viernes, 3 de octubre de 2025

La caída en las sagas familiares

 

Entre las sagas familiares quiero poner el foco en algunas que muestran una fascinación por el literal derrumbe o la caída de un clan o dinastía, que incluyen la destrucción concreta o venta de la casa que habitaron por generaciones y a la que presentan como un personaje protagónico.

Me parece que todas ellas son herederas de La caída de la Casa Usher de Edgard Allan Poe.

De hecho es llamativo que casa sea sinónimo de estirpe, linaje, dinastía, saga, casta y familia.


La caída de la Casa Usher, 1839, Edgard Allan Poe (1809-1849)

Los Buddenbrook, 1901, Thomas Mann (1875-1955), Nobel 1929

El sonido y la furia, 1929, William Faulkner (1897-1962), N1949

¡Absalón, Absalón!, 1936, William Faulkner (1897-1962), N1949

La Casa, 1954, Manuel Mujica Lainez (1910-1984)


La caída de la Casa Usher es un cuento corto y un ejemplo típico del gótico en la literatura. Ronda además por temas que empezaban a ser considerados en la medicina y la psicología: la melancolía, el incesto, la histeria, la catalepsia.



Los Buddenbrook, inspirada en su familia y su Lübeck natal abarca cuatro generaciones, termina hacia 1880, y está signada por el fin de la hegemonía de Prusia y el cambio del comercio mundial de granos, que empezó con las familias de la Liga Hanseática, por los cinco grandes monopolios que terminaron acaparando el negocio durante el siglo XX y hasta la actualidad.

Hacia 1923 fue llevada al cine mudo con gran éxito y para 2008 se hizo otra nueva versión, ambas con un despliegue y una producción extraordinaria.

No se preocupen por el destino del palacete, no se derrumba ni demuele, sólo va cambiando a sus burgueses propietarios.




El sonido y la furia recorre la historia de la familia Compson que empezó en el 1700 con otro nombre y se enfoca en la caída final durante el período de 1898 a 1928. El autor cuenta los mismos hechos con las voces de los tres hermanos varones, Benjy cuyo relato empieza en 1928, Quentin empieza su segunda parte en 1910 y la tercera está a cargo de Jason, el hermano que sigue en la casa natal para 1928. El narrador va y viene continuamente entre el pasado y el presente, en realidad el pasado está siempre presente. Hay una cuarta hermana: Caddy que no habla con voz propia sino a través de sus hermanos y cuya hija, también llamada Miss Quentin para complicar un poco más las cosas, es criada por sus hermanos. La cuarta parte con que finaliza, comienza en 1928 y el narrador trae a los sirvientes negros de los Compson, testigos de todos los desaguisados. El foco está puesto en Dilsey, la sirvienta negra que asiste a la iglesia con regularidad y va con ellos a la última celebración de Pascuas.

No es de fácil lectura, hay que entregarse a ella e ir apreciándola de a sorbos. Allí resulta maravillosa.


¡Abasón, Absalón! Sigue la historia de los Sutpen antes, durante y luego de finalizada la Guerra de Secesión. La plantación con casa incluida acaba en ruinas.


En La Casa, la narradora es ella misma, algo frecuente en este autor. La casa tiene sentimientos, habla y va contando su corta historia, desde la construcción y apogeo a finales del S. XIX hasta que termina abandonada y demolida al cabo de sus cortos sesenta años de vida.

A pesar de eso podemos considerarla como parte de una saga, entre otras cosas, por los toques autobiográficos: el autor se decía descendiente de Garay, el fundador de Buenos Aires. La obra pertenece a su “saga porteña” que integra con Los ídolos (1953), Los viajeros (1954) e Invitados en El Paraíso (1957).

Propone una lectura política dado su anti peronismo explícito, la fecha en que fue escrita, premiada y las alusiones demasiado directas a mitos e imaginarios con que denosta al gobierno que terminó derrocado por otro siniestro golpe militar. Por ejemplo, en el momento en que la casa es demolida, los albañiles hacen un asado con maderas de la demolición (referencia directa a la mentira que hizo circular la derecha, respecto a que los obreros que recibían sus casas con pisos de parquet, lo desmontaban para hacer asado con ellos).

Pero como está escrita con honestidad, deja claro que los protagonistas son aristócratas decadentes, inútiles e incapaces siquiera de conservar su propia casa. Se hace patente que la aristocracia referida es de la más rancia, en la acepción de putrefacta de la palabra y hasta la propia casa se compadece de ello.

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