martes, 1 de enero de 2019

Con el mismo cuento 56 - Bioy Casares y Mircea Cartarescu

Buscando a Ovidio (Ovidio Publio Nasón – 43 aC. /17dC.)


Ovidio, de Adolfo Bioy Casares (1914-1999), cuento de su libro Una magia modesta, 1997.
Pontus Axeinos, de Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), cuento de su libro El ojo castaño de nuestro amor, 2015.

La sintonía temática entre las obras de hoy es tan grande como diferentes las escrituras de ambos autores, atraídos por las mismas incógnitas y deslumbrados por el brillo y la trascendencia del poeta latino, condenado al destierro por el Emperador Augusto.
Por diferencias que nunca fueron aclaradas, Augusto condenó a Ovidio Publio Nasón en el año 8 dC, cuando tenía 65 años, al exilio en los confines del Imperio, en el Ponto, en la ciudad de Tomis (hoy Constanza, sobre el Mar Negro, en Rumania). Posiblemente algo que dijo en el Arte de amar fuera la causa de su condena, pero no lo sabemos.
El hombre siguió escribiendo en el destierro las Tristes, Las Pónticas, Ibis. Y unas cuantas cartas pidiendo una clemencia que no llegó jamás, hasta que murió a los 74 años.

Hay más obras que buscan a Ovidio, por ejemplo la novela de otro escritor rumano, Vintila Horia (1915-1992): Dios ha nacido en el exilio. Diario de Ovidio en Tomis, donde hace un paralelismo entre su propio exilio (que incluyó un par de años en la Argentina) y el del poeta latino. Confieso un motivo personal para agregar a estos intentos de encuentos de Ovidio: el recuerdo de mi padre, Ovidio él también, seguramente por alguna evocación asociada a la lectura de sus poesías por parte de un abuelo o abuela. El Arte de amar estaba en casa como si lo hubiera escrito algún pariente lejano... o él mismo.

Pero, para esta serie, será suficiente con las dos elegidas. Tanto Bioy como Cartarescu escriben sus homenajes y dejan constancia de su admiración con su estilo propio.
El protagonista de Bioy es un campestre bonaerense que pasea y se arriesga por Constanza en busca de rastros de Ovidio, mecha algunas cosas de Borges y del lunfardo, y sorprende con una frase final llena de un humor maravilloso.

Cartarescu entrega una autobiografía en cuotas-capítulos, donde teje su relación con Ovidio y se muestra algo soberbio, pero el capítulo 3 es tan hermoso que podemos ser piadosos con él. Es una larga enumeración de Ovidios que lo asaltan por todos lados, desde un cognac, pasando por un hotel, negocios varios, ópticas, pastelerías, salchichones, fábricas, inmobiliarias, una Universidad, hasta terminar en un vino espirituoso y ambarino: Lágrima de Ovidiu.
Esquivo o generoso, hay Ovidio para todos.
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