domingo, 27 de octubre de 2019

Julia Deck – novela: “Viviane Élizabeth Fauville”

Celebro con asombro la cadena de cosas que hizo que esta novela llegara a mis manos. Primera novela de su autora francesa, publicada y premiada en 2012, que los editores de Eterna Cadencia tuvieron el tino agregar a su catálogo con una muy buena traducción argentina.
La leí con deleite, con sorpresa, admiración y la envidia de que una primera obra pudiera ser tan potente como tranquila, tan económica como precisa y tenerme agarrado del cuello, llevarme de aquí para allá y dejarme con una sensación de alegría y desolación al mismo tiempo.


La protagonista, la Viviane del título, madre a los 42 años de una beba de 2 meses, recién mudada, separada y abandonada por su marido, mata a su psicoanalista.
Cuando uno cree que está frente a un policial seco, se encuentra con un cuestionamiento al concepto del “instinto maternal” y a la emergencia de Viviane transitando su nueva etapa, caminando por la difusa zona que separa la “locura” de la “normalidad”. La autora logra que usted tenga una total empatía con ella, que acaba de cometer un crimen, lo mismo que había hecho Borges con Ema Zunz.
Los devaneos con la investigación policial nos tienen en vilo tratando de que los investigadores no la descubran a pesar de su insistencia en volver una y otra vez por la zona del crimen y en dejar hilos a la vista.

No les voy a decir cómo termina, pero a mí me enganchó en la búsqueda de otros hilos: los de las lecturas y la formación de una escritora tan interesante, que ella se encarga de dejar en el texto del mismo modo que deja flancos para los detectives.
En la página 26 hay una referencia explícita a La pata de cordero, de Roald Dahl y en la 105 otra, no tanto, a Tierna es la noche, de Francis Scott Fitzgerald.
A tal señor, tal honor, dice el refrán. De tales maestros esta gran escritora.
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jueves, 16 de mayo de 2019

Seudónimos

Seudo significa falso. Seudónimo es un nombre falso usado para ocultar el verdadero. Hay diferentes razones para usar un seudónimo, algunas más atendibles, otras más perentorias y hasta risueñas. Trataremos de husmear los motivos para la elección de algunos y dejar volar la imaginación a partir de allí, sin otro propósito que divertirnos y acrecentar la reunión de datos aparentemente inservibles.

Empecemos por el principio: el primer tipo que cambió su nombre fue Jacob. Con la complicidad de su madre (¡y del mismo Dios!, como se ve después, Génesis 25,19 – 50,21) se quedó con la herencia familiar que le correspondía a su hermano Esaú, gemelo y primogénito. Iba rajando con los rebaños y demás bienes rapiñados y se encontró con Yavhé en persona que a cambio de la adoración/representación exclusiva le propuso mudar de nombre y de esa manera ser otro: “En adelante, tu nombre será Israel”, le dijo. Ambos pretendían que, teniendo otro nombre, serían otros en apariencias y podrían disfrutar de lo robado sin complicaciones ni reclamos. Algo similar a lo que hace nuestro presidente cuando cambia sus dineros mal habidos poniéndolos a nombre de testaferros, con “pases de mano” o modificando las sociedades off-shore.


No vayamos tan atrás para no perder la idea inicial que sería esta: así como tenemos la teoría de que el autor del crimen siempre deja una huella o algo que lo delate porque, en el fondo, lo que busca es un poco de reconocimiento, algo que lo individualice, que indique que se trata de él y no de otro; del mismo modo, en la elección del seudónimo, estaría la idea de ser alguien distinto, que deje también saber quien soy realmente o quisiera ser.

Comenzaremos con tres escritores argentinos: Andrés Rivera, Lobodón Garra y César Tiempo.
El primero formó su alias con el apellido del escritor colombiano José Eustasio Rivera y el nombre de la calle en que vivía: Andrés Lamas. Hijo del Gral. Agustín P. Justo y de Ana Bernal, Lobodón lo construyó a partir de la nomenclatura que se daba a los fósiles de animales prehistóricos (Gliptodón, Mylodón), nombrados en sus primeros “Relatos bravíos de la Patagonia salvaje y de los mares australes: La tierra maldita”. También usó Agustín Bernal, mezcla del nombre del padre y el apellido de la madre. El verdadero nombre de Tiempo era  Israel Zeitlin. Su seudónimo es un juego a partir de la traducción de su apellido alemán: zeit tiempo, lin cesar.
                                                              
El escritor norteamericano O. Henry y el revolucionario ruso León Trotsky, cuyos nombres originales eran Sidney William Porter y Lev Davidovich Bronstein comparten el mismo origen de sus alias: una estadía en la cárcel, donde tomaron el nombre de sus respectivos carceleros. El primero, acusado de un faltante de dinero, lo usó después de cumplir su condena y el segundo, detenido político en Odesa a los 21 años, fue desterrado a Siberia de donde escapó, dos años más tarde, con aquel nombre en un documento falso. Y lo siguió usando el resto de su vida.


