Un
documento chino del año 871 es el impreso más antiguo hallado hasta ahora. Hay
intentos posteriores y rudimentarios, pero es natural que esta técnica haya
empezado entre quienes dominaban la fabricación de papel.
Las
máquinas de imprimir se desarrollaron, en diferentes lugares, más o menos para la
misma época (como ocurrió con tantos otros descubrimientos, consecuencia del
estado de la tecnología relacionada con ellos) pero, la que Gutemberg creó allá
por 1440 ha quedado oficializada como “la primera”. Varias razones avalan ese
bien ganado galardón: el invento de los “tipos móviles” (letras), el uso de
prensas de rezago originalmente usadas para hacer vino (tarea mucho más
exigente) y el éxito fácil de los dos primeros títulos (un misal y la Biblia)
elegidos con la clientela asegurada.
Un
verdadero mundo aparte -asociado a la imprenta- es el de los tipos y las
variantes tipográficas que se fueron desarrollando con el tiempo. Los primeros
copiaban los trazos de la caligrafía de los copistas y de allí que se
impusieran los “tipos góticos” que
hasta mediados del siglo pasado todavía se seguían ensenando en las escuelas
primarias de América del sur.
Más
adelante se empezaron a incorporar nuevos modelos, variantes que reforzaban
cualidades de la escritura resultante de acuerdo a objetivos de facilidad de
lectura, elegancia, visibilidad o simplemente el gusto de diseñadores y
lectores. Siempre, por supuesto, dentro de los tipos de plomo fundido que
usaban los tipógrafos, acomodándolos en planchas o cajas, manualmente y más
tarde con la ayuda de una máquina: la linotipo.
Las
“impresiones virtuales”, consecuencia de la digitalización de la información y
del uso de computadoras, produjeron una explosión del número de “tipos y
tamaños”. Estas “fuentes” forman “grupos” y “familias” algunas de las cuales
tienen en común modelos originalmente usados en los viejos tiempos de las
prensas con tipos móviles de plomo y otros que son fruto exclusivo de la
capacidad artística de nuevos diseñadores.
Curiosa
y singular, la tipografía ha sido capaz de adaptarse a tiempos y tecnologías,
empezando por escribas, calígrafos y copistas; pasando por la imprenta y
llegando a los tiempos de la información digital.
Nicholaus
Jenson y Claude Garamond en los siglos 15 y 16; W. Caslon, Firmin Didot y John
Baskerville en el 18 dejaron marcas que llegan hasta nuestros días. Stanley Morrison (en colaboración con Victor
Lardent) crearon en el 19, para el diario TheTimes,
nuestra conocida Times New Roman –en la
que se escriben casi todos los artículos de este blog–.
En
el S 20, los suizos Eric Gill (Gill y Perpetua)
y Max Miedinger con la Helvética de
1957 y el alemán Hermann Zapf con su Palatino
serif de 1948 también hicieron
historia. Esta última, elegante y de fácil lectura (es una derivación de la Times) lleva ese nombre en honor de
Giovanni Battista Palatino, famoso calígrafo italiano del S 16 que hizo un
catálogo de todas las existentes hasta 1540. Las serifas son esos remates en
pies o colitas como las de estas “P”, “A” y “V”. Ayudan a la lectura evitando ciertas
dudas y, especialmente, dan la ilusión de que hubiera un renglón donde no lo
hay.
Vale
la pena poner el procesador de texto en la computadora y dar un paseo por las
distintas fuentes disponibles. Hay para todos los gustos. Que las disfruten.
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