viernes, 24 de julio de 2020

Humor del Bueno (Robos a Freud)


Todos o casi, son tomados o adaptados (¿adoptados?, diría un lacaniano) de su recopilación de chistes. Que alguien me perdone, no quisiera invocar a algún dios en vano, por mi ateísmo. 

1 Muñeca brava
Una dama italiana le da una lección al desconsiderado de Napoleón, durante un baile:
Tutti gli italiani danzano si (cosi) male (todos los italianos bailan muy mal).
Non tutti, ma buona parte (no todos, pero buena parte).

2 Federico II, grande en serio.
Hasta los oídos de Federico El Grande llegó la fama de un predicador espiritista de Silesia, del que se decía que hablaba habitualmente con los espíritus. Lo hace llamar e interroga personalmente:
¿Puede usted conjurar los espíritus? ¿Los llama usted habitualmente?
‒ Si, Majestad, pero nunca acuden.

3 Confusiones, mezcla de palabras y otras yerbas.
Leopoldo II de Bélgica, terrible asesino dueño del Congo, a los 62 años quedó deslumbrado por la bella bailarina Cléo de Merode de 22 años que, al parecer, no le correspondía. La prensa pasó a llamarlo Cleopoldo.
Al juez de Inodoro Py de apellido Canicoba Corral, se lo conoce en el ambiente como Canicoima Corral aludiendo a alguna característica de su desempeño. Como ahora se jubila, será reemplazado por otro integrante de la banda, Julián Puercolini, quien continuará perpetrando la injusticia.


¿Lógico o no?
Un cliente entra en una pastelería y pide una tarta, pero la devuelve enseguida, pidiendo en cambio una copa de licor. Después de beberla se va sin pagar. El dueño de la tienda le llama la atención:
‒ ¡Se olvidó de pagar la copa de licor que tomó!
‒ Ha sido a cambio del pastel.
‒ ¡Pero si el pastel tampoco lo ha pagado!
‒ Claro, cómo lo voy a pagar si no lo he comido.

5 Escépticos, descreídos.
Dos amigos caminan juntos
‒ ¿Creés o no creés en Dios?
‒ Menos que el ejército en la inocencia de Dreyfus…
‒ ¿Ni siquiera ahora que el éxito te persigue?
‒ Es que me persigue hace años, pero no me alcanza.

6 Monarca contrariado
Su Majestad recorre el reino. Entre la gente que lo vitorea ve a un paisano, pobre y no muy bien vestido, que se le parece extraordinariamente. Le indica que se acerque y le pregunta:
¿Recuerda usted si su madre sirvió en palacio alguna vez?
No Alteza,respondió mamá no, pero sí papá.
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lunes, 20 de julio de 2020

Los Sulkys - 1a parte

Los sulkys


Formando un collar de sulkis

dormitan bajo el sereno,

y esperan pacientemente,

a que regrese su dueño.

 “Fiesta churita”

Chacarera de Agustín Carabajal

                

Para principios de octubre, los años en que el trigo pintaba bien, los colonos empezaban a venir al pueblo por las tardes, para hacer compras, gastar a cuenta de la cosecha y, al final, pasar por el boliche de don Fortunato Pirrotta a tomar algo. Inmigrantes o sus hijos, con huellas de la guerra o del trabajo duro, curtidos por el sol, los dolores y la nostalgia, le daban al moscato, que acompañaban a veces con queso, salame y aceitunas.

 

-La mare, ben? Il parín, ben?- El piamontés era obligatorio para cualquiera que quisiera tenerlos como clientes. Aseguraba un clima de confianza mutua. Las charlas empezaban por asuntos familiares y seguían con registros de lluvias y la marcha de los sembrados, cotizaciones y todo tipo de novedades sociales o de la ciudad.  El comerciante que no sabía piamontés no lograba venderles un kilo de pan.

En cambio, los empleados, los funcionarios del correo y del ferrocarril no eran tan amables. Trataban de poner cierta distancia, usaban el español y, a sus espaldas, se burlaban del cocoliche de los otros.

En el medio, estábamos los chicos y los jóvenes, a veces compañeros en la escuela de las hijas e hijos de esos mismos colonos, en especial de los que vivían a menos de dos leguas del pueblo.

 

En general los pibes oscilábamos entre la admiración y el desprecio por esos compañeros brutos, casi siempre más grandes y forzudos. Cada tanto, el descubrimiento de la dulzura de algunas chicas de la colonia rompía con esos prejuicios y acortaba las falsas distancias.

No teníamos dudas de que ellos eran los chúcaros que venían a caballo a la escuela con sus cuadernos de caligrafía desastrosa y nosotros los puebleros civilizados, con nuestras hojas sin dobladuras y prolijos dibujos con tinta china.

Eran dos mundos separados, ocasionalmente reunidos por romances nacidos en los grados superiores y continuados en bailes, misas y otras fiestas que terminaban con unos brazos más para ayudar en el campo o con una belleza rural que llegaba al pueblo.