Quizás el seudónimo que mejor refleja el irónico humor y el talento de su autor, es el del escritor Scholem Aleijem. El autor de Tevie, el lechero (El violinista sobre el tejado) se llamaba Sholem Yakov Rabinovitsh o Rabinnovitz. El seudónimo significa “la paz esté con ustedes”. El tradicional saludo judío lo hizo inmensamente popular: “Cada vez que se crucen dos paisanos, dirán mi nombre al menos un par de veces”.  Lo que se dice, un publicista genial.
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domingo, 5 de mayo de 2019

Lágrimas y sonrisas - microficción

Lágrimas y sonrisas ‒ Microficción

Conmovido por el duro final de sus padres, el doctor Pedroni comenzó a aplicar la eutanasia. Fabrica un brebaje que permite pasar al otro mundo sin dolores, con gran disfrute y mucha alegría. Esto le ha traído un éxito profesional y económico considerable que ahora está en peligro.
Han llegado noticias de una reunión de difuntos que dicen que jamás hubieran dado su consentimiento de haber sabido que la vida todavía podía tener momentos tan divertidos.
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Fernando Terreno

El autor de la viñeta es F. Mahel
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miércoles, 24 de abril de 2019

Cordero asado - La viuda se casa - parte 1

Roald Dahl escribió su inquietante "Cordero asado", Hitchcook hizo una adaptación para TV y Ricardo Holcer otra en forma de monólogo teatral: La Sra. Maloney. Todas inquietantes y con un toque de humor. Hace poco vi a Verónica Koziura haciendo, en el teatro El sótano, una inquietante señora Maloney (con dirección de Holcer) y me dio ganas de escribir una continuación. Acá está, lo pondré en tres partes para darle a cada una el tamaño usual del blog.


La viuda se casa
En la otra habitación, Mary Maloney empezó a reírse entre dientes.
Cordero asado, cuento (1979) de ROALD DAHL

El asesinato de Patrick Maloney afectó la moral de los hombres del Distrito. Todos, en alguna medida, continuaban masticando el tema sin poder digerirlo ni olvidarlo. Los más afectados eran los detectives: se trataba de un colega y el caso había quedado sin resolver. El Inspector Rawson lo había notado y hacía lo imposible para sacar a su gente de esa situación. Ya que no habían podido dar con el asesino, al menos, que el fantasma de Patrick descansara en paz.

Daniel Rawson era reservado, conocía al dedillo a sus subordinados y ellos lo respetaban. Un hombre singular, culto, muy aficionado a la literatura, en especial, al género policial. Sus hombres no recordaban haberle visto jamás un gesto de ansiedad, los más viejos lo apodaban “Paciencia”.
Un mes o dos después del suceso convocó a los más cercanos a unas charlas sobre gajes del oficio. En la primera contó su experiencia acerca de una de las cosas más difíciles de afrontar: cerrar los casos no resueltos. Aceptarnos imperfectos, admitir los fracasos y limitaciones, dijo, es duro pero es la única manera de seguir en esto.
                                                           
En el otro extremo de aquel drama, la viuda de Maloney, con su embarazo muy avanzado, no se mostraba como una mujer apesadumbrada. Continuaba viviendo en su casa sin darse mucho al trato con los vecinos. Quizá la proximidad del parto o su propio carácter ayudaban a darle ese aire de lejanía. No parecía una viuda reciente. Un enigma, pensó Rawson una vez que la vio caminando por el centro. Recordó los anagramas aprendidos en alguna lectura de Borges: destino ‒ sentido, enigma ‒ imagen. Ella era un enigma para él, su imagen le causaba inquietud. Cosas del destino, su vida parecía seguir su propio sentido.

