jueves, 22 de noviembre de 2018

Con el mismo cuento 54 - Salinger y Murakami

Adolescentes en fuga
El cazador oculto o El guardián entre el centeno, 1951, novela de J. D. Salinger, (1919-2010).
Kafka en la orilla, 2002, novela de H. Murakami, (1949).

El tema central compartido es el de un adolescente en busca de sí mismo y de un lugar donde insertarse en este mundo que no le ofrece amparo ni le resulta interesante. La novela de Murakami podría anotarse, además de en este, en otros artículos de esta serie ya que se trata de una mezcla de diferentes historias ya consagradas, pero esta es la principal.

De ser posible, deberíamos leer El guardián entre el centeno olvidándonos de toda la parafernalia promocional que giró a su alrededor.
Si hacemos abstracción de toda esa cháchara que la ha rodeado encontraremos una obra excepcional, potente y conmovedora, muy bien escrita y que muestra como ninguna la ambición y la angustia de la adolescencia.
El lenguaje con que Holden Caulfield va expresando, con lucidez y sinceridad, sus sentimientos nos va envolviendo poco a poco. Y se hace más verosímil a medida que mezcla contradicciones, críticas exageradas y esa oscilación entre la omnipotencia y el fracaso que están siempre pendulando sobre su cabeza.
El escenario es el este de los EEUU en la posguerra y a pesar de eso tiene una actualidad sorprendente. Los conflictos que aborda y el modo de la narración le dan un aire atemporal. Si hiciera falta algo más para resaltar sus méritos literarios agregaría que no tiene concesiones ni propone fórmulas para cerrar interrogantes.

Kafka en la orilla alterna dos historias. El relator y protagonista de los capítulos impares es Kafka Tamura, un joven de 15 años que huye de su casa. Los pares cuentan otra historia, la  del Sr. Nakata, de sesenta y pico años, con una discapacidad originada en un incidente durante la Segunda Guerra Mundial.
Entre los aspectos positivos a destacar está la lectura fácil y amena ‒aún cuando aborda temas espinosos como la cuestión de las distintas identidades sexuales‒, y un diestro manejo de la técnica literaria. Entre los puntos más flojos está la falta de verosimilitud de los relatos y la poca credibilidad de sus personajes.
Lo peor es que no se le cae una idea propia y es un interesante collage de sus gustos literarios occidentales: además de la reversión de Salinger, podemos dedicarnos al juego de encontrar otros “préstamos”. Adelanto algunos; de J.L.Borges sus temas “la Biblioteca” y “el Laberinto”; de Manuel Scorza y Orhan Pamuk, las alternancia de capítulos con dos historias; de Manuel Puig, intercalar “denuncias” y “actas policiales” textuales en sus novelas; de Sigmund Freud las fantasías edípicas que agregó a su Holden Caufield; de Philip Roth partes de El lamento de Portonoy.
Juan Gabriel Vázquez en su comentarios sobre esta novela encuentra otras semejanzas y las comenta con mucha gracia: “…personajes víctimas de perturbaciones pasadas y de masturbaciones presentes. (Sí, así es: sólo una novela como El lamento de Portnoy contiene más masturbaciones por capítulo que una de Murakami.) Al final, resulta que esta mezcla de El guardián entre el centeno y Terciopelo azul. …”
He escuchado por ahí que el autor está propuesto para el Nobel. Seguramente no debe ser por esta novela.  
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lunes, 12 de noviembre de 2018

Con el mismo cuento 53 - Franz Kafka y Philip Roth


Un artista del hambre, 1922, cuento de Franz Kafka, (1883-1924).
Siempre he querido que admiréis mi ayuno, o una mirada a Kafka, 1973, ensayo/cuento de Philip Roth, (1933-2018).

