Anteayer
enterramos a Elisa, mi suegra. Su muerte nos tomó por sorpresa, parecía que la
vieja iba durar más que la eternidad.
‒Pobre
Ricardo, ‒me dice Raquel con una sonrisa beatífica‒ estás fundido. Es natural,
te tuviste que hacer cargo de todos los trámites, la cochería, la parcela del
cementerio. Descansá, yo salgo a caminar para distenderme un poco‒.
Me
alcanzó un té y se fue tranquila, con más paz que tristeza. Yo, en cambio, estoy
inquieto y algo paranoico. Cerré los ojos y di el primer sorbo.
Es curioso, pero
nosotros, que no tenemos hijos, somos los continuadores de esta familia. Mi
mujer y yo llevamos quince años juntos. Más de una vez me pregunto cómo
sucedieron las cosas, cómo fue que terminé “aceptado” o “adoptado”, y siempre
me respondo lo mismo: se habían terminado los buenos tiempos, llegué en época
de vacas flacas, venían en picada, económicamente hablando, y mis buenos
ingresos era lo que más interesaba, a la vieja especialmente. Nunca se termina
de conocer a la gente. Hay aspectos míos que me sorprenden, con más razón las
cosas de los demás, de ellos, de mi esposa. Siempre fueron una familia rara o
que yo, al menos, no termino de entender.
El
velorio ha sido revelador. No puedo decir que tengo el rompecabezas completo,
pero cada pájaro que llegaba a dar el pésame iba trayendo algunas partes,
dejando sus recuerdos, aportando sus historias. Tengo una sensación rara, me
siento confuso, como si me faltaran piezas, vacío, molesto. Necesito descansar,
voy a tratar de dormir.
Los buenos viejos tiempos
tuvieron su punto alto unos setenta años atrás, cuando el ahora patriarca¸ Don
Bernardo, fundó con un socio la droguería, que en pocos años pasó a tener tres
sucursales, una frente al Clínicas. Francisco, su hijo, quedó al frente de la
empresa para la misma época en que se casó con mi suegra. Dicen que el viejo le
tenía un afecto muy particular, que decía que ella era su verdadera
continuadora. Vaya uno a saber lo que habrá sido en su juventud, últimamente
era una vieja jodida y taimada cuya víctima preferida era Raquelita, como ella
le dice, le decía. La más inteligente fue mi cuñada Nenucha. Puso distancia, se
fue a vivir a Italia, no le daba calce y la mantenía alejada. Fue una sabia y
sana decisión, al precio del exilio, claro.
Conmigo ni fu ni fa, ella estaba
en su casa y nosotros en la nuestra. Lo que compartíamos eran las salidas a
cenar, varias veces por semana. No se perdía ni una, comía con una voracidad
asombrosa, siempre platos raros y se la pasaba eligiendo lugares sofisticados
que sacaba de La Nación y se los
hacía pedir a Raquel para que yo no pudiera decir nada. Le seguía la corriente,
me divertía verla comer hasta reventar. No sé cómo hacía pero mantenía una
buena silueta. Podría decir que hasta era bastante elegante, no podía ser menos
con la ropa que compraba, siempre haciéndose acompañar por la hija, en lugares
caros y con la tarjeta que terminábamos pagando nosotros.
Con Raquel ejercitaba lo peor de
lo suyo, era cruel y demandante, siempre insatisfecha. Ahora me vengo a enterar
de que mi mujer es muy parecida a Josefina, la hermana menor de Elisa, tan
bonita como ella parece. También parece que era algo más que la secretaria de
Francisco, pero ese tema mejor ni mencionarlo. No se habla del asunto desde el fallecimiento
del marido, que vino a restablecer la entonces amenazada armonía familiar. Y si
hacía falta algo más para enterrar el tema, dos años después también murió
ella.
La pobre Elisa, con dos hijas que
no habían terminado la primaria, de repente tuvo que ponerse al frente del
negocio e hizo lo que pudo con él. Empezaban los tiempos duros
En cierto modo no fue una vida
fácil la suya, no debía tener cuarenta y cinco años y le cae todo eso encima.
Puso al contador como gerente, pero tampoco alcanzó. Siguió unos años pero el
tipo se esfumó y la empresa se la tuvo que vender a un laboratorio. Quedaron
razonablemente bien, con propiedades, una es el departamento donde vivió hasta
ahora y las otras se fueron en sostener el tren durante un tiempo. Esta es la época
en que aparezco yo en la familia. Elisa todavía era una mujer atractiva pero
con un rictus de dureza en la cara y una mirada que podía congelarte.
