lunes, 25 de febrero de 2013

Las Malvinas según los ingleses


Este relato lo escribió un ciudadano, que vivió en sud América desde 1841 a 1874, al instalarse definitivamente en Londres. Fue publicado en primera edición en 1885 y luego, por segunda vez, con pequeñas correcciones del propio autor, en 1904 -ambas en inglés-.
Me parece interesante leerlo (toma 3 minutos) para tener una opinión de primera mano acerca del papel de Inglaterra en el Río de la Plata en la primera mitad del siglo XIX.

Capítulo I

Juro que yo, también, me volveré conspirador si me quedo mucho en esta tierra. Oh, ¡que no daría por tener conmigo mil jóvenes de Devon y de Somerset, cada uno con un cerebro encendido de pensamientos como los míos! ¡Qué hazaña tan gloriosa no se haría en pro de la humanidad! ¡Qué estrepitosos vivas no lanzaríamos al aire por la gloria de la antigua Inglaterra que va rápidamente desapareciendo! Correrían chorros de sangre por aquellas calles como jamás han corrido, o por mejor decir, salvo una sola vez, y eso fue cuando fueron barridas por bayonetas británicas. Y después, debido a aquel riego de sangre, habría tranquilidad, y la hierba sería más verde y las flores de más vivos colores.
¿No es, pues, amargo como el ajenjo y la hiel pensar que sobre aquellas torres flameó, hace apenas medio siglo, la santa cruz de San Jorge? ¡Porque jamás se ha emprendido una cruzada más santa, ni un plan de conquista más noble que el que tenía por objeto arrancar esta tierra de manos indignas y hacerla para siempre parte del poderoso Reino Británico! ¿Qué no habría sido hoy esta tierra asoleada y sin invierno, y esta ciudad que domina la entrada al más grandioso río del mundo? ¡Y pensar que fue conquistada para Inglaterra, no a traición, o comprada con oro, sino al antiguo modo sajón, con rudos golpes y pasando por sobre los montones de sus muertos defensores!; y después de haber sido así ganada, pensar que fue perdida –¿se creerá? – no peleando, ¿sino abandonándola sin dar un solo golpe en su defensa por miserables cobardes, indignos de llevar el nombre de británicos! Aquí, sentado en este cerro, sola mi alma, me arde como fuego la cara cuando pienso en aquella oportunidad para siempre perdida. “Les ofrecemos sus leyes, su religión y la propiedad bajo la protección del gobierno británico”, proclamaron altivamente los invasores –los generales Beresford, Achmutty, Whitelocke y sus compañeros–; y luego, después de sufrir un solo revés, ellos (o uno de ellos) se desanimaron y canjearon el país al que habían empapado en sangre y conquistado, por dos mil soldados británicos, prisioneros en Buenos Aires; entonces, embarcándose otra vez, se hicieron a la vela y ¡se alejaron del Plata para siempre! Esta operación que debió hacer castañetear de indignación las osamentas, en sus sepulturas, de nuestros antepasados – los antiguos piratas escandinavos–, fue olvidada más tarde cuando tomamos las ricas islas Malvinas. ¡Qué conquista tan espléndida y qué gloriosa compensación por nuestra pérdida! Cuando aquella ciudad reina estaba en nuestras manos, como también la regeneración y, posiblemente, la posesión permanente de este verde mundo, nos falló el corazón y el premio cayó de nuestras temblorosas manos. Dejamos el asoleado continente para capturar la solitaria guarida de focas y pingüinos; y ahora; que todos los que en esta parte del mundo aspiren a vivir bajo la “protección británica”, de la cual Achmutty, a las puertas de aquella ciudad, hizo tanto alarde, se transporten a aquellas solitarias islas antárticas; a escuchar el trueno de las olas que rompen sobre sus grisáceas playas, y a tiritar del frío al viento que sopla del helado antártico.


El fragmento pertenece a La tierra purpúrea de Guillermo Enrique Hudson y corresponde a la traducción de Eduardo Hillman de la segunda edición de 1904.
Escrita en 1874, publicada por primera vez en 1885, como The purple land that England lost, se refiere a la actual República Oriental del Uruguay. El narrador –Richard Lamb, alter ego del autor– está en Montevideo, mirando el panorama desde el Cerro, poco antes de 1850. Las negritas son mías. Podemos cerrar diciendo: “A confesión de parte, relevo de pruebas”.


La viñeta de arriba es de Garzón y en la de abajo, la Mafalda de Quino y sus amigos imitan a los Beatles en Abbey Road.
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