Debo a la escritora Matilde Sánchez la relación entre los cuentos reunidos hoy. En su conferencia/entrevista de la VI Bienal Borges Kafka contó que Roth, a quien ella entrevistó, siempre reconoció la influencia de Kafka en su literatura y que le tenía gran admiración.
Esa filiación literaria está presente, dijo, en muchas de sus novelas, pero en este cuento es explícita: el título es una frase clave del protagonista del otro cuento. Y está dedicado a sus alumnos del curso sobre Kafka que dictó en la Universidad de Pensylvania en 1972.

Es una figurita difícil de conseguir por acá y no muy conocida. Está en un libro de 1975, publicado en España en 2008 como Lecturas de mí mismo – Ed. Mondadori –.
La parodia de Roth es amorosa y las comparaciones son siempre odiosas, pero de esto trata esta serie “Con el mismo cuento”. Después de leerlos uno tiene la impresión de haber visto un partido del Real Madrid y uno de Nueva Chicago. Los dos interesantes y dignos de verse, pero uno de la “A” y otro de la “B”.

El artista del hambre es devastador. La historia de un ayunador y su espectáculo sirve como alegoría para hablar de las reacciones ante el hambre, la vida y el sufrimiento de nuestros semejantes. La opresión que produce su lectura nos va dejando sin aire. No necesita dar el golpe final, nos empuja con un dedo y caemos. Kafka estaba en su plenitud como escritor ‒a dos años de su muerte‒, ve con claridad la noche negra que se avecina sobre Europa, el sombrío porvenir de la humanidad. Podemos inferir que predice la consolidación del nazismo y los horrores que vendrían, aunque esto parezca una mirada muy subjetiva. Su lectura es muy oportuna hoy, en nuestro 2018, en que nos aguarda un panorama tan lúgubre como el de aquel entonces; con los trumps, los nenataniahus, los bolsonaros, los macrisitos; en fin, con tantos pichones de Hitler pululando por el mundo.
Si esta interpretación les resultara muy parcial y no fuera el caso, su pluma filosa y sin concesiones admite otras miradas, tanto o más válidas.

Siempre he querido… tiene dos partes. La primera es una biografía algo equívoca. El autor-narrador tiene 40 años y mira una foto de Kafka en sus 40. Las asociaciones y las identificaciones se disparan para todos lados, Roth proyecta más de lo suyo que del checo. Imagina una “metamorfosis” del propio Kafka antes de morir que lo convierte en todo aquello que no fue en su vida: padre, marido, amante y judío practicante.
La segunda parte es superior, graciosa y divertida. Kafka no ha muerto, aparece en EEUU como un europeo del este, refugiado. Soltero y sesentón, da clases de ydisch en una escuela hebrea de Newark. El autor-narrador tiene acá 9 años, es un alumno que se apiada de él y hace que su familia lo invite a cenar. Al padre se le ocurre la posibilidad de casarlo con la cuñada solterona que vive con ellos.
¿No es maravillosa la idea de tener a Kafka como tío?
Cuando todo apunta para un paso de comedia, el relato se pone kaflkiano, el autor cumple 20 años, pelea con el padre, se va de su casa, se hace escritor, el matrimonio de la Tía Rhoda no se concreta, el Dr. Kafka muere, sus libros no llegan a publicarse nunca.
El final espeja el otro final: simplemente el destino de este Dr. Kafka no era ser Kafka.
Un final extraño, dice el autor: “No más extraño que el hecho de que un día un hombre se transforme en un insecto. Un final que nadie creería, ni siquiera Kafka.”
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miércoles, 7 de noviembre de 2018

La segunda


Vos ni lo sospechás todavía. Te parece algo natural, como una idea o una impronta cultural del ambiente en el que nos movemos. Es más, has dicho muchas veces: en el interior es casi lo común, la norma. Estás tenso cuando el semáforo nos detiene y, seguramente, vas pensando que todas las relaciones son complicadas. Te persigue eso de que la felicidad es inalcanzable si las cosas salen con la segunda como salieron con la primera. Y hasta fantaseás con la tercera, pero reconocés enseguida que esto es más delirio que realidad.

