viernes, 14 de agosto de 2020

El sulky



La verdad es que les teníamos bronca. Los tipos venían y parecía que habían llegado los bandidos de alguna película del far west. Para ellos todos los muchachos del pueblo éramos unos flojos. Para nosotros, ellos eran unas bestias. Ni siquiera se tomaban el trabajo de lavarse y arreglarse un poco antes de venir al pueblo. Se lavaban sólo si tenían que ir al médico, porque el doctor García los había enseñado y los tenía cortos.

¿Qué se creían? ¿El centro del mundo, porque sabían ordeñar o andar a caballo?

 

El viejo Grassani nos tenía de punto, era un cretino, nunca una palabra amable, siempre prepoteando. Fue el primero en el que pensamos, para que fuera sabiendo que con algunos no se jodía.

El desgraciado pasaba por el boliche de don Cena por las tardes, antes de volverse para las casas. Ataba el sulky, se tomaba un porrón o varios, con ingredientes. Nunca nos invitó con nada ni nos dio unos pesos aunque fueran para fichas del metegol.

De nosotros tres, mi primo Carlos era el más habilidoso y práctico. Él mismo ataba los caballos a la volanta de la panadería, así que en baquía no tenía nada que envidiarle a ningún gringo zonzo.

 

Los animales se aburrían atados al palenque del boliche y nosotros dábamos vueltas por ahí, haciéndonos los distraídos, esquivando las bostas y esperando la ocasión. Y  llegó, fue a fines de septiembre.

No bien anocheció me puse de campana, cerca de la puerta: avisaría con nuestro silbido si venía alguien. Carlos y el Tili soltaron los ganchos del tiro y de las varas al sulky del viejo y nos fuimos a sentar en la vereda de enfrente, esperando que saliera.

 

Cuando subió y sacó al sulky para atrás todo fue como siempre. Pero, no bien lo chirleó para que avanzara, el matungo salió, solito, al trote para adelante. El viejo, en un instante, alcanzó a ver al caballo que se iba mientras las varas se clavaban en el suelo y él salía dando una vuelta carnero. La sacó barata porque alcanzó a largar las riendas, aunque quedó hecho un ovillo en el suelo.

Después de sacudirse un poco, putear y acomodarse, nos encaró.

Nos mostramos serios y preocupados y se convenció de que no teníamos nada que ver.

-¿No vieron a nadie?

No éramos ningunos giles, el viejo entró con patas y todo:

-Viotto y Tuninetti estuvieron buscando algo que se les había caído cerca del caballo suyo.

Eran otros colonos que habían llegado, en sus sulkys, después que él, a tomar algo. Nosotros sabíamos que Grassani estaba de punta con ellos.

 

Salió para adentro del boliche hecho una furia y, mientras nos íbamos, escuchamos cuando se empezó a armar la gorda. Carlitos nos hizo la seña con el índice y el pulgar entre los labios y nosotros juramos respetarla.

Todavía hoy tienen que saber quién fue. Qué se creían esos gringos de mierda.

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sábado, 8 de agosto de 2020

Coplas populares argentinas

Dramáticas, satíricas, políticas y gramáticas

 

DRAMÁTICAS

Es tanto lo que te adoro,
es tanto lo que te quiero,
que si me sacan los ojos
te miro con los aujeros.

 

Yo he querido una rubita,
creyendo que era inocente
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Había tenido diecinueve,
conmigo ya fuimos veinte.

 

GRAMÁTICAS

Yo siempre te’i quisío
y aún te sigo quisiendo.
La culpa vos las tuvío
de no haberte casao con yo.

 

Porqué me casaría,
que apuro me correría,
la plata que le pague al cura
cómo me la chuparía.

 

SATÍRICAS

Cuando Dios formó este mundo
hizo los hombres de barro;
para hacer a ese petiso
tuvo que raspar el tarro.


De las aves que vuelan
me gusta el sapo,
porque es petiso y gordo,
panzón y ñato.

 

POLÍTICAS

Tomadas de El, Juan Facundo de Abelardo Arias

Cap. 9

Cielito y cielo nublado

por la muerte de Dorrego

enlútense las provincias

lloren cantando este cielo.   (popular)

 

Bustos y López

Solá y Quiroga

oliendo a soga

desde hoy están.  (Juan Cruz Varela)

 

Cap. 12

Quiroga me dio una cinta,

y Rosas me dio un cordón,

por Quiroga doy la vida,

por Rosas el corazón. (popular)

 

Cap. 19

Mi caballo era mi vida,

mi bien, mi único tesoro;

a quien me vuelva mi Moro,

yo le daré mi querida

que es hermosa como un oro.    (Juan María Gutiérrez)



CAGADA DE JUSTO JOSÉ
CANTADA POR ANASTACIO EL POLLO
Diamante, setiembre 18 de 1861.
Al Señor Presidente de la Confederación Argentina,
Dr. D. Santiago Derqui.


 

BATALLA DE PAVÓN
PARTE DEL GENERAL VENCIDO
Diamante, septiembre 18 de 1861.
A.S.E. El Señor Presidente de la Confederación Argentina,
Dr. D. Santiago Derqui.

