En dos magníficos cuentos de Clarice Lispector el chicle tiene una particular importancia, por sí mismo o porque el personaje que desencadena la trama mastica chicle.
Uno es Amor, de su libro Lazos de familia, publicado de 1960. La tranquila vida familiar de Ana se desarma al ver, desde el tranvía, a un ciego masticando chicle en la parada. Paradójicamente el ciego descorre el velo que aclara la visión de su propia vida, la deja fascinada y la desmorona en la angustia. Al final, retoma el tema del comienzo y todo vuelve al orden doméstico.
El otro es Miedo de la eternidad donde reflexiona sobre uno de los hitos de su entrada a la adolescencia.
En la década del cincuenta, con su propio nombre o con seudónimos, tuvo a su cargo en un par de diarios, las secciones de “Correo femenino” o “Sólo para mujeres”. Allí dejó, en su prosa exquisita, desde recetas de cocina y venenos para cucarachas hasta agudas reflexiones sobre la educación de los hijos y la vida cotidiana.
Miedo de la eternidad es una de esas páginas, que publicó en el Jornal do Brasil entre 1967 y 1973, y que más tarde fueron reunidas en el libro Aprendiendo a vivir y otras crónicas.
Miedo de la eternidad – Clarice Lispector
Traducción de Amalia Sato.
Jamás olvidaré mi aflictivo y dramático contacto con la eternidad. Cuando yo era muy pequeña todavía no había probado chicles y en Recife casi no se hablaba de ellos. Yo ignoraba qué clase de caramelos o bombones eran. Y hasta el dinero con que contaba no alcanzaba para comprarlos: con el mismo dinero podía conseguir no sé cuántos caramelos.
Al final mi hermana juntó dinero, los compró y al salir de casa para la escuela me explicó:
-Ten cuidado de no perderlo, porque este caramelo nunca se acaba. Dura toda la vida.
-¿Cómo que no se acaba? –me detuve un instante en la calle, perpleja.
-No se acaba nunca, y listo.
Yo estaba embobada: me parecía haber sido transportada al reino de las historias de príncipes y hadas. Tomé la pequeña pastilla color rosa que representaba el elixir del largo placer. La examiné, casi no podía creer en el milagro. Yo que, como otros niños, a veces me sacaba de la boca un caramelo todavía entero, para chuparlo después, sólo para hacerlo durar más. Y heme con aquella cosa rosada, de apariencia tan inocente, que hacía posible el mundo imposible del cual ya había empezado a darme cuenta.
Con delicadeza, terminé poniéndome el chicle en la boca.
-¿Y ahora qué hago? –pregunté para no equivocarme en el ritual que ciertamente tenía que existir.
-Ahora chupa el chicle para ir saboreando su dulzor, y sólo cuando se le vaya el gusto empieza a masticar. Y ahí mastica por toda la vida. A no ser que los pierdas, yo ya perdí varios.
Perder la eternidad. Nunca.
Lo dulzón del chicle era bueno, no podría decir que excelente. Y, todavía perpleja, nos encaminábamos a la escuela.
-Se acabó lo dulce. ¿Y ahora?
-Ahora mastica por siempre.
Me asusté, no sabría decir por qué. Empecé a masticar y pronto tenía en la boca ese pegote ceniciento de goma sin gusto a nada. Masticaba, masticaba. Pero me sentía a disgusto. Y en verdad no me estaba gustando el sabor. Y la ventaja de ser un caramelo eterno me llenaba de una suerte de miedo, como el que se tiene ante la idea de la eternidad o del infinito.
No quise admitir que no estaba a la altura de la eternidad. Que sólo me producía aflicción. Mientras tanto, masticaba obedientemente, sin parar.
Hasta que no soporté más, y, cruzando el portón de la escuela, me ingenié para que el chicle masticado se cayera al suelo arenoso.
-Mira lo que pasó –dije con fingidos espanto y tristeza. Ahora no puedo masticar más. Se terminó el caramelo.
-Ya te lo dije, repitió mi hermana, que no se termina nunca. Pero una a veces los pierde. Hasta de noche se puede seguir masticando, pero para no tragarlo cuando se duerme se lo pega en la cama. No te pongas triste que un día te doy otro, y ése no lo vas a perder.
