jueves, 17 de diciembre de 2015

Caprichos y caprichosos

Caprichos, caprichitos y caprichosos.


 

El nuevo presidente empezó su mandato con un acto caprichoso para poder cumplir su antojo de no recibir el mando de manos de su antecesora. Puede haber varias razones –todo líder quiere fundarse desde la nada, una planeada puesta en escena, no le gustaba el desodorante de Cristina Fernández, su figura menguaba en el contraste o lo que se les ocurra– pero, casi siempre, en el fondo hay una forma arbitraria, fuera de las reglas (de las leyes) en ese inestable acto voluntario
Si los caprichos se reiteran, de ese primer paso a la transgresión de las leyes y a los actos sin fundamento y contra toda norma moral hay un corto camino.
Una vez que en la conducta prima la mera satisfacción del propio deseo, se hace imperioso despegarse de las normas o leyes a las que un presidente está obligado a cumplir y hacer cumplir a rajatabla.

Desafortunadamente la conducta se repite y el ejemplo cunde entre el líder y sus adláteres.
El nombramiento de los jueces de Clarín en la SCSJ de la Nación y la expresión “será suspendida la aplicación de la Ley de Servicios Audiovisuales porque es contraria a nuestra propia filosofía” (Aguad, 12 dic. 2015) van dejando en claro que el final termina con la conversión del caprichoso en dictadorzuelo y luego en dictador pleno.
Resultaría muy interesante que la prensa totalitaria y hegemónica, que tildaba de loca, bipolar o caprichosa a la Presidenta saliente ponga cuanto antes a sus galenos a tipificar un diagnóstico más preciso de la conducta del actual mandatario que el que intuye este lego.

 
Caprichos de las palabras, cuya dualidad se pone una vez más de manifiesto, el Capricho es también una forma musical nacida a fines del siglo XVI, de forma libre y alegre que empezó formando parte de la suite y que no estaba sujeta a las formas de las composiciones más habituales. Más tarde pasó a ser una composición destinada a un solo instrumento y a posteriori se hicieron para orquesta. El Capricho español de Rimsky Korsacov y el Capricho italiano de Tchaikovsky son de los más conocidos y resulta increíble cómo, siendo ambos rusos, captaron tan hondamente el espíritu de los dos pueblos.


La viñeta es de Maxalba y la foto del Capricho de Gaudí en Comillas.
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miércoles, 9 de diciembre de 2015

Hombre pequeñito

Hombre pequeñito

Desde hace un par de días andan resonando en mis oídos estos poemas de Alfonsina Storni y de Juana de Ibarbourou. Muestran dos miradas en el zigzagueante camino de afirmación de la mujer como sujeto con derechos (más o menos plenos, según se mire.)
Como homenaje a las grandes que han luchado por esas conquistas y honrado sus cargos, por encima de vaivenes circunstanciales, un poco de poesía con la ilusión de que nos proteja de algunas miserias.

Hombre pequeñito

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.

Mujer

Si yo fuera hombre, ¡qué hartazgo de luna,
de sombra y silencio me habría de dar!
¡Cómo, noche a noche, solo ambularía
por los campos quietos y por frente al mar!

Si yo fuera hombre, ¡qué extraño, qué loco,
tenaz vagabundo que había de ser!
¡Amigo de todos los largos caminos
que invitan a ir lejos para no volver!

Cuando así me acosan ansias andariegas
¡qué pena tan honda me da ser mujer!
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lunes, 7 de diciembre de 2015

El despenador - cuentos y novelas

Este es el listado que había prometido con cuentos y novelas que tienen como protagonistas a despenadores, acabadoras y ayudadores. También algunas obras donde se hace referencia a ellos y su oficio. Necesariamente es incompleto, así que acá mismo agrego las disculpas por las involuntarias omisiones.

·         La despenadura, cuento de Vicente Orlando Agüero (1918-1975), argentino.
·         El despenador, cuento de Ventura García Calderón, (1886-1959), diplomático y escritor peruano (nació y murió en París).
·         La acabadora (Accabadora), novela de la italiana Michela Murgia, Editorial Salamandra, 2011.
·         El despenador, novela de Martín Betancor, uruguayo, editorial La propia cartonera, Montevideo, 2010.
·         Ña Micaila, la despenadora, cuento de Rafael Cano, argentino, de su libro Del tiempo de Ñaupa, 1983.

Hay menciones al oficio o a los trabajos de despenadores en:

·         Preziosa di Sanluri, novela histórica de Carlo Varese, (1783-1866), médico y escritor italiano nacido en Piemonte.
·         Historias ocultas de la Recoleta, relatos de María Rosa Lojo, escritora argentina, Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2000.
·         El héroe discreto, novela de Mario Vargas Llosa, escritor peruano, Editorial Alfaguara, 2013.
 


