lunes, 12 de noviembre de 2018

Con el mismo cuento 53 - Franz Kafka y Philip Roth


Un artista del hambre, 1922, cuento de Franz Kafka, (1883-1924).
Siempre he querido que admiréis mi ayuno, o una mirada a Kafka, 1973, ensayo/cuento de Philip Roth, (1933-2018).

Debo a la escritora Matilde Sánchez la relación entre los cuentos reunidos hoy. En su conferencia/entrevista de la VI Bienal Borges Kafka contó que Roth, a quien ella entrevistó, siempre reconoció la influencia de Kafka en su literatura y que le tenía gran admiración.
Esa filiación literaria está presente, dijo, en muchas de sus novelas, pero en este cuento es explícita: el título es una frase clave del protagonista del otro cuento. Y está dedicado a sus alumnos del curso sobre Kafka que dictó en la Universidad de Pensylvania en 1972.

Es una figurita difícil de conseguir por acá y no muy conocida. Está en un libro de 1975, publicado en España en 2008 como Lecturas de mí mismo – Ed. Mondadori –.
La parodia de Roth es amorosa y las comparaciones son siempre odiosas, pero de esto trata esta serie “Con el mismo cuento”. Después de leerlos uno tiene la impresión de haber visto un partido del Real Madrid y uno de Nueva Chicago. Los dos interesantes y dignos de verse, pero uno de la “A” y otro de la “B”.

El artista del hambre es devastador. La historia de un ayunador y su espectáculo sirve como alegoría para hablar de las reacciones ante el hambre, la vida y el sufrimiento de nuestros semejantes. La opresión que produce su lectura nos va dejando sin aire. No necesita dar el golpe final, nos empuja con un dedo y caemos. Kafka estaba en su plenitud como escritor ‒a dos años de su muerte‒, ve con claridad la noche negra que se avecina sobre Europa, el sombrío porvenir de la humanidad. Podemos inferir que predice la consolidación del nazismo y los horrores que vendrían, aunque esto parezca una mirada muy subjetiva. Su lectura es muy oportuna hoy, en nuestro 2018, en que nos aguarda un panorama tan lúgubre como el de aquel entonces; con los trumps, los nenataniahus, los bolsonaros, los macrisitos; en fin, con tantos pichones de Hitler pululando por el mundo.
Si esta interpretación les resultara muy parcial y no fuera el caso, su pluma filosa y sin concesiones admite otras miradas, tanto o más válidas.

Siempre he querido… tiene dos partes. La primera es una biografía algo equívoca. El autor-narrador tiene 40 años y mira una foto de Kafka en sus 40. Las asociaciones y las identificaciones se disparan para todos lados, Roth proyecta más de lo suyo que del checo. Imagina una “metamorfosis” del propio Kafka antes de morir que lo convierte en todo aquello que no fue en su vida: padre, marido, amante y judío practicante.
La segunda parte es superior, graciosa y divertida. Kafka no ha muerto, aparece en EEUU como un europeo del este, refugiado. Soltero y sesentón, da clases de ydisch en una escuela hebrea de Newark. El autor-narrador tiene acá 9 años, es un alumno que se apiada de él y hace que su familia lo invite a cenar. Al padre se le ocurre la posibilidad de casarlo con la cuñada solterona que vive con ellos.
¿No es maravillosa la idea de tener a Kafka como tío?
Cuando todo apunta para un paso de comedia, el relato se pone kaflkiano, el autor cumple 20 años, pelea con el padre, se va de su casa, se hace escritor, el matrimonio de la Tía Rhoda no se concreta, el Dr. Kafka muere, sus libros no llegan a publicarse nunca.
El final espeja el otro final: simplemente el destino de este Dr. Kafka no era ser Kafka.
Un final extraño, dice el autor: “No más extraño que el hecho de que un día un hombre se transforme en un insecto. Un final que nadie creería, ni siquiera Kafka.”
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