En la segunda charla, se explayó sobre la afición al género policial, compartida con muchos de sus hombres. Fue preguntando a cada uno por sus favoritos y corroboró algo que ya presumía: todos los agentes leen policiales, mientras más bajo es el grado, más burdos, amarillos o truculentos los autores elegidos. Los agentes sin carrera por delante leían relatos carcelarios; los que aspiraban a detectives, policiales clásicos o negros. Él estaba convencido de que el detective más capaz era el más culto. La intuición y la suerte ayudaban, pero nada reemplazaba a las buenas lecturas, al rigor obstinado y a una memoria siempre alerta. Reunir hechos sueltos, como los poetas reúnen palabras que parecen no tener nada que ver unas con otras, ese era el camino y su máxima aspiración en la profesión. Cuando decía esto, su gente lo miraba con extrañeza. O’Malley se animó a decir:
‒ Yo leo porque me entretengo y me gustan, nada más.

Al año, el homicidio empezó a caer en el olvido. En ese momento, Rawson decidió, en su interior, que el caso merecía revisarse. El autor ya se sentiría a salvo y empezaría a relajarse y a equivocarse. Un incómodo malestar lo invadía: primero, porque contrariaba todo lo que había inculcado a sus hombres sobre aceptar las frustraciones y, segundo, porque sospechaba de Mary Maloney, algo demasiado grosero para él, que se creía tan sutil y profesional.
Muy discretamente, comenzó a reunir información sobre la viuda. Supo que llevaba una vida tranquila, dedicada por completo a atender a su criatura, que utilizaba los servicios del Hospital Zonal, que recibía pocas visitas, entre ellas, las de un colega del difunto. Este dato lo irritó mucho, pues pensó que su prédica había sido desoída y que el Sargento Nooan, seguramente, actuaba por su cuenta siguiendo el viejo y burdo adagio policial: Cherchez la femme.

‒ Jack, lo llamé porque quería hablar con usted sobre su relación con la señora Maloney.
‒ Lo escucho, Jefe.
‒ Usted sabrá disculparme, iré al grano: ¿Curiosidad profesional o cortesía?
‒ Al principio, fue por solidaridad y cortesía. Pero ahora creo que estoy enamorado. Y también está la criatura. Me fui encariñando… También por cosas que usted dijo…
‒ ¿Que yo dije?
‒ Claro, a mí también me gustan los policiales. Mi héroe es el Inspector Maigret. Más allá de cómo resuelve los casos, admiro esa vida tranquila que lleva con su mujer. Ella lo espera con la comida y es la reina de su hogar. Eso quiero para mí y Mary podría…
‒Ah, eso…‒ Rawson se apoyó en el respaldo, guardó una sonrisa ‒. Le deseo suerte y le pido que cada tanto, si no lo considera indiscreción, me cuente cómo va todo. Dele saludos de mi parte. ‒Salieron del despacho para tomar un poco de aire‒.
El encuentro tranquilizó al Inspector y despejó sus dudas sobre las motivaciones del Sargento. Por ese lado, no había posibilidades de que hubiera puesto en alerta a su investigada. Además, contaba con una preciosa fuente de noticias, más cercana imposible.

Tiempo después, Nooan le contó que la comida había sido un punto importante en los primeros encuentros. En varias ocasiones le preparó cordero al horno. Una vez que fue temprano, la vio sacar la carne del freezer. No sabía bien porqué se molestó y discutieron muy fuerte. Esa misma noche acordaron no volver a comer cordero. Les traía el recuerdo de aquella otra tarde funesta. Se prometieron ser cuidadosos y hacer todo lo necesario para quitar a Patrick Maloney de entre los dos. Ella es tierna y jugosa, dijo, y él tuvo que hacer un esfuerzo para no largarse a reír. Le pareció un adolescente enamorado. ¿Ella también lo estaría?

Rawson hizo un repaso descarnado del estado de su investigación. Descartando toda la  hojarasca, le quedaban dos sospechosos y las evidencias eran tan débiles que prácticamente no tenía nada. Uno era Stuart, otro detective de la misma camada que la víctima. Las únicas razones que tenía para pensar en él era que había estado de franco ese día y que el autor había procedido como un profesional: nunca hallaron en la casa huellas de nadie extraño. Se podía sumar que se tenían antipatía y discutían con frecuencia, pero el tipo había quedado realmente afectado y no trataba de disimularlo ni sobreactuaba. Solo se había hecho más temeroso, la reacción habitual en estos casos.
La otra era Mary, solo porque estaba en la casa y porque fue la primera en ver el cuerpo. Por lo demás no había nada, estaba con un embarazo avanzado, había llamado de inmediato al Distrito, no se sabía ‒él, al menos‒ de problemas entre ellos. Sin embargo, algo lo empujaba a profundizar por este lado. El panorama no era muy alentador, había que seguir trabajando.

