viernes, 21 de septiembre de 2012

La invasión de Buenos Aires por la flota norteamericana

En 1917 una flota de guerra norteamericana daba vueltas por Latinoamérica disciplinando países e instalando gobiernos “amigos”. En julio, el presidente argentino Hipólito Yrigoyen recibió al embajador norteamericano Stimson que le comunicó que dicha flota entraría incondicionalmente al puerto de Buenos Aires, es decir, subordinando la soberanía argentina a las instrucciones que le impartiría su comandante, el almirante Caperton.
Yrigoyen rechazó al embajador y a su nota de aviso (¡sic!) diciendo que instruiría a la marina y al ejército* a rechazar a cañonazos el ingreso de sus colegas.
El embajador comunicó con urgencia al presidente Wilson y al secretario de estado Lansing que la “díscola” actitud de Yrigoyen iba en serio y estos le dieron la instrucción de negociar.
El tema se resolvió solicitando que pidiera autorización para una corta “visita de cortesía”, la que le fue otorgada. La flota entró, confraternizó con los marinos argentinos y pegó la vuelta sin contratiempos.

*Al asumir Yrigoyen en 1916 no tenía hombres de confianza en la marina, por entonces liderada por la línea de los cipayos que tenía entre los más notorios al almirante Manuel Domecq García, ni en el ejército con los seguidores de Mitre. Al principio de su mandato tuvo que poner civiles al frente, entre los que se destacaron Elpidio González y Julio Moreno. Luego, poco a poco consiguió imponer a militares de pensamiento patriótico, entre ellos al almirante Tomás Zurueta y a los generales Mosconi, Pomar y Savio.
Cuando lo sucedió Alvear en la presidencia, para 1922, lo primero que hizo fue reponer como ministro de marina a Domecq García, que fue nuevamente reemplazado por el almirante Zurueta por órdenes de Yrigoyen, en 1928 al asumir su segunda presidencia.

El departamento de estado norteamericano no terminaba de digerir el repudio público de la Argentina a sus intervenciones en los países de centro américa y el caribe.
Cierto día de 1929 el lúgubre presidente Calvin Coolidge comunicó a las cancillerías latinoamericanas que el electo presidente Herbert Hoover se disponía a realizar una tournée de buena voluntad por el continente.  Cuando llegó a Buenos Aires, procedente de Chile, con su clara inteligencia, tuvo enseguida una idea de la situación: aquí lo esperaba una multitud al grito de ¡Nicaragua! ¡Nicaragua! ¡Sandino! ¡Sandino!
Entonces afirmó que durante su gestión los Estados Unidos no intervendrían en ningún país latinoamericano. Sus declaraciones resonaron desagradablemente en el lugar de su futura residencia: Washington. Ya instalado allí, el 10 de abril de 1930, se inauguró una línea telefónica directa entre la Argentina y los Estados Unidos que abrieron ambos presidentes con un famoso diálogo de buena voluntad. 

Las buenas intenciones del presidente Hoover quedaron en eso. Pocos meses después de su visita, el 6 de septiembre de 1930, el presidente Yrigoyen fué derrocado en un fragote cívico militar, uno más de la larga serie vinculada a los intereses petroleros norteamericanos. El Departamento de Estado le indicaba a su presidente quién manda (tanto entonces como ahora) en los Estados Unidos.

 
 
La totalidad del artículo, a excepción del párrafo con asterisco y el final, es una transcripción de un trabajo de Miguel Angel Scenna para la revista Todo es Historia (agosto de 1969) que dirigía Félix Luna.
Los autores de las viñetas son chisp@ y elroto.

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