Veníamos haciendo apuestas sobre el momento en que nos alcanzaría el
pampero cuyo cigarro, a proa, se agrandaba cada vez más. El barco navegaba
tranquilo, con rumbo oeste, a unas 8 millas de Juan Lacaze (ROU). Serían más o
menos las tres de una tarde de fines de febrero del 2005. Por babor, desde
hacía rato, se acercaba un velero “grande” al que mirábamos con cierta envidia.
Empezamos a tomar las precauciones del caso: achicamos dos rizos en la
mayor y colocamos un tormentín en proa. El otro bajó toda su mayor y dejó sólo
un tormentín. Eso nos hizo dudar acerca de nuestra decisión, si “ellos” con un bicho
tan grande achicaban tanto, ¿no estaríamos subestimando la fuerza de lo que se
venía?
La respuesta llegó en minutos, se largó el viento, el Rebelde lo
aguantaba lo más bien y no sólo eso, con los dos barcos a la par empezamos a
sacarle una pequeña ventaja al grandote.
Como la cosa se puso incómoda, decidimos entrar a buscar refugio en el Puerto
de Sauce y lo mismo decidieron nuestros vecinos.
Después de amarrar nos arrimamos al otro barco: resultó ser el Cambá
II, un Match 42, velero oceánico, diseño de Germán Frers (h) que se cansó de
ganar regatas. Capitaneado por Jorge Fernández Viña acababa de salir segundo
del Fortuna III en la XXI Regata Oceánica Internacional Buenos Aires – Río de
Janeiro y estaba en el viaje de regreso a su casa. Nos felicitamos de la
decisión de entrar a puerto en busca de abrigo y ahí nos mostraron las heridas
que se le habían hecho en aquella lucha: las landas de babor se habían dañado
en una tormenta y ellos improvisaron una sujeción abulonando un par de chapas
al casco. Esa era la razón por la que achicaron tanto el paño, lo único que les
interesaba era llegar a su amarra en San Pedro para hacer la reparación adecuada.
Le hice notar al patrón que, a mi poco entender, esa jarcia estaba
dimensionada con lo justo, que nuestro barco, con la mitad del tamaño, era más
robusto y los obenques tenían casi igual sección que la del suyo. Entonces me
contó esta anécdota:
Cuando Germán Frers (h) lo estaba diseñando, el padre –también él diseñador,
ya retirado- le hizo notar que “algunas cosas eran demasiado livianas, finitas
o esbeltas para aguantar temporales fuertes”. Germán (h) le contestó que el barco
“debía ser liviano porque tenía que ganar regatas”, a lo que Germán (p)
respondió: “Estoy de acuerdo, el problema de eso es que el mar no lo sabe”.
1 comentario:
Muy buenoooo!!!!!
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