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martes, 1 de diciembre de 2015

Ventura García Calderón - El despenador

El despenador
Ventura García Calderón


Lo habían ensayado todo sin éxito; el sebo de jaguar; la lana de llama blanca, que alivia el dolor si se ha friccionado con ella el pecho del enfermo; las hierbas serranas que el brujo del pueblo vecino propinaba en un mate de chicha después de haber escupido, como las llamas, hacia los malos poderes del aire. La serafina, hechicera insigne, se untó el sábado por la noche el cuerpo entero de polvos amarillos y salió volando a Huamachuco, a besar tres veces el trasero del macho cabrío. Pero ni el diablo ni los santos pudieron aliviar al viejo cacique de indios que agonizaba en su cabaña.

No moría el viejo como los demás, resignado a lo inevitable, en silencio, apenas quejoso, bebiendo chicha y aguardiente para acelerar el tránsito a mejor vida. Se retorcía, espumaba, maldiciendo. Nadie podía pegar los ojos en la cabaña: ni los cerdos rosa, ni las alpacas, ni el perro pastor, ni los hijos del moribundo, que se acostaban todos juntos. ¿Hasta cuándo iba a gemir el taita viejo? Los malos espíritus se habían cernido allí como lechuzas en las tumbas; y junto al fogón, lleno de taquía, el estiércol de llama, que tornaba sofocante la atmósfera, discutieron todos sin prisa. Tal vez el taita escuchó algún comentario, pues se irguió en el lecho de paja con tan siniestra mirada que el hijo mayor se puso a temblar y a persignarse.

Estaban de acuerdo: era necesario llamar al despenador, último recurso antes de pagar al cura el entierro. Cuando el caso es desesperado, el despenador viene a abreviar la agonía.
Es un verdugo de buena voluntad, respetado y pagado. Sólo pudo llegar dos horas después porque había “trabajado” toda la tarde en un pueblo de los contornos. Era un indio hercúleo, de barbas ralas y solapado mirar estrábico.

Vestía poncho oscuro con pantalón de paño militar, y llevaba los desnudos pies roídos por la nigua mal curada. Colgaban de su cuello esas piedras que las gentes del país aseguran ser “ojos de gentil”, es decir, disecados ojos de muerto. Para darse bríos pidió el despenador un mate de chicha, y se estuvo chacchando en la puerta, sin hablar, sonriendo torpemente al cielo, en que viraban los cóndores. De cuando en cuando cogía un piojo de los cabellos y lo hacía estallar entre los dientes.

Adentro, el indio viejo siguió chillando, y fue preciso entrar a calmarlo. El despenador apartó los cerdos, pudo amarrar al perro hambrón que aullaba siniestramente, y en cuclillas avanzó hacia el agonizante; le sujetó ambos brazos con un ronzal. Bruscamente le apoyó en el cuello el peso de su flaca rodilla. Era la manera habitual de despenar. La aguda rótula penetró en las carnes, y el moribundo empezó a jadear con ese estertor apresurado, que era siempre el preámbulo de la fácil agonía. Sudaba el despenador en la cabaña, sudaba envuelto en el poncho, sin terminar. Sentía sobre sí la mirada fría del cacique y perdía los bríos para estrangularlo.
-¡Pumañahui, cuntursoncco! (Ojos de puma, corazón de cóndor) –regañó entre dientes con un gemido gutural.

El moribundo pudo deshacerse, en fin, de aquellos garfios de los dedos; se irguió como un hombre sano, y la lucha comenzó en silencio. Por primera vez el despenador veía con espanto la resurrección de un cliente sin acertar a defenderse. ¡El cacique había recobrado aquella fuerza famosa que le permitía matar indios de un solo abrazo!

La familia aguardaba en la puerta que el despenador saliera a llorar con ella al cacique muerto. Para esperar con calma, para alejar a los malos espíritus que circundaban la cabaña, trajeron chicha y aguardiente en los inmensos porongos que ostentaban en relieve chorreras de lluvia y mazorcas de maíz, todos los signos de la abundancia del Padre Sol, fecundo y dadivoso cuando quiere. Junto al coro de bebedores, un chiquillo se dejaba conducir como un ciego de lazarillo por una rata monstruosa: llevaba atada al rabo una cuerda de lana roja. Sobre un nido salvaje se removían dos aguiluchos recién nacidos que alguien robara, para obsequiarlos, en la más alta roca de los Andes.

Entonces, como se escucharan ruidos violentos en la choza, nunca jamás la acción de despenar a un moribundo había tardado tanto, se decidieron los hijos a derribar la puerta. Un alarido común los retuvo. El moribundo había llevado hasta el fogón de taquia al despenador, que agonizaba allí, carbonizado ya, con el rostro adolorido y anguloso de las antiguas momias. En cuclillas, el cacique estaba quemando para calmar a los poderes infernales, unas hojas de coca en la vasija negra.

Al sentir entrar a sus parientes, no se quejó ni volvió el rostro para mirar con severidad a nadie. Matar a los moribundos era la costumbre inmemorial y él la acataba como todos. Pero él estaba vivo, fuerte, lozano. Para probarlo, levantó a un cerdo en brazos y salió entonces al aire libre, masticando la coca amarga, a beber y bailar con toda la parentela serrana que preparaba el funeral.
FIN

El despenador se puede escuchar acá:
http://www.blindworlds.com/publicacion/78334
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