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Continúa en la parte 2
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Cordero asado - La viuda se casa - parte 2


Viene de la parte 1
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Llegó a enterarse de que Patrick había tenido alguna relación con la dueña de una joyería de Longford para la época del homicidio, aunque los datos eran confusos. Hizo las 18 millas para conseguir información directa pero todo terminó en un fiasco. Al parecer no se trató de asuntos amorosos sino de consultas profesionales por servicios que ofrecía con otro compañero. Otra cosa para descartar.
La averiguación de los antecedentes familiares de Mary Gilligan viuda de Maloney, en su pueblo natal, tampoco aportó datos significativos: una chica muy inteligente y también rara y retraída, así la recordaba una de sus maestras. Algún familiar se había suicidado y tuvieron problemas económicos. Poco, muy poco, mejor dicho menos que nada, porque algo de esto llegó hasta Mary o eso le pareció a él por algunos comentarios que hizo Jack. En adelante, tuvo que replantear la estrategia con el supuesto de que ella pudiera estar sobre aviso.

‒Me comentó Jack que le gusta mucho la lectura. A mí también, soy socia de la biblioteca.
‒Qué bien, señora. Yo he escuchado a Jack alabar sus habilidades en la cocina…
‒Si quiere comprobarlas personalmente, será un gusto para nosotros que venga a casa a tomar el té o a cenar, lo que prefiera.
‒Muchas gracias. Me pondré de acuerdo con Jack para elegir una ocasión propicia, no muy lejana.
‒Cuando guste.
Pensó entonces que ella aprovechaba el encuentro casual para mostrarse bondadosa porque estaba algo tensa.  Después, que empezaba a exponerse, lo que aumentaba la posibilidad de que cometiera algún error. Eso lo excitó. Le resultaba interesante y atractiva. El también la veía tierna como el Sargento pero con una mirada dura a la vez. Una mujer misteriosa, resumió, ahí está su atractivo, además de su belleza, por cierto.

Tareas rutinarias, peleas de borrachos, disputas menores matizaban apenas la actividad del Distrito. Lo único interesante esa semana fue un hecho extraño: el robo de un documento histórico, exhibido en la Biblioteca. Para conmemorar el aniversario del Acta por los Derechos Civiles, habían expuesto una serie de documentos alusivos y uno, no el más valioso, había sido sustraído a la vista de todos. El caso ponía en cuestión la seguridad del resto del patrimonio y, como la principal sospechosa era la propia empresa de vigilancia, se complicaba e iba camino de engrosar la carpeta de casos “sin resolución”.
Mientras sus hombres trabajaban, Daniel Rawson estaba ahí fastidiado, el asunto no le importaba, su cabeza seguía en “el caso Maloney”. Se le ocurrió aprovechar la ocasión y hacer un listado de los libros que retiraba Mary.
Dos autores le llamaron particularmente la atención, uno de apellido irlandés y otro, un tal Cortázar, ambos argentinos. Empezaría por dar una mirada a los de este último, del que ya había sentido hablar.

‒ Lo noto algo desmejorado, Jack. ¿Qué le pasa?
‒ Nada especial. Debo tener algo en el estómago. No me está cayendo bien la comida.
‒ Pero Mary cocina muy bien. Doy fe. Gracias una vez más por aquella cena…
‒ Sí, cocina muy bien.
‒ ¿Comió demasiado, quizás?
‒ No, un poco de pastel de queso.
‒ ¿Consultó al médico?
‒ Solo tengo que hacer dieta unos días…
‒ Cuando se mejore, dígale a Mary que agradecería una invitación a tomar el té con ustedes.
‒ Será un placer, Inspector. Seguramente preparará alguna de sus delicias.

