Salvación de
Yayá,
1977, cuento de Marco Denevi, de su libro Reunión
de desaparecidos.
El peluquero y Falsa promesa, 2016, cuentos de
Alejandra Zina, de su libro Hay gente que
no sabe lo que hace, Paisanita Editora, Buenos Aires.
La
peluquería de Denevi es de los años 30 del siglo XX y le permite jugar con lo
masculino y lo femenino. El universo de los sicilianos se entremezcla con su
clientela extranjera o vernácula y la incorporación de una manicura viene a
ensanchar ese mundo hasta límites impensados. Aparecen el amor y el simulacro
de la sexualidad. Un ejemplo de cuento clásico hasta en su desenlace de
tragedia griega: todo se derrumba y cae, menos la reflexión sobre qué es la
identidad y qué es el amor.
Las
de Alejandra Zina son más cercanas. Tienen peluquera, coiffeur o estilista, pero la vida pasa por ellas y nos vemos
reflejados, al punto de sorprendernos, más que cuando nos miramos al espejo. Es
que ella ve esos detalles de nuestras miserias y grandezas que nos enfrentan a
nuestra propia vulnerabilidad. Además,
cuando ya creemos saber por dónde va la cosa, hace una finta y sale para otro
lado dejándonos sin sosiego.
Salvación de
Yayá (fragmento)
¿Alguien conoció la peluquería de
Doménico Scaricamusuzzo, alias Musú? Estaba ubicada (hablo de los años 30) en
la calle San Martín, en el barrios de los Bancos, de las agencias de cambio y
de las oficinas de los corredores de Bolsa, un barrio que en los días hábiles
parece de fiesta y en los días de fiesta, un cementerio. Allí abrió Musú su
peluquería.
No se equivocó. Una clientela fija,
estable, de hombres de negocios, de hombres formales, de buen pasar, algunos
extranjeros, dos o tres ingleses (fue uno de estos ingleses el que un día lo
llamó Musú, porque ningún inglés, salvo que haya enloquecido antes, sería capaz
de pronunciar el apellido Scaricamusuzzo, y aquel Musú les pareció a todos,
incluido Musú, tan bello, tan musical…
... Estaba, pues, don Musú. Estaban los ocho
oficiales. Estaba Nicola. Diez sicilianos. Y entre los diez sicilianos estaba
Yayá. La mejor manicura del mundo, sin discusión. No arreglaba las uñas, las
cambiaba por otras. En el lugar de la uña ponía un pétalo de rosa, la escama de
una sirena. Húmeda de rocío o seca y pulida como un trocito de mármol de
Carrara.
El peluquero (fragmento)
Lo conocí en Adriano Coiffeur, era
el mejor y todas preferíamos esperar que nos atendiera él. Cuando decidió abrir
su propia peluquería, justo a la vuelta, deslizó la tarjeta de su mano a la mía
como una cita secreta mientras me hablaba de cualquier otra cosa.
…
Walter fue mi peluquero durante casi
quince años, el mismo que llevo viviendo en esta calle de Almagro. Nos veíamos
una vez por mes, pero el tiempo hizo algo sólido entre nosotros.
…
Walter sabía manipular mi pelo y
mis recuerdos. Si estábamos solos, cerca de la hora del cierre, cuando el único
cliente que podía caer era el oficinista que pedía maquinita en la barba y en
la cabeza, prendíamos un Marlboro cada uno y tomábamos un café...
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