martes, 25 de octubre de 2016

Griseta - 2


Un lector señaló que el artículo anterior tiene una falta, que no habla de la griseta por antonomasia: Mimí Pinsón. Para saldarla, va un fragmento de la novela de Alfredo de Musset (1810-1857) donde el autor hace una descripción de las grisetas, sus vidas y sus trabajos en los talleres de costura.
Por si hubiera que sumar analogías, también Mimí tiene un tango emblemático: Mimí Pinsón, 1947, letra de José Rótulo y música de Aquiles Roggero.

- I -
     Entre los estudiantes que cursaban el año pasado en la Escuela de Medicina había uno llamado Eugenio Aubert. Era de buena familia, y apenas contaría diecinueve años. Sus padres, que residían allá en la provincia, le pasaban una pensión modesta, aunque suficiente para él.
En el trabajo era el primero; mas si se trataba de una noche de alegría -una cena en el Molino o un baile en la Cabaña-, la Madamita se encogía de hombros y se recluía en su pensión. Y -cosa inaudita entre estudiantes- aunque su juventud y su figura le hubieran proporcionado un gran éxito, no sólo no tenía ninguna amante, sino que jamás se le vio pasear frente al taller de una modista, ocupación inmemorial en el Barrio Latino. Las beldades que pueblan los alrededores de Santa Genoveva y prodigan su amor entre los escolares le inspiraban una especie de repugnancia odiosa. Las miraba como a una raza aparte, perniciosa, ingrata y depravada, nacida para sembrar por todas partes el mal y la desgracia, a cambio de algunos placeres.
     Inútil decir que los amigos de Eugenio se burlaban continuamente de su moral y sus escrúpulos. Marcelo -un camarada sin otra ocupación que gozar de la vida- solía preguntarle:
     -¿Qué pueden probar una falta o un accidente que han sucedido una vez por casualidad?
     -Que debemos abstenernos- respondía Eugenio-, por si sucede otra.
     -Falso razonamiento -replicaba Marcelo-; argumento falso que cae por su base. ¿Por qué vas a guiarte?
     -Yo digo y sostengo -continuaba Marcelo- que se puede y se debe hacer el elogio de las grisetas, y que, con moderación, su trato es beneficioso. Primero, porque son virtuosas, pues se pasan el día confeccionando trajes, lo más indispensable al pudor y a la modestia; segundo, porque son honestas, pues no hay maestra que no recomiende a sus oficialas un trato exquisito para sus clientes; tercero, porque, acostumbradas a tener entre manos finas holandas y ricas telas, cuyos deterioros las descuentan, son cuidadosas y limpias; cuarto, porque beben ratafia, lo que las hace sinceras; quinto, porque son económicas y frugales, ya que las cuesta mucho ganar más de un franco, y si en ocasiones se muestran glotonas y gastadoras, jamás arriesgan su propio dinero; y sexto, por su natural alegría, pues, dedicadas a un trabajo tedioso, como pez en el agua saltan gozosas al acabar su tarea. Otra de sus grandes ventajas es la seguridad de que no nos persiguen, porque, clavadas a una silla de la que no han de moverse, las es imposible ir tras los pasos de su amante como hacen las damas de la alta sociedad.
Tienen, es verdad, el inconveniente del hambre y la sed a todas horas, precisamente a causa de su temperamento ardiente; mas ya es sabido que se las puede contentar saciando sus deseos con un vaso de cerveza y un cigarrillo; cualidad preciosa que muy raramente se da en el matrimonio. En fin, insisto en que son buenas, agradables, fieles y desinteresadas, y en que es muy lamentable que algunas acaben en el hospital.

Alfredo de Musset, Mimí Pinsón, fragmento del Cap. I
.
 

No hay comentarios.: