martes, 12 de septiembre de 2023

¿Qué hay de nuevo, viejo?


Según mis amigos, tengo algunos defectos cada vez más consolidados: intolerancia, poca flexibilidad para aceptar novedades y cierta negación a considerar propuestas artísticas disruptivas. Algo de razón tienen, por lo que -para mostrar mi “apertura”- decidí aceptar la invitación a un espectáculo que no conocía.

La “perfomance”, me adelantaron, tendría escenas de “poliamor” (sonamos, Florencia Peña, me dije), un baile de disfraces temático (pensé: estamos al horno, Alan Faena u otro por el estilo), gente amante del exotismo (dios me guarde, ¡garcas aspiracionales y estrellas televisivas...!) y la presencia del autor (maldición, ¿otra presentación de libros?).

No importa, una mente “abierta” debe entregarse al tiempo que le toca vivir y a lo que el arte depare. ¡Allá fuimos!


La soirée era en el Teatro Colón y el espectáculo una ópera. El lugar es apabullante, no opuse resistencias y me entregué sin luchar. Una hermosa muchacha empezó a cantar, sobre una música todavía más hermosa:


No existe un locura más grande

que amar un solo objeto:

no divierte y trae aburrimiento

al placer de cada día.

Las abejas no liban siempre la misma flor,

la misma brisa, el mismo río;

mi alma y mi corazón voluble

quiere amar así,

quiere cambiar siempre.


Poco después estábamos en pleno baile de disfraces: los bailarines vestidos como si estuvieran en Constatinopla y la orquesta amenizando a la perfección. Corría el champagne, todos estábamos divertidos y despreocupados.

Acá debo hacer una salvedad: hubo un lío de parejas y, al parecer, un marido que bancaba la festichola, herido en el honor, dejó de lado todo el boato del festín y echó a su mujer con mucha rudeza. Por un instante la cosa se tornó casi una milonga orillera: el tipo le arrimó sus bagallos y la mandó a La casita de sus viejos…, ¡a Sorrento! Y la percanta, obediente, Torna a Surriento.

Menos mal que apareció el autor en escena y acomodó un poco los tantos para lograr un final feliz. La pareja terminó reconciliándose y todos terminamos muy contentos: los espectadores, los músicos y los cantantes ¡que nos entregaron una función maravillosa!


La ópera: Il turco in Italia, 1814, de Gioacchino Rossini con libro de Felice Romani (que adaptó el original de Caterino Mazzolà).



¡Grandes Rossini y compañía!

Se burlaron de la moda y los exotismos orientales, nos adelantaron el poliamor, los bailes de máscaras, la presencia del autor en escena y un sin fin de recursos que todavía hoy, 200 años después, se copian a mansalva y se hacen pasar por “modernos”. 


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sábado, 2 de septiembre de 2023

¿Cosa seria la poesía?

 



Dedicada a Jackie Couriel, obstinada defensora de la poesía y de las poetas.

Lo que sigue es un “guiso mestizo” hecho con todos los ingredientes que veo a mano, y en especial con partes robadas a Víctor Hurtado Oviedo de sus Otras disquisiciones, al Romancero y a alguna selección de poesías de Andrés Amorós.


Ante Federico García Lorca, cierto amigo recitaba versos de Rubén Darío y llegó a este: “Que púberes canéforas te ofrenden el acanto”.

-De todo eso, solo he entendido el ‘que’ – replicó García Lorca.

¡Pobre Rubén, jugando de griego! ...tras haber entrevisto nenúfares y cisnes nórdicos en el hirviente lago de Nicaragua, volvió para morir en León… García Lorca no lo entiende, y nosotros tampoco.

Celeste pintura negra. El venezolano Andrés Eloy Blanco (1896-1955) alcanzó lo más difícil de la poesía culta: ser popular *. No se lo propuso (quiso ser bellamente difícil: modernista), pero lo logró tal vez porque su vida se cruzó con las ilusiones frustradas de su pueblo.

Manuel Álvarez (Maciste) puso música a un poema que se canta como Angelitos negros. (1976; baquiné es un funeral africano para niños). Esto es ser popular.


V.H.O. Otras disquisiciones, págs. 243 y 254, Lápix Editores.


* Además es autor de la maravillosa Coplas del amor viajero a la que pertenecen estos versos:


No sé si me olvidarás

ni si es amor este miedo;

yo solo sé que te vas,

yo solo sé que me quedo.


Y que inspiró a Nicolás Guillén para homenajearla en su Glosa, que comienza así:


Como la espuma sutil
con que el mar muere deshecho,
cuando roto el verde pecho
se desangra en el cantil,
no servido, sí servil,
sirvo a tu orgullo no más,
y aunque la muerte me das,
ya me ganes o me pierdas,
sin saber que me recuerdas
no sé si me olvidarás.


Para concluir va este Soneto, del que dice Andrés Amorós: Este soneto abarca una anécdota muy concreta…: usando un refrán de base religiosa, en Dios y en hora buena, sale en busca de un encuentro erótico pagado.

...El poema culmina en una enumeración de verbos, en tercera y en primera persona, verdaderamente brillante, y en una proclamación de la satisfacción erótica que rompe muchos tópicos sobre nuestro Siglo de Oro.


Esta mañana, en Dios y en hora buena,

salí de casa y víneme al mercado;

vi un ojo negro, al parecer, rasgado,

blanca la frente y rubia la melena.


Llegué y le dije: “Gloria de mi pena,

muerto me tiene vivo tu cuidado.

Vuélveme el alma, pues me la has robado

con ese encanto de áspid o sirena”.


Pasó, pasé; miró, miré; vio, vila;

dio muestras de querer, hice otro tanto;

guiñó, guiñé; tosió, tosí; seguíla;


fuese a su casa y, sin quitarse el manto,

alzó, llegué, toqué, besé , cubrila…

dejé el dinero y fuime, como un santo.


El autor: Fray Damián Cornejo (1629-1717), profesor de la Universidad de Alcalá de Henares y Obispo de Orense.

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