Daniel Rawson hizo una pausa en su actividad matinal. Esa tarde iría a tomar el té con los Nooan. Dejaba volar sus pensamientos hasta que una frase se le impuso como un mantra: “La literatura es una cuestión de vida o muerte”. ¿O “escribir es una cuestión de vida o muerte”? Un poco exagerada, pensó. Lo molestaba no recordar quién la había dicho o dónde la había leído. Lo que sí tenía presente es a ese tal Cortázar. Lo había cautivado. En especial, el cuento de los bombones: extraordinario. ¿Cómo se llamaba? Repentinamente le vino a la cabeza la protagonista: Delia Mañara. Delia Mañara, Delia Mañara, Delia Mañara, Delia Mañara, repetía, entraba en éxtasis; como ella, como Delia. Lo asustó disfrutar tanto  ese momento. Se dio una cachetada sonora y empezó a reírse de sí mismo.
Ya compuesto, puso en blanco la cabeza y se sumergió en el trabajo. Apretó el intercomunicador:
‒ Charlie, ¿hay novedades de la Biblioteca?
‒ Nada, señor.
‒ Salgo. No volveré hasta mañana.

...  Continúa


Cordero asado - La viuda se casa - parte 3

continúa (última parte)
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Los Nooan lo recibieron contentos y cordiales. Ella corrió las cortinas y encendió las lámparas. Jack subió a acostar a la criatura.
‒ ¿Cansado, Daniel?
‒ Sí ‒dijo el Inspector, sorprendido por el trato‒, estoy cansado.
Había algo de excitación en ella y el trató de no mostrase en alerta. ¿O sería que realmente quería aparecer seductora?
La conversación fue interesante y distendida. Como era difícil y costoso conseguir niñera, salían poco. Veían cine en la casa. Coincidieron en lo divertida que resultó El divino Ned. Iban y venían sobre títulos afines a los tres. Mary tocaba el piano, Jack le pidió Wonderful world, pero no logró convencerla. Ella prefirió ir cerrando la velada con un licorcito acompañado por bombones caseros. Dawson puso su mejor cara de póker  y tomó uno que hizo jugar entre los dedos. A Mary le pareció que la criatura había empezado a llorar y subió a verla. Esos dos más grandes tienen licor de naranja, dijo desde la escalera. Los hice especialmente para usted, a Jack no le gustan con licor. El inspector lo puso sobre una servilleta, agregó los de licor, los envolvió y colocó en su bolsillo.
‒ Los comeré más tarde, antes de dormir. Por favor no diga nada a Mary. No quiero parecer descortés.
‒ Jefe ‒dijo Jack con la boca llena‒, seré una tumba.
Arriba seguía el llanto y Mary demoraba. El inspector se preparó para salir, haciendo señas de silencio para no despertar más a la criatura.
‒ Es un poco tarde. Me voy. Dígale que todo ha estado exquisito.

Ni bien salió de la casa pensó que podía ser cierto eso de “La literatura es una cuestión de vida o muerte.”  ¿O estaría delirando? Quería serenarse un poco para poder reflexionar con más lucidez. Empezó a decirse que tenía un oficio insalubre, que no se podía vivir así.
Fue directo a su oficina en el Distrito, agarró un papel y empezó a anotar:
·         Llevar los bombones al laboratorio. Si dan positivo…
·         Si algo pasara a Jack (no quiso anotar muerte, pero lo pensó…) adelantaría el resultado.
·         Si eran solo para mí, en cierto punto estamos todos salvados, menos…
·         Si nada pasara y diera negativo…
Quiso asignar probabilidades a las hipótesis y se tranquilizó pensando que esta última era la más posible y a la vez desoladora. Confirmaría que nunca tendría una vida normal, habría perdido la posibilidad de disfrutar de unos simples chocolates y de la amistad sin prejuicios. Además debería reconocer haber trabajado en vano y todo volvería a cero, al vacío inicial. Le quedaría un gusto agridulce pero, posiblemente, mirando con una perspectiva global, no fuera el peor de los desenlaces. Y volvería a confirmar su máxima sobre las imperfecciones.
La posibilidad de que Jack muriera efectivamente, y que él hubiera permitido eso con su reticencia a tomar cartas en el asunto, lo empezó a molestar. Para su carrera la resolución del caso sería un galardón con algunos bemoles. Reconoció que se había mostrado frío y ajeno con Jack (aún considerando posible que los bombones estuvieran envenenados) por temor a hacer un papelón y al ridículo consiguiente. O sea que había jugado con la posibilidad de perder a uno de sus hombres solo para no arriesgarse en una hipótesis algo fantasiosa. No le pareció una conducta muy digna. Decidió demorar el análisis de los bombones. Quería pensar más a fondo esta línea y sus complicaciones. No los llevaría al laboratorio hasta tener más novedades de los Nooan.
La otra línea significaba que el destinatario era él y que su estratagema lo habría salvado. ¿Debería en ese caso arrestar a la viuda? ¿O, en lugar del reconocimiento, futuro asenso y traslado a un mejor destino tendría que afrontar las complicaciones por el riesgo en que puso al Sargento?
Cualquiera que fuera el desenlace empezó a sentir una profunda lástima por todos, por el futuro de la criatura, por él mismo. Lo invadió un gran desasosiego, el mundo era un lugar sin justicia ni piedad.
Se fue a dormir. A la mañana, seguramente, las cosas comenzarían a aclarase.
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Fernando Terreno