1  Si por algo me he alegrado,
Tuerto, hijo de la gran puta,
De la espantable viruta
Que me han soplado en Pavón
Es por la vaina soberbia
Que el porteñaje altanero
Te hecha a vos, gran puñetero.
Pícaro, tuerto, ladrón.
 
9 Ahora pedime que vuelva
A sufrir por vos derrotas
¿Me creés sonso? ¡Las pelotas!
A mí no me has de joder,
Vos podés seguir la guerra
O hacer lo que más te cuadre,
Pero a joder a tu madre
Que a mí no me has de envolver.

1 Triste es, Señor Presidente,
Para el que firma esta nota,
Dar cuenta de la derrota
Descomunal de Pavón.
Y más que triste, horroroso
Tener que participarle
Que en breve van a quitarle
Banda, elástico y bastón.
 
9 Figúrese Vuecelencia
Si el caso será apremiante
Que le escribo de Diamante
Donde hoy temprano llegué;
Y crea que no hice poco
En llegar hasta este punto,
Pues ya me conté difunto,
Como soy Justo José.

 

He tomado algunas de esta página:

http://www.folkloredelnorte.com.ar/coplas.htm#satiricas

La del Gral. Estanislao del Campo y su parodia atribuida al Cnel. Hilario Ascasubi (con el seudónimo de Anastasio el Pollo) la tomé del gran trabajo de Mirta Amati, que pueden leer en este enlace.

http://www.ucm.es/info/especulo/numero37/bapavon.html

Se refiere a la Batalla de Pavón, cuyo triunfo -de las armas federales- fue entregado/traicionado por Urquiza a Mitre, en un espurio pacto que el entrerriano había acordado previamente con el porteño a cambio de prebendas.

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sábado, 1 de agosto de 2020

Escuchas telefónicas

Escuchas por Amor al Arte



Todas las pequeñas ciudades de provincia se parecen. Una iglesia que resulta ser el punto más alto, una plaza con fuente central, el edificio del Banco de la Nación compitiendo con el de la Provincia, la estación de servicio, las escuelas, la intendencia, algún edificio de altos, la estación de ferrocarril. Vistas desde más cerca, aparecen sus particularidades geográficas y los distingos que atesoramos sus habitantes como trofeos en la puja por tener algo que nos haga diferentes.

Gobernador Dupuy los tenía. No me refiero a ninguna construcción en especial, ni a la casa del doctor Scopani, que competía, en su estilo Selva Negra, con la magnífica de la familia Quirós, cuya reja, hecha por el pintor, era famosa hasta en Buenos Aires. Lo digo porque Dupuy tenía una institución que le daba un nivel cultural del que no cualquier otra podía presumir: la Asociación Amigos del Arte.

Otras ciudades grandes tenían agrupaciones similares, pero Dupuy, que apenas hacía 5 años había superado la barrera de los diez mil habitantes, podía considerarse pionera en la zona. No tenía aero club, como Venado Tuerto, o un balneario con costanera, como Cañada del Molle, pero tenía a Amigos del Arte. Por supuesto, presidida, todavía hoy, por doña Felisa Trollet de Tanalli, la esposa del dueño de la fábrica alrededor de la cual orbitaba toda la actividad económica del lugar.

 

Hoy, del origen de Amigos del Arte nadie se acuerda o no quiere acordarse. Ha quedado como una sombra alrededor de un asunto, del que yo -y no soy la única- tengo el mejor de los recuerdos y nada de qué avergonzarme. Trataré de ajustarme estrictamente a las cosas tal como sucedieron. Empiezo por recordar a las doce fundadoras: Teresita Bertola, Mirta Gelman, Elena García, Josefina Alcorta, Ester Bertot, Juani Neuman, Rosa Ortín, Norma Pellegrino, Marconi Ponte, Esteban Otero, Julio Sozzi y yo.

En realidad, había tres hombres en el grupo. Y tendría que agregar a Laura Giordano, a Amparito Pons y a Néstor Conte que, a su manera, fueron las más importantes de esta historia, aunque no hayan sido parte del grupo, salvo Laura, con la que vendríamos a ser trece, ahora que lo pienso mejor.

Laura Giordano era la operadora de la Unión Telefónica. Ya van a ver por qué su papel fue protagónico. Amparito Pons, que tenía nuestra edad o menos, era profesora de piano y tocaba precioso. Néstor Conte, un muchacho muy buen mozo, deportista, de familia rica, lo que se decía un buen partido. Varias estábamos interesadas en él, pero lo conquistó Amparito.

 

Como en todas partes, la operadora de la central telefónica era una persona con la que había que llevarse bien. Cualquier cosa que pasara, era la primera en enterarse. La central estaba en lo de Laura, la operaban ella, su mamá o su papá. Si había algún nacimiento, una discusión fuerte, un fallecimiento o lo que fuera, ella lo sabía antes que nadie. Eso le daba una especie de poder que debía mantener reservado, como el de un cura confesor, pero todo el mundo sabía que lo tenía. Mejor tenerla de amiga. Y nosotras éramos muy amigas, desde la primaria.