Sos consciente de que cualquiera pensaría que vos te metés solito en estos embrollos, pero el tema se va tornando una obsesión, te persigue como una sombra. No bien se prende la verde, salís, ponés la segunda y te sentís cómodo andando con ella. Es loco, pero tenés que reconocer que has hecho la asociación y algo crujió adentro tuyo.

Estás sorprendido, el tema te asalta por todos lados. Un cartel llama tu atención: Seguros La Segunda. Tratás de desviar el pensamiento, pero es imposible. En el mismo instante recordás lo incómodo que te puso esa oferta del supermercado: descuento del 40% en la segunda unidad. Dudás sobre si es una casualidad o la vida te está tomando de punto. Querés tranquilizarte pero te sentís un ciudadano de segunda.

Empezás a pensar si las cosas no estarán yendo demasiado lejos o si estás un poco trastornado. ¿O será simplemente que, como te dijeron en muchas ocasiones, es imposible llegar al fondo del otro, tanto más si lo inalcanzable es otra? Puede que estés pensando en Freud y su comentario acerca de la imposibilidad de conocer lo que piensa la mujer, pero no va por ahí. Y no te pongas a joder con eso de la desvalorización de la segunda y todas esas macanas porque no se trata de eso. Lo sabés muy bien.

Se trata de que las cosas llevan su tiempo y decantan en el momento menos pensado. Persevera, persevera. Vas a ver que se trata de un problema del lenguaje, no de relaciones personales. Es que caés en una confusión si crees que vos y tu interlocutora, cuando se habla de una cosa, entienden lo mismo. Si te aflojás un poco, te entregás y te dejás llevar vas a darte cuenta de que las cosas no son tan complicadas. En cuanto evitás forzarlas, salen. Necesitarán cuidados, revisiones y todo lo que quieras, pero salen. Dejá fluir esa vena humorística tuya y reconocé sin ir más lejos que, al final, esto terminó todo narrado en segunda.
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Fernando Terreno

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sábado, 3 de noviembre de 2018

Jeans


Curioso desgarramiento el del individualismo uniforme y su consolación mediante el uso de un pantalón.
Esos oscuros (o claros o del color que fueren) objetos de deseo en países fuera del “mundo libre” han sido protagonistas de historias que parecen ridículas a los que para usarlos sólo tienen comprarlos en un shopping. Más allá de la practicidad de la prenda y de la gigantesca operación de marketing que la convirtió en un emblema de entrada al paraíso de la “democracia y la libertad” es, a la vez, una palmaria muestra del arrollador avance de la globalización totalizadora.

Según Mircea Cartarescu el nombre jeans viene de “ginovesi”. Los pantalones de los marineros genoveses que los emigrantes italianos llevaron a América. Originalmente no eran teñidos, pero un fabricante norteamericano, posiblemente Levi Strauss, se encontró un día con una gran cantidad de anilina azul. Tiñó las telas y así aparecieron los blue jeans, que fueron inmediatamente adoptados por su resistencia y por disimular la suciedad.
Hay otras versiones.


La tela con la que están hechos se llama Denim (hoy de trama blanca, urdimbre azul) y su nombre proviene de que, en principio, se fabricaba en las tejedurías de la ciudad de Nimes, en Francia.
Esas lonas de algodón asargado se usaban para velas y carpas. Eran de colon marrón y es con ellas que Levi Strauss empezó a hacer en 1853 ropa para mineros y trabajos pesados. Según la Wikipedia, fueron los comerciantes genoveses los que las tiñeron de azul con un pigmento, el índigo, que traían de la India y de Java. Esto hasta que Bayær, en 1880, sintetizó un colorante azul que terminó con el extraído de la leguminosa asiática.

Un cuento del rumano Mircea Cartarescu describe bellamente la fascinación que los vaqueros provocaron en él, un joven con apremios económicos en la Rumania de los tiempos de Ceaucescu. Se llama Mi primer vaquero y espero que lo encuentren en la red. Si no fuera así, lo enviaré a quien me lo pida.
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