Roa Bastos devuelve los golpes
Admito
que he sido impiadoso y algo perverso con muchos escritores al dar
rienda suelta a mi berretín de encontrar similitudes o préstamos en sus obras. Me
refiero a la serie: “Con el mismo cuento”
que vengo recopilando hace unos años.
Confieso que no son las únicas faltas cometidas
en esa tarea, con el agravante de que los autores involucrados no pueden defenderse
porque no están avisados o, en su gran mayoría, están muertos.
Así
andaba, tranquilo e impune, hace unos días, atrapado en la novela Hijo
de hombre, disfrutando la imaginación desbordante y su prosa exquisita,
cuando el muy ladino de Roa Bastos me
aplicó un mamporro certero que me dejó sentado. El tipo, agazapado al
final de la página 249, como si conociera esto de hurgar en libros ajenos, le
adjudica el mismo pecado al antihéroe y, de paso cañazo, al lector que tenga la
mala costumbre.
Veamos
cómo lo dice. El que narra es Miguel Vera que, preso en el penal militar de
Peña Hermosa, acaba de recibir un paquete con libros:
“Varias
novelas… Lectura para meses. O para años. Hojeé distraídamente La guerra y
la paz, recordando la primera vez que leí
la novela de Tolstoy, en Itapé, durante unas vacaciones de la Escuela Militar,
convaleciente de paludismo. La había comprado creyendo que tenía alguna
relación con el arte castrense. Es el mismo ejemplar subrayado por mí. Fea costumbre. Alambrados de lápiz rojo alrededor
de pensamientos ajenos, que luego se llenan en uno de plantas parásitas.
No podía
acordarme más que de algunos pasajes inconexos. En cambio, el nombre del
escritor ruso me trajo el recuerdo de unas palabras suyas, leídas no sé dónde,
acerca de una tribu extinguida hace mucho tiempo. Alguien dice de pronto: “Todos
los atzures han muerto. Pero hay aquí un papagayo que conoce algunas palabras
en su idioma…” ¿A qué clase de
sobrevivencia quiso aludir Tolstoy? No sé porqué he recordado esto. Es probable
que se trate de una asociación sugerida por los gritos del gua’á.
El
gua’á es un guacamayo que hay en el penal que grita en guaraní: ¡Escapemos!...
¡Escapemos todos!
Cuando
me repuse del golpe vi que, en realidad, incluye la confesión de su parte de
que él mismo hacía prácticas similares.
Recordé
que el personaje Miguel Vera es, en cierto modo, su alter ego y que el
encuentro de esas hilachitas de Tolstoy son una muestra de amoroso reconocimiento
al ruso. Y una mirada piadosa para los lectores que marcan, subrayan y recortan
los textos de otros.Ni qué decir de la alusión a atzures y papagayos: cuando todo desparezca... quedarán algunas palabras.
Su novela y este Tolstoy que nos ha seleccionado bastan y sobran para ponerlo entre los indispensables.
ROA
BASTOS, Augusto – Hijo de hombre, Eterna
Cadencia Editora, 2011, Buenos Aires.
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1 comentario:
Ya tenia yo desde hace días pendiente comentarte esta entrada,si bien no he leído la novela ,tengo entendido que va por la linea de Cien años de Soledad de García Márquez,a propósito del
autor el ave a la que haces referencia en tu articulo me recuerda el famoso loro de El amor en los tiempos del cólera,su insistencia y constante repeticiones acabo con la paciencia y la vida de uno de su personajes,Juvenal Urbino,la escena tragicómica es inolvidable.
Un cordial saludo.
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