Para colmo de males nuestro
casamiento, que parecía tenerla indiferente, se juntó con un hecho menor: le
sacaron la presidencia de una asociación de madres de una escuela de Palermo que, en realidad, era un grupo de amigas o conocidas que se reunían los jueves a
jugar al burako y a la escuela iban sólo una vez por año a llevar minucias a la
cooperadora. Las dos cosas la sumieron en un proceso depresivo, envejeció de
golpe, se retrajo, fue perdiendo las pocas amigas que le quedaban. Su carácter
se agrió y endureció más aún. Se notaba que iba quedando sola, pero con su
mirada dura y su capacidad de jorobar buscaba permanentemente víctimas
propiciatorias. La ligaba el que tenía más a mano. Raquel estaba en el elenco
estable, pero otros entraban y salían en el círculo de su veneno. Iban y
venían, como objeto de su odio, el administrador del edificio, el portero de al
lado, la dueña de la Farmacia. Yo me he venido salvando por quién sabe qué
designio. Como sucede a menudo con las personas malas tenía una salud de hierro,
de modo que la perspectiva era que nos iba a terminar enterrando a nosotros.
Hace un tiempo, los milagros
existen, empecé a contar con su estima y a ser tenido en cuenta para opinar sobre temas cotidianos.
‒Ricardo, estoy haciendo una nota
al administrador para que solucione de una vez por todas los problemas de
humedad en mi departamento. Necesito que vos la veas y me des tu opinión.
¿Podés venir a casa mañana a la tarde?
‒Por supuesto, mañana estoy ahí,
‒le contesté
Si hay algo que me caracteriza es
que soy un tipo tranquilo. Estoy acostumbrado a tomar buenas decisiones y a encontrar
caminos, hasta en dónde hay pocas salidas. No siempre son procesos racionales, muchas veces uso la intuición. Incluso, y en no pocas ocasiones, me
dejo llevar por corazonadas y hasta por supersticiones. Confieso que
estas últimas me dan un poco de vergüenza, pero es algo superior a mí que me
asalta y me dice que elija tal o cual opción. Como la suerte me ha acompañado
hasta ahora, no quiero ni pensar en cambiar de sistema, todo va bastante bien
así.
Salí antes y fui directo a su
casa. Elisa se había arreglado más que de costumbre, pero no me llamó la
atención ese detalle, al que recién ahora recuerdo. Mientras preparaba la mesa fui a mirar detenidamente las humedades y me pareció que estaban secándose.
No eran para tanto, voy a enfriar el asunto, pensé.
Los tés estaban humeando y cuando
me acomodé, volvió a la cocina para buscar algo.
En ese preciso momento me vino un
impulso irreprimible y rápidamente intercambié las tazas. Traté de hacerle
entender que la mejor estrategia era que bajara el tono agresivo de su nota ya
que el problema estaba, casi seguro, solucionado.
‒ ¿Vos creés?
‒ Sí, ‒le dije‒. Esto ha llegado
hasta acá y está en retroceso.
‒ Me gusta tu optimismo, pero
para mí, en cualquier momento estas cosas reaparecen. Gracias de todos modos ‒.
Nos despedimos con un beso.
Raquel la encontró al día siguiente, en la cama, vestida.
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3 comentarios:
Muy buen cuento, maestro.
Me alegra haber encontrado el blog aún vigente, cosa que en estos tiempos no sucede. (Fijate que en el tercer párrafo falta la preposición "a" antes de Italia).
Es una alegría, Fernando, revisitar La pulpera.
Abrazo grande.
Jorge Aloy
Gracias Jorge. Todavía recuerdo con alegría tus "incipit".
Ya mismo agrego esa "a" que señalás.o más calladito
Me pregunto si "El perro..." sigue elocuente o está algo más calladito.
Un abrazo y un gusto grande.
Fernando
Fernando querido, por cuestiones de tiempo y, probablemente, por cambio de costumbres del público, el perro decidió enmudecer. Estoy publicando artículos académicos en revistas universitarias. Recientemente me publicaron en la Universidad de Budapest un artículo sobre un cuento de Borges. Si te interesa te lo dejo http://ojs.elte.hu/index.php/lejana/article/view/171
Es muy bueno haber recuperado tu contacto. Un abrazo grande.
PD: El año pasado me encontré con Hugo Paredero en un teatro y me dejó un comentario que no puedo repetir por acá. Yo conservo el mismo correo electrónico.
Jorge
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