martes, 9 de abril de 2019

Teatro - obras con muchos personajes

En estos tiempos de monólogos y “unipersonales” sorprende recordar la gran cantidad de dramaturgos que no se fijaron en cuestiones económicas ni se anduvieron con chiquitas al momento de incorporar personajes en sus obras.

Alejandro Casona puso una docena y media en La Dama del Alba y otro tanto en La Sirena; Arthur Miller casi dos docenas en Las brujas de Salem, Volpone de Ben Johnson tiene diecisiete, Los Artistas de Jacobo Langsner, veinte y Cuatro corazones con freno y marcha atrás, una comedia de Jardiel Poncela anda por ahí.


La cosa no termina aquí, porque a esta fertilidad, hay que sumar las puestas de algunos directores que multiplican varias veces esos números.
De las que han llegado a mis oídos sobresalen netamente dos.

Facundo en la Ciudadela, de Vicente Barbieri, que se estrenó en 1956, en el Teatro Nacional Cervantes de la ciudad de Buenos Aires, con 44 personajes. El director fue Orestes Caviglia, en el papel de Quiroga estaba Miguel Bebán, Milagros de la Vega hacía Doña Gervasia y, entre muchos otros conocidos, estaban también Guillermo Bredeston, Hilda Suárez, Julio de Grazia, María Elina Rúas, José María Gutiérrez y Jorge Rivera López.

La cifra parece difícil de superar, sin embargo queda corta frente a la versión de Ubú Rey de Alfred Jarry, que puso en 1966 en el Louvre el director argentino Víctor García, con 80 personajes.
Sumó “algunos” a los 17 del texto original y se permitió otras licencias no menores. Por ejemplo, el protagónico lo hizo un actor negro, senegalés, que representó el papel del Capitán del ejército polaco, Ubú. La puesta fue aclamada y Víctor García comenzó con ella su consagración en Europa.

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miércoles, 3 de abril de 2019

Muertes como del odio de dios


Juan José Castelli (1764-1812), uno de los pilares de la Primera Junta de Mayo de 1810, hombre de acción y de palabra, apodado “el orador de la Revolución”, murió de un cáncer de garganta.
El gran patriota, emancipador de indios y esclavos, murió con gran sufrimiento, sin poder tragar alimentos ni emitir palabras.
Emile Benveniste, el gran lingüista sirio (1902-1976), presidente de la Asociación Semiótica Internacional, que dedicó su vida al lenguaje, pasó sus últimos seis años con una afección cerebral que le causó dislexia y terminó en una afasia. Sobreviviente de Auschwuitz, se salvó de los nazis escapando a Suiza pero murió sin poder pronunciar una palabra.
El físico y astrónomo italiano Galileo Galilei (1564-1642), además de plantear los pilares de la física moderna, desarrolló el telescopio con el que halló las pruebas que enterraron para siempre al modelo aristotélico y dieron la razón a Copérnico. La muerte lo encontró padeciendo una ceguera, posiblemente causada al usar ese instrumento, sin la protección adecuada, durante sus observaciones del sol y los planetas. 

