Erotismo
nutritivo
Idilio, cuento de Guy de Maupassant (1850-1893)
En estos cuentos, el refinado erotismo que se insinúa se transforma, en un giro inesperado, en una situación ambigua en el límite entre el amor y la desesperación. Una muestra del naturalismo del S19 que pasa a la literatura del 20.
Idilio, cuento de Guy de Maupassant (1850-1893)
En estos cuentos, el refinado erotismo que se insinúa se transforma, en un giro inesperado, en una situación ambigua en el límite entre el amor y la desesperación. Una muestra del naturalismo del S19 que pasa a la literatura del 20.
Ambos
transcurren en un viaje en tren, motivado por situaciones sociales apremiantes
de las que los protagonistas intentan escapar en busca de un futuro mejor. Las
coincidencias no paran allí, de modo que no hay dudas de que las páginas de Roa
Bastos son deudoras de las otras y una muestra de su admiración por el escritor
francés.
En
Estaciones cuenta el viaje en
tren del antihéroe de la novela, un Miguel Vera apenas adolescente, que va
desde su pueblo a Asunción para iniciar
el secundario en la Escuela Militar. Los padres lo hacen acompañar por una
criada, Damiana Dávalos, que aprovecha para llevar a su pequeño crío a conocer
a su padre, preso en una cárcel de la capital por su participación en la
Rebelión de los Agrarios de 1912. La vía ferroviaria ha sido tendida hace poco
tiempo y las estaciones: Caacupé, Tobatí, Sapucay, Escobar coinciden con viejos pueblitos o han sido
fundadas hace poco tiempo.
Después
la novela se enfoca alrededor de la Guerra del Chaco y sus consecuencias. Los
distintos personajes y sus relatos de van entrelazando y a la vez permiten
encontrar episodios separables como el extractado para este artículo. Otro de
sus personajes, Crisanto Villalba –que tiene mucho de Martín Fierro y Juan
Moreira– cierra la novela con un episodio memorable, muy distinto a los de sus
antecesores en la ficción.
Sintetizando,
resaltar el paralelismo entre ambas obras no tiene importancia frente a la
magnitud y la potencia de Hijo de hombre. Como no se puede
encontrar en la red, me he permitido
transcribir el fragmento más abajo. Si su lectura tienta a la de la novela, esta entrada estará sobradamente cumplida.
Fin
Hijo de hombre –
Capítulo III – Estaciones –
9
Los de segunda nos acomodamos
entre los escombros para dormir.
Hacía calor. Extendimos el
pequeño equipaje y nos acostamos sobre una manta que sacó Damiana de su atado.
Cerca de nosotros, detrás de un trozo de pared, se tendió la pareja de recién
casados.
La noche cayó de golpe sobre el
pueblo.
A mí me parecía oler todavía la
pólvora pegada a los yuyos, a los ladrillos, a la tierra. Del otro lado del
pedazo de tapia seguían los arrumacos y besuqueos. De tanto en tanto la oía
quejarse a ella despacito, como si el otro le hiciera daño jugando. También oía
sus risas. Por eso no pude dormir pronto.
En otra parte, la voz temblona de
un viejo, posiblemente alguno del pueblo, relataba interminablemente a un
pasajero detalles de la catástrofe.
Al caer el primer sueño vi el
relámpago y el trueno de la explosión. Veía correr a muchos hombres sin cabeza
por la zanja, cubiertos de sangre, con la ropa en llamas. Me desperté y me
encontré junto a Damiana, muy apretado a ella. Volví a sentir el hambre que se
me hizo insoportable cuando noté que Damiana estaba tratando inútilmente de dar
de mamar de nuevo al crío.
Procuré retomar el sueño, pero lo
más que conseguía era una especie de excitada modorra que me hacía confundir
todas las cosas. Damiana estaba quieta ahora, durmiendo tal vez. Cuando me di
cuenta, me encontré buscando con la boca el húmedo pezón. Probé la goma dulzona
de la leche. Pero ahora de verdad. La probé de a poco primero, apretando apenas
los labios, con miedo de que Damiana sacara de mi boca esa tuna redonda y blandita
que salía de su cuerpo. Pero ella no se movió. Tampoco a nosotros podían vernos.
Nadie se iba a burlar de mí que mamaba en la oscuridad como un crío de meses.
No sé por qué me vino en ese momento el recuerdo de la Lágrima González. No
quería pensar en ella. Entonces chupé con fuerza, ayudándome con las manos,
hasta que el seno quedó vacío y Damiana se volvió de costado con un pequeño
suspiro.
Yo me dormí sin soñar más nada
.
Susana
P. me sugirió la relación entre las dos obras y propuso agregarla a esta serie
de relatos emparentados. Agradezco aquí su generosidad.
Las
viñetas de Roa Bastos son de Juan Ra Ferreira y Nico (Nicodemus Fermín
Espinoza).
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