Yo estaba avergonzada ante la bondad de mi hermana, avergonzada de la mentira que había tramado al decir que el chicle se me había caído de la boca por casualidad.
Pero aliviada. Sin el peso de la eternidad sobre mí.
Miedo de la eternidad, de Aprendiendo a vivir y otras crónicas, Ediciones Siruela.
El autor de la caricatura de Clarice es Marcos Guilherme.
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sábado, 26 de noviembre de 2011
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9 comentarios:
Justo ayer me compré un librito de ella, que me encanta y no tenía.
"Silencio" de una edición independiente (y accesible)
Debo lecturas, pero el calor no es mi mejor compañía.
Abrazo
cr:
No debés nada. Quedan canceladas todas las deudas con el FLI (Fondo Literario Internacional).
Qué casualidad, Justo elegiste uno de C.L.
Eso sí, cuando sea ponete un comentario sobre los cuentos que seleccionarías para lectores vagos.
Un abrazo
Fernando.
Me ha encantado el texto,si bien somos aprensivos con el hecho de que somos mortales,no menos lo somos ante la idea de la eternidad o el infinito,cuando partimos lo dejamos todo hasta los recuerdos.
Entrañable estilo para referirse ala vida y sus misterios.
Un fuerte abrazo.
América:
No me había dado cuenta, pero es muy cierto lo que señalás. En mi caso, creo que le tengo más miedo a la eternidad que a la muerte.
Un abrazo
Fernando:
Clarice ya tenía una frase para usted que le gusta el teatro,(deducción que he he hecho después de leer todo su blog )
"Então sonhei um sonho tão bom: sonhei assim: na vida nós somos artistas de uma peça de teatro absurdo escrita por um Deus absurdo. Nós somos todos os participantes desse teatro: na verdade nunca morreremos quando acontece a morte. Só morremos como artistas. Isso seria a eternidade?"
No tengo ningún libro de esta magnífica escritora que me trae ciertas reminiscencias de Virginia Wolf a quien siempre he leído,pero en Internet hay mucho sobre CL.
El tema del chicle me hizo recordar algo de mi vida : había unos chicles con los que se podía hacer un hermoso globito rosado,todos los niños lo hacían pero nunca pude!!!para colmo de males mi hermano, para hacerme enojar me decía "Bubble Gum" , una manera muy cruel de decirme "gorda" :D.
Conclusión tristísima: con eso Clarice hubiera hecho flor de cuento,así que repito lo que dije en comentarios anteriores, material para escribir no falta por acá, lo que falta es el don y creo que algo de voluntad.
Mi imposible novela se llamaría "Confesiones de una vaga"
Saludos bien helados!!!
Marinarrosa:
Uno cree que tiene un sólo problema grande en esta vida, ahora resulta que son dos.
Me parece que al comentario de Ña Clarice se lo apoyaría el mismo William Shakespeare.
Si sigue "la calor" colgamos definitivamente estas reflexiones y nos dedicamos a la playa y a la cerveza.
¡Ahijuna!
Tengo a Clarice Lispector en mi programa de lectura desde hace rato, pero nunca llego. Con este cuento ya me doy por empezada. No puedo opinar por los chicles de esta autora, la única referencia que recuerdo es la del final de "Último tango en París"... Marlon Brando, antes de morir, pega un chicle en la reja. Esos finales en donde uno se quema la cabeza buscando el sentido, a mí me encantan. Tal vez lo mismo se haga en la literatura. Abrazo.
Es tan bello y era tan desconocido para mí! "Buen gusto" en tu elección Fernando!
Kiss on air! (por el calor)
Estela Getino:
Del chicle a "Último tango..."
No recordaba la escena del chicle, precisamente. Pero, ¿qué tal será verla ahora, que le han pasado los años y que han muerto María Schneider y Marlon Brando? Si de alejar la muerte se trata, digamos que lo hacían de la manera más entretenida.
Susana:
Es así el cuentito: sencillito. Pero tiene ese algo que te toca adentro.
Un abrazo
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