cerca de la hora del cierre, cuando el único cliente que podía caer era el oficinista que pedía maquinita en la barba y en la cabeza, prendíamos un Marlboro cada uno y tomábamos un café...
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