 

Pirrotta ya sabía que los colonos más resistentes al trago, o no tan disciplinados, se quedaban hasta la noche y terminaban emborrachándose con suissé. Chau moretina, Mia mamma veul che  fila, Sul ponte di Bazzano eran fijas en el repertorio del coro monótono y nostálgico. A veces jugaban al truco o a la báciga, otras se agregaba un acordeonista y la música llegaba como una letanía. La cosa se prolongaba hasta que don Fortunato decidía cerrar, iba levantando las mesas y los echaba a todos.

Emprendían entonces la retirada y se iban para las casas. Subían a los sulkys, milagrosamente, y se confiaban a la mansa sabiduría de sus animales, que los llevaban seguros, de regreso, a pesar de que sus conductores se dormían ni bien conseguían acomodarse en el asiento.


No recuerdo bien de dónde salió la idea, si la escuchamos o se le ocurrió al Tili o a otro más avispado. Lo que sí recuerdo es que nos pareció un golazo. Al instante los cinco conjurados estuvimos de acuerdo y comenzamos a armar el plan. Nadie nos iba a descubrir. Nadie nos castigaría. Nunca se enterarían quiénes eran los autores. Demostraríamos claramente que éramos pibes avivados y no colonos ingenuos. La armamos para un miércoles antes de un feriado y la hicimos sin que nadie nos viera. En ese sentido fue un éxito total.

Cambiamos los caballos de cuatro sulkys. Los desatamos de a dos y volvimos a atar cuidadosamente, de modo que al sulky de Orestes Mainardi le pusimos el caballo de Mateo Wenger y viceversa. Lo mismo hicimos con la yegua de Ovidio Sartori: la cambiamos con la de Italo Garrone. Cuidamos todos los detalles: zaino por zaino y mora por mora. Y nos escondimos a dos cuadras para ver los frutos de nuestro trabajo.


.... Continúa en la anterior
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Los Sulkys - 2a y última parte

continuación...
                                          

El tiempo no pasaba nunca. Finalmente se acallaron las canciones y comenzó el desbande. Los gringos salieron en los sulkys. Hasta allí, todo iba a la perfección: Mainardi salió al trote tranquilo, sin darse cuenta, dormido, hacia la casa de Wenger, llevado por el zaino que volvía a su querencia. Y lo mismo pasó con los demás: Sartori terminó en lo de Italo, Mateo en la casa de Mainardi, y Garrone dicen que recién se dio cuenta dónde estaba, a las 6 de la mañana del día siguiente, cuando lo despertó la dueña de casa, todo dolorido, doblado en el asiento del sulky.

Nos fuimos a dormir divertidos y felices, imaginando líos matrimoniales, las reprimendas de sus mujeres, una que otra pelea y despreocupados por completo de las consecuencias ulteriores. Que las hubo. La mujer de don Ovidio tenía fama de brava, era una calabresa robusta de la que se decía que, sola, era capaz de voltear un novillo chico. Parece que los fajó a los dos, primero al Lito, después de despertarlo, y más tarde a don Ovidio, cuando apareció para el almuerzo.

 

La alegría nos duró poco, hasta la tarde. Un pueblo es un lugar muy chico: nunca falta algún resfriado y no tardaron en descubrirnos. El viejo Fortunato estaba furioso porque decía que el boliche se iba a quedar sin clientes, y lo mismo los de Pellegrino & Asinari - Ramos Generales. Les pidieron a nuestros padres que nos castigaran: a los de sexto los querían hacer echar de la escuela, y a los dos más grandes, del club. Yo la saqué más o menos barata. Pero al Tili, el viejo de dio una tunda que nos metió miedo. La barra terminó desarmándose, y cuando de casualidad nos cruzábamos en algún lado nos esquivábamos con un sentimiento de vergüenza que nos acompañó mucho tiempo.

 

Mi familia se mudó y nuestras vidas siguieron por otros rumbos. Cuando vienen los recuerdos de aquellos tiempos y la primera barra de amigos que nos creíamos inseparables, pienso en las consecuencias de nuestra broma y me parece que las cosas no hubieran sido muy diferentes sin ella, o quién sabe. A veces, creo que los destinos de cada uno estaban marcados con anterioridad y todo hubiera sido lo mismo. Pero, a su manera, aquella travesura dejó sus marcas.

Para ser justo debo decir que no todas fueron dolorosas. Hace poco volví al pueblo, de visita, habían pasado unos años. Caminaba distraído cuando me crucé con Ida Wenger. Había guardado su dulce recuerdo tapado por un saludable olvido. Todo se hizo presente en un instante, vivamente; era la hermosa hija de Mateo que en sexto fue mi compañera y con la que bailamos el Cuando, un 25 de Mayo. Estuve a punto de cruzar a la otra vereda, pero ella me llamó sonriente y me dijo: -No sé si ya lo sabés, pero te cuento que dos años después de aquello, Orestes y yo nos casamos. Siempre decimos que estamos juntos gracias al cambio de los sulkys. Y que tendríamos que agradecerles lo que hicieron.-

Me dio un beso y volvió a desaparecer para siempre.

Fin

 

Gracias a Angel Cortázar, que me contó esta historia.

 

 

Mia mamma veul che fila  se puede escuchar aquí (en piamontés)

https://www.youtube.com/watch?v=ViX8QJJIplU