Hay algo en común en esas muertes: una crueldad innecesaria, excesiva, abstrusa. No son casos raros, hay muchos otros.
Qué decir de Chopin (1810-1849), el compositor romántico muerto de tuberculosis, la enfermedad de los y las protagonistas y heroínas de este movimiento. O de Beethoven (1770-1827), el gran músico y célebre compositor, afectado de sordera total desde 1815 hasta su muerte.  
Termino por hoy con un par de ejemplos paradigmáticos de estas burlas desmesuradas:
Eric Tabarly (1933-1998), el navegante francés que, entre otras hazañas, tenía el récord del cruce del Atlántico en solitario en su velero y había virado el Cabo de Hornos en muchas ocasiones, murió una noche en que un mar duro lo sorprendió en las costas de Irlanda, a donde había salido a dar un paseo con unos amigos. Un golpe lo arrojó al agua sin que pudieran rescatarlo en la oscuridad.
Uno de los primeros actores argentinos, Juan Aurelio Casacuberta (1798-1849), falleció en el escenario de un teatro chileno, de un infarto, mientras agradecía los aplausos finales por su actuación.


La existencia ‒o no‒ de dios me tiene sin cuidado. Pero si existiera, por todo lo anterior, no tengo dudas de que sería un dios perverso, abominable y feroz.
El mito de Prometeo, castigado por Zeus al pretender que los hombres dispusieran del fuego y los elementos a su voluntad; o la versión más moderna, la de Fausto, penalizado al pretender acceder al conocimiento, parece encarnarse en estas historias.
Recuerdo unos versos de Discépolo: “…brutal cuando se ensaña /…feroz cuando hace un mal.” (Infamia, tango de 1941.)
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domingo, 10 de febrero de 2019

Cortázar – Teatro – Nada a Pehuajó, Adiós Robinson y otras.


Cortázar escribió Adiós Robinson a pedido, para un ciclo de radioteatro de la Radio Deustsche Welle, en 1977. Otros grandes escritores participaron de ese ciclo dirigido por el crítico español Ricardo Bada: Heinrich Böll, Günter Grass, Camilo José Cela.
La primera grabación se hizo en esa época, en la filial Colonia –Alemania– de la radio, con un elenco dirigido por un uruguayo y con música de Daniel Viglietti. Esto dio origen a una confusión graciosa: alguien dijo que el estreno había sido en Radio Colonia –Uruguay– (la que tenía a Ariel Delgado como voz insignia) y algún otro exageró diciendo que probablemente Cortázar nació en Tacuarembó…  
En Agosto de 2012, la Radio Nacional de la República Argentina, hizo una extraordinaria versión con Víctor Laplace, Osky Guzmán y Karina K. en las voces y como parte del Programa Secretos Argentinos, de Myriam Lewin y Marcelo Camaño.
La presentó Mario Goloboff y ya hemos hablado de ella:

Por esos años, también por encargo, esta vez de Radio Austria, escribió Nada a Pehuajó, obra de teatro en un acto con muchos personajes (18). Es un policial trágico y a la vez un hondo dibujo de personajes arquetípicos en situaciones llevadas al absurdo, donde cada uno juega el rol que le toca como parte de un juego más grande. De hecho la acción transcurre en un restaurante donde la escenografía, desde el piso hasta los personajes, son figuras de una especie de gigantesco ajedrez.
Son parte del rito del teatro de la vida y cada acto o acción es correspondida por otro con un movimiento que responde al anterior.

Toda la obra teatral de Cortázar está reunida en un volumen póstumo que incluye las tempranas Dos juegos de palabras, escritas en 1948 y 1960, más Nada a Pehuajó y Adiós Robinson de los 70. Dice su agencia editora, Carmen Balcells, que uno es una fábula anticolonialista y ambas, piezas breves que deben tomarse como juegos o divertimentos.
Son eso y mucho más que eso.

Las dos de los años setenta fueron editadas en México por la editorial Katún, en 1984, pocos meses después de la muerte de Cortázar, de la que mañana se cumplen 35 años.
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domingo, 13 de enero de 2019

Zaraza, Sarasa


Para los argentinos “sarasa” es emitir un discurso vacío y sin contenido.
El gran cómico Fidel Pintos hizo famosa a esa palabra e inventó otra: “sanata” que significaba lo contrario, un discurso largo y aburrido lleno de palabras inconexas que también conformaban un sinsentido total. Llegó a imponer la expresión: “es un sanatero” para indicar a personas que hablaban sin decir nada. El tipo hacía un verborrágico monólogo de pura sanata y a su vez, en otros momentos de su actuación, omitía totalmente su discurso, diciendo “Sarasa” y presentándose como representante diplomático plenipotenciario del reino de Sarasa Sarasa.
La palabra tiene otros significados, prostituta por un lado y hombre homosexual por el otro.

