miércoles, 24 de abril de 2019

Cordero asado - La viuda se casa - parte 2


Viene de la parte 1
...

Llegó a enterarse de que Patrick había tenido alguna relación con la dueña de una joyería de Longford para la época del homicidio, aunque los datos eran confusos. Hizo las 18 millas para conseguir información directa pero todo terminó en un fiasco. Al parecer no se trató de asuntos amorosos sino de consultas profesionales por servicios que ofrecía con otro compañero. Otra cosa para descartar.
La averiguación de los antecedentes familiares de Mary Gilligan viuda de Maloney, en su pueblo natal, tampoco aportó datos significativos: una chica muy inteligente y también rara y retraída, así la recordaba una de sus maestras. Algún familiar se había suicidado y tuvieron problemas económicos. Poco, muy poco, mejor dicho menos que nada, porque algo de esto llegó hasta Mary o eso le pareció a él por algunos comentarios que hizo Jack. En adelante, tuvo que replantear la estrategia con el supuesto de que ella pudiera estar sobre aviso.

‒Me comentó Jack que le gusta mucho la lectura. A mí también, soy socia de la biblioteca.
‒Qué bien, señora. Yo he escuchado a Jack alabar sus habilidades en la cocina…
‒Si quiere comprobarlas personalmente, será un gusto para nosotros que venga a casa a tomar el té o a cenar, lo que prefiera.
‒Muchas gracias. Me pondré de acuerdo con Jack para elegir una ocasión propicia, no muy lejana.
‒Cuando guste.
Pensó entonces que ella aprovechaba el encuentro casual para mostrarse bondadosa porque estaba algo tensa.  Después, que empezaba a exponerse, lo que aumentaba la posibilidad de que cometiera algún error. Eso lo excitó. Le resultaba interesante y atractiva. El también la veía tierna como el Sargento pero con una mirada dura a la vez. Una mujer misteriosa, resumió, ahí está su atractivo, además de su belleza, por cierto.

Tareas rutinarias, peleas de borrachos, disputas menores matizaban apenas la actividad del Distrito. Lo único interesante esa semana fue un hecho extraño: el robo de un documento histórico, exhibido en la Biblioteca. Para conmemorar el aniversario del Acta por los Derechos Civiles, habían expuesto una serie de documentos alusivos y uno, no el más valioso, había sido sustraído a la vista de todos. El caso ponía en cuestión la seguridad del resto del patrimonio y, como la principal sospechosa era la propia empresa de vigilancia, se complicaba e iba camino de engrosar la carpeta de casos “sin resolución”.
Mientras sus hombres trabajaban, Daniel Rawson estaba ahí fastidiado, el asunto no le importaba, su cabeza seguía en “el caso Maloney”. Se le ocurrió aprovechar la ocasión y hacer un listado de los libros que retiraba Mary.
Dos autores le llamaron particularmente la atención, uno de apellido irlandés y otro, un tal Cortázar, ambos argentinos. Empezaría por dar una mirada a los de este último, del que ya había sentido hablar.

‒ Lo noto algo desmejorado, Jack. ¿Qué le pasa?
‒ Nada especial. Debo tener algo en el estómago. No me está cayendo bien la comida.
‒ Pero Mary cocina muy bien. Doy fe. Gracias una vez más por aquella cena…
‒ Sí, cocina muy bien.
‒ ¿Comió demasiado, quizás?
‒ No, un poco de pastel de queso.
‒ ¿Consultó al médico?
‒ Solo tengo que hacer dieta unos días…
‒ Cuando se mejore, dígale a Mary que agradecería una invitación a tomar el té con ustedes.
‒ Será un placer, Inspector. Seguramente preparará alguna de sus delicias.

Daniel Rawson hizo una pausa en su actividad matinal. Esa tarde iría a tomar el té con los Nooan. Dejaba volar sus pensamientos hasta que una frase se le impuso como un mantra: “La literatura es una cuestión de vida o muerte”. ¿O “escribir es una cuestión de vida o muerte”? Un poco exagerada, pensó. Lo molestaba no recordar quién la había dicho o dónde la había leído. Lo que sí tenía presente es a ese tal Cortázar. Lo había cautivado. En especial, el cuento de los bombones: extraordinario. ¿Cómo se llamaba? Repentinamente le vino a la cabeza la protagonista: Delia Mañara. Delia Mañara, Delia Mañara, Delia Mañara, Delia Mañara, repetía, entraba en éxtasis; como ella, como Delia. Lo asustó disfrutar tanto  ese momento. Se dio una cachetada sonora y empezó a reírse de sí mismo.
Ya compuesto, puso en blanco la cabeza y se sumergió en el trabajo. Apretó el intercomunicador:
‒ Charlie, ¿hay novedades de la Biblioteca?
‒ Nada, señor.
‒ Salgo. No volveré hasta mañana.

...  Continúa


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