Gracias a Laura fui la primera en enterarme de que Néstor y Amparito se habían puesto de novios. Y en recibir, como un secreto entre nosotras, una conexión a las llamadas que a las 19 se hacían los tórtolos. Las dos escuchamos como afilaban. Voy a obviar, por discreción, las charlas de comienzos del noviazgo –que, a decir verdad, eran bastante aburridas- para centrarme en lo que terminó siendo nuestra pasión.

La cosa empezó cuando Amparito decidió cambiar las palabras  por interpretaciones en el piano. Todas las tardes, Néstor recibía el regalo de una pieza que ella le tocaba.

Al principio, eran unos boleros maravillosos. Tan lindos que no resistí y terminé contándole nuestro secreto a Teresita, otra amiga íntima. Logré que Laura la conectara a ella también. Ya éramos tres compartiendo las serenatas.

 

Cuando Amparito pasó de los boleros a temas de películas, quisimos incorporar a otras amigas a las escuchas, pero Laura se encontró con una complicación: no sé qué problema, el número de clavijas simultáneas, creo, no lo permitía. Ahí llamamos a Marconi Ponte, que tenía fama de ingenioso, era técnico de la usina y me arrastraba el ala.

Enseguida encontró una solución: hizo un tablerito portátil, que Laura ponía y sacaba, y nos permitió llegar a doce líneas escuchando, todas a la vez, las llamadas. Una se la tuvimos que dar a él. No importaba, le teníamos mucha confianza porque era un muchacho de buenos sentimientos. También incorporamos a Esteban Otero, un tipo fino, vidrierista de las tiendas La Mundial, que siempre nos conseguía ofertas, saldos de cortes y que tenía muy buen gusto. Una fue trayendo a otra y, cuando nos dimos cuenta, ya estaba el cartón lleno, porque Ester Bertot nos convenció de incorporar a su novio, a ver si así conseguía que le propusiera casamiento.

 

El concierto de las 19, así lo llamábamos, ya incluía piezas de todo tipo. Amparito alternaba, con ese gusto exquisito que tenía, desde valses y preludios hasta temas folklóricos. Nos habíamos acostumbrado tanto que rogábamos que el romance no acabara jamás. La función se convirtió en algo casi religioso. Pocas veces faltaba alguien, y la comentábamos en voz baja en las tertulias del club o en la confitería. Lo que al principio pudo empezar como algo chismoso terminó siendo como una cosa más espiritual. No sé bien cómo llamarla: una necesidad, una alegría, algo que nos embellecía, que nos distinguía.

Estábamos todas ahí, durante esos minutos, conectadas por la magia de la música, escuchando en un silencio absoluto, cada una desde su casa, con la bocina del teléfono tapada por estricta indicación de Laura, que había aclarado perfectamente que no iba a perder su puesto porque alguna tosiera o le ladrara el perro.

 

Un buen día, Amparo nos sorprendió con un tango. Empezamos a percibir que algo estaba cambiando. Tengo que reconocer que Esteban y Marconi fueron los primeros en darse cuenta. Habrá sido cuestión de sensibilidad, o capaz porque tenían más conocimiento de los tangos. Pero al final, todas entendimos que el romance se apagaba.

‒ Tocó Cuando me entrés a fallar el lunes pasado, Desencanto el viernes y ayer Soledad. En el medio mechó Perfidia tres veces y hoy se despachó con Fuimos. ¿Necesitan algo más para entender?

Eso le dijo Esteban a Juani y a Norma, que decían que era pura imaginación nuestra. Ellas siempre fueron de negar las cosas hasta que la evidencia las tapaba. 

Nos empezó a embargar una sensación de vacío. Aunque los varones estaban más tristes que nosotras, la desolación nos paralizaba a todas. No era el romance trunco lo que nos dolía sino el final de las reuniones que nuestras almas compartían por las tardes.

Hasta que alguien tuvo la idea: no importa lo que pase entre ellos, nosotras podemos hacer algo.

 

En un mes, formamos la Asociación Amigos del Arte. El doctor Real hizo los estatutos, la biblioteca nos prestó sus instalaciones para que empezáramos a funcionar y un radiante 21 de septiembre, inauguramos con un concierto de Atahualpa Yupanqui. Era conocido de un vecino que se sumó con entusiasmo al proyecto. El Correo de Dupuy nos dedicó toda la edición de esa semana, y hay que ver lo bien que salió todo. En la foto de la tapa, yo soy la tercera de la izquierda.

Trajimos a Antonio de Raco, a Berta Singerman, a Los Fronterizos, y a tantos más. Desde entonces no paramos nunca, seguimos con una reunión mensual, salvo en los veranos. Eso sí, la idea fue nuestra, nosotras la concretamos, pero antes del año, ya tuvimos que meter a un montón de viejas en la comisión. De todos modos, nadie nos quita el orgullo de saber que lo logramos por las ganas que pusimos y por tirar todas juntas para adelante.

Ahí está nuestra Asociación Amigos del Arte, demostración de que de las peores cosas puede salir algo bueno.


Ágatha Fernández P.