domingo, 13 de enero de 2019

Zaraza, Sarasa


Para los argentinos “sarasa” es emitir un discurso vacío y sin contenido.
El gran cómico Fidel Pintos hizo famosa a esa palabra e inventó otra: “sanata” que significaba lo contrario, un discurso largo y aburrido lleno de palabras inconexas que también conformaban un sinsentido total. Llegó a imponer la expresión: “es un sanatero” para indicar a personas que hablaban sin decir nada. El tipo hacía un verborrágico monólogo de pura sanata y a su vez, en otros momentos de su actuación, omitía totalmente su discurso, diciendo “Sarasa” y presentándose como representante diplomático plenipotenciario del reino de Sarasa Sarasa.
La palabra tiene otros significados, prostituta por un lado y hombre homosexual por el otro.

Permítanme cambiar ahora sarasa por zaraza y enviarlos a una historia maravillosa que enlaza a nuestra Argentina con Rumania y a las dos naciones con el tango. Zaraza es una palabra gitana que significa, precisamente, maravillosa. Una hermosa prostituta del Bucarest de 1930 llevaba ese nombre y el Gardel rumano de aquellos tiempos, enamorado locamente, le dedicó un tango: “Zaraza”. El tango, que resultó ser una copia del tango “Zaraza” compuesto en 1929 por Benjamín Tagle Lara y tuvo gran éxito acá en la voz de Ignacio Corsini, fue “adaptado” luego de escucharlo tocado por Francisco Canaro y su orquesta en París, durante su gira de 1930. Allá también fue un éxito, al punto que lo comparaban con Lily Marlene.
Curioso, porque el título acá se refiere a la “ingrata” por cuyo abandono llora un carrero y usa la palabra como letanía para animar a sus bueyes. La versión rumana ensalsa a la hermosa gitana, la letra es nostálgica y romántica, lo que acentúan musicalmente los violines frente al ritmo de nuestras guitarras.


La historia completa, con las letras de ambos tangos y las interpretaciones de Ignacio Corsini y de Cristian Vitale en rumano, la  encontrarán acá:


Para cierre de esta entrada dejo una versión en rumano de “Yira, yira”, realizada en 1930 por Cristian Vitale.
Después de escucharla me quedó flotando una pregunta: ¿Es posible que los rumanos sean más sentimentales y melancólicos que los argentinos y uruguayos juntos?
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martes, 1 de enero de 2019

Con el mismo cuento 56 - Bioy Casares y Mircea Cartarescu

Buscando a Ovidio (Ovidio Publio Nasón – 43 aC. /17dC.)


Ovidio, de Adolfo Bioy Casares (1914-1999), cuento de su libro Una magia modesta, 1997.
Pontus Axeinos, de Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), cuento de su libro El ojo castaño de nuestro amor, 2015.

La sintonía temática entre las obras de hoy es tan grande como diferentes las escrituras de ambos autores, atraídos por las mismas incógnitas y deslumbrados por el brillo y la trascendencia del poeta latino, condenado al destierro por el Emperador Augusto.
Por diferencias que nunca fueron aclaradas, Augusto condenó a Ovidio Publio Nasón en el año 8 dC, cuando tenía 65 años, al exilio en los confines del Imperio, en el Ponto, en la ciudad de Tomis (hoy Constanza, sobre el Mar Negro, en Rumania). Posiblemente algo que dijo en el Arte de amar fuera la causa de su condena, pero no lo sabemos.
El hombre siguió escribiendo en el destierro las Tristes, Las Pónticas, Ibis. Y unas cuantas cartas pidiendo una clemencia que no llegó jamás, hasta que murió a los 74 años.

Hay más obras que buscan a Ovidio, por ejemplo la novela de otro escritor rumano, Vintila Horia (1915-1992): Dios ha nacido en el exilio. Diario de Ovidio en Tomis, donde hace un paralelismo entre su propio exilio (que incluyó un par de años en la Argentina) y el del poeta latino. Confieso un motivo personal para agregar a estos intentos de encuentos de Ovidio: el recuerdo de mi padre, Ovidio él también, seguramente por alguna evocación asociada a la lectura de sus poesías por parte de un abuelo o abuela. El Arte de amar estaba en casa como si lo hubiera escrito algún pariente lejano... o él mismo.

Pero, para esta serie, será suficiente con las dos elegidas. Tanto Bioy como Cartarescu escriben sus homenajes y dejan constancia de su admiración con su estilo propio.
El protagonista de Bioy es un campestre bonaerense que pasea y se arriesga por Constanza en busca de rastros de Ovidio, mecha algunas cosas de Borges y del lunfardo, y sorprende con una frase final llena de un humor maravilloso.

Cartarescu entrega una autobiografía en cuotas-capítulos, donde teje su relación con Ovidio y se muestra algo soberbio, pero el capítulo 3 es tan hermoso que podemos ser piadosos con él. Es una larga enumeración de Ovidios que lo asaltan por todos lados, desde un cognac, pasando por un hotel, negocios varios, ópticas, pastelerías, salchichones, fábricas, inmobiliarias, una Universidad, hasta terminar en un vino espirituoso y ambarino: Lágrima de Ovidiu.
Esquivo o generoso, hay Ovidio para todos.
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