domingo, 15 de febrero de 2015

Un cuento de futbol - Zambayonny -


Este hermoso cuento sobre fútbol fue publicado en el Suplemento Ni a palos del diario Tiempo Argentino del 29 de enero de 2015. Lo reproduzco sin autorización del autor ni del editor, y lo retiraré si cualquiera de ellos lo pidiera. Lo pongo, simplemente, porque me parece de los mejores que he leído, en un campo donde han descollado Sasturain, Soriano, Sacheri entre otros.

El partido continuó
por Zambayonny

Hay partidos en los que un equipo se pone en ventaja y a partir de ese momento defiende la victoria metiendo a sus once jugadores dentro del área, renunciando a cualquier forma de ataque, con la orden estricta de hacer tiempo y reventarla.
Pese a que se supone que la mejor manera de cuidar un resultado es con la pelota en los pies y atacando periódicamente para evitar que el rival se adelante con todos sus hombres, el plan de colgarse del travesaño ha valido la pena en tantas ocasiones que muchos directores técnicos lo adoptan de inmediato sin importarles el tiempo que falte por jugar ni los insultos que puedan recibir por realizar cambios cada vez más defensivos.
Esta actitud pone muy nerviosos a los hinchas que descuentan que así no van a poder aguantar el resultado aunque van cambiando de opinión a medida que el reloj avanza y los rivales se nublan tirando miles de centros inofensivos o intentando infructuosamente gambetear a todos, presas de la incertidumbre que provoca sentir que uno está jugando contra un loco.
En algún momento esta estrategia (osada por cobarde) acaba confundiendo a la lógica y todos comienzan a sospechar que es imposible convertir un gol teniendo 11 futbolistas defendiendo dentro del área grande. Es entonces cuando el tiempo comienza a correr a favor de los que defienden.

Recuerdo un partido con estas características en que el árbitro no  permitió que el equipo en ventaja se defendiera con artilugios extras y decidió poner todo su empeño y profesionalismo en tratar de que el encuentro se siguiera jugando a pesar de todo.
Lo primero que hizo fue amonestar a los que perdían tiempo, esto lo llevó a expulsar enseguida a algunos incluyendo al arquero que aunque ya tenía amarilla prosiguió con esta actitud a sabiendas de que jamás le sacan otra a los guardametas en estos casos. El partido continuó. De inmediato los alcanza pelotas comenzaron a realizar su trabajo demasiado lento, así que también los expulsó a todos y desde ese momento cada vez que la redonda se iba del campo de juego él mismo saltaba los carteles para traerla de nuevo. El partido continuó. Cuando empezó a anochecer cortaron la luz como lo hacen habitualmente para enfriar, sin embargo el réferi llamó desde el celular a su cuñado que es electricista y lo hizo ir al estadio para que reconectara el servicio. El partido continuó. Visto y considerando que se iba a complicar mucho mantener la ventaja los hinchas se treparon al alambrado para detener el encuentro pero, lejos de eso, el árbitro se trepó del lado de adentro y les fue aflojando los dedos uno por uno para que se vayan cayendo desde las alturas pese a la asqueante cantidad de escupitajos que recibió en su rostro. El partido continuó. Minuto a minuto los jugadores que iban ganando fingían lesiones y se tiraban al suelo gritando de dolor aprovechando que el carrito con la camilla no entraba nunca, por lo tanto el juez los tomaba de los tobillos, los arrastraba hasta más allá de la línea de cal y no volvía a darles la orden de que reingresaran pese a las protestas de todo el mundo. El partido continuó. Instantes después, en lugar del típico perro que entra a la cancha para detener el juego, entró la mascota del club que era un hurón simpático, gordito y veloz, oportunamente aceitado para que sea imposible de agarrar. Al darse cuenta de esto el juez lo corrió hasta tenerlo más o menos cerca y le lanzó una patada voladora a la cabeza que mató al bicho. Entre abucheos sacó al cuerpo fuera del campo de juego. El partido continuó. Faltaba ya poco tiempo cuando desaparecieron absolutamente todos los balones, entonces el referí fue a buscar el cadáver del hurón, le arrancó la cabeza con los dientes y la arrojó a los pies de los futbolistas para que la usaran de pelota. El partido continuó.

Inmediatamente alguien le lanzó un certero piedrazo que le abrió el cuero cabelludo y pese a que se desmayó durante algunos segundos, se puso de pie, se sacó la camiseta, se la enroscó en la cabeza en forma de venda y siguió dirigiendo bañado en sangre. El partido continuó. Al llegar a los 90 adicionó 35 minutos. Lo querían matar. Entró la policía a pegarles a todos así que llamó a su abogado, les inició un sumario por mal desempeño del deber público y los echó a la fuerza. El partido continuó. En el tumulto le robaron las tarjetas entonces si señalaba al sol (que ya no estaba porque había anochecido) era amarilla y si señalaba la sangre que le chorreaba era roja. El partido continuó. También le sustrajeron el silbato por lo tanto en cada fallo pegaba un alarido finito y penetrante que pretendía imitar el sonido del pito. El partido continuó. Alguien trajo a su esposa y amenazaron con matarla, pero el árbitro aprovechó para pedirle el divorcio. El partido continuó. De inmediato la dirigencia abrió los grifos de riego y las tomas contra incendio inundando la cancha y ahogando a los jugadores, sin embargo el árbitro no detuvo el juego hasta que una hermosa sirena lo tomó del brazo y lo rescató para siempre.
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