Permítanme cambiar ahora sarasa por zaraza y enviarlos a una historia maravillosa que enlaza a nuestra Argentina con Rumania y a las dos naciones con el tango. Zaraza es una palabra gitana que significa, precisamente, maravillosa. Una hermosa prostituta del Bucarest de 1930 llevaba ese nombre y el Gardel rumano de aquellos tiempos, enamorado locamente, le dedicó un tango: “Zaraza”. El tango, que resultó ser una copia del tango “Zaraza” compuesto en 1929 por Benjamín Tagle Lara y tuvo gran éxito acá en la voz de Ignacio Corsini, fue “adaptado” luego de escucharlo tocado por Francisco Canaro y su orquesta en París, durante su gira de 1930. Allá también fue un éxito, al punto que lo comparaban con Lily Marlene.
Curioso, porque el título acá se refiere a la “ingrata” por cuyo abandono llora un carrero y usa la palabra como letanía para animar a sus bueyes. La versión rumana ensalsa a la hermosa gitana, la letra es nostálgica y romántica, lo que acentúan musicalmente los violines frente al ritmo de nuestras guitarras.


La historia completa, con las letras de ambos tangos y las interpretaciones de Ignacio Corsini y de Cristian Vitale en rumano, la  encontrarán acá:


Para cierre de esta entrada dejo una versión en rumano de “Yira, yira”, realizada en 1930 por Cristian Vitale.
Después de escucharla me quedó flotando una pregunta: ¿Es posible que los rumanos sean más sentimentales y melancólicos que los argentinos y uruguayos juntos?
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martes, 1 de enero de 2019

Con el mismo cuento 56 - Bioy Casares y Mircea Cartarescu

Buscando a Ovidio (Ovidio Publio Nasón – 43 aC. /17dC.)


Ovidio, de Adolfo Bioy Casares (1914-1999), cuento de su libro Una magia modesta, 1997.
Pontus Axeinos, de Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), cuento de su libro El ojo castaño de nuestro amor, 2015.

La sintonía temática entre las obras de hoy es tan grande como diferentes las escrituras de ambos autores, atraídos por las mismas incógnitas y deslumbrados por el brillo y la trascendencia del poeta latino, condenado al destierro por el Emperador Augusto.
Por diferencias que nunca fueron aclaradas, Augusto condenó a Ovidio Publio Nasón en el año 8 dC, cuando tenía 65 años, al exilio en los confines del Imperio, en el Ponto, en la ciudad de Tomis (hoy Constanza, sobre el Mar Negro, en Rumania). Posiblemente algo que dijo en el Arte de amar fuera la causa de su condena, pero no lo sabemos.
El hombre siguió escribiendo en el destierro las Tristes, Las Pónticas, Ibis. Y unas cuantas cartas pidiendo una clemencia que no llegó jamás, hasta que murió a los 74 años.

Hay más obras que buscan a Ovidio, por ejemplo la novela de otro escritor rumano, Vintila Horia (1915-1992): Dios ha nacido en el exilio. Diario de Ovidio en Tomis, donde hace un paralelismo entre su propio exilio (que incluyó un par de años en la Argentina) y el del poeta latino. Confieso un motivo personal para agregar a estos intentos de encuentos de Ovidio: el recuerdo de mi padre, Ovidio él también, seguramente por alguna evocación asociada a la lectura de sus poesías por parte de un abuelo o abuela. El Arte de amar estaba en casa como si lo hubiera escrito algún pariente lejano... o él mismo.

Pero, para esta serie, será suficiente con las dos elegidas. Tanto Bioy como Cartarescu escriben sus homenajes y dejan constancia de su admiración con su estilo propio.
El protagonista de Bioy es un campestre bonaerense que pasea y se arriesga por Constanza en busca de rastros de Ovidio, mecha algunas cosas de Borges y del lunfardo, y sorprende con una frase final llena de un humor maravilloso.

Cartarescu entrega una autobiografía en cuotas-capítulos, donde teje su relación con Ovidio y se muestra algo soberbio, pero el capítulo 3 es tan hermoso que podemos ser piadosos con él. Es una larga enumeración de Ovidios que lo asaltan por todos lados, desde un cognac, pasando por un hotel, negocios varios, ópticas, pastelerías, salchichones, fábricas, inmobiliarias, una Universidad, hasta terminar en un vino espirituoso y ambarino: Lágrima de Ovidiu.
Esquivo o generoso, hay Ovidio para todos.
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