El cuentista y narrador chileno Patricio Espinoza dice que SIEMPRE se pueden "dar clases" amenas y divertidas (para alumnos y docentes) a condición de convertir el "hacer clases" en un "contar". Más aún, postula que cualquier contenido de cualquier asignatura se puede convertir en una historia para ser contada.
Entre sus múltiples ejemplos, elegí este, acerca de cómo un Profesor de secundaria les enseñó un tema particularmente árido: el acento diacrítico. Se trata del caso particular de acento o tilde que usamos para diferenciar palabras que se escriben de la misma forma. El maestro consiguió con este cuento, no sólo que aprendieran para siempre el tema, sino que influyó decisivamente en el camino que siguieron varios condiscípulos.
Historia del acento diacrítico
Por supuesto, que esto fue hace mucho, muchísimo tiempo.
Un rey se quedó completamente afónico. Todos estaban preocupados, a excepción de la Reina, que disfrutaba esos días sin discusiones. Era un problema real, en todas la acepciones del término.
Empezó a escribir cortos mensajes en papelitos, para que los asuntos de gobierno y la vida cotidiana siguieran su curso normal.
“Buenos días”, “Buenas noches”, “De acuerdo”.
Una mañana en que no quería su café habitual, escribió “Te quiero” y se lo mostró a la doncella. Esta se sonrió pícaramente, lo que hizo que la Reina manoteara el papelito y se armara una de San Quintín.
Lo echó del cuarto y tuvo que aposentarse, solo, en la habitación 347 del palacio. Muy enojado, el Rey, que tenía justa fama de ser malísimo, convocó a los maestros de lengua del reino y les dio orden de resolver el tema en 48 horas, luego de las cuales, si no encontraban una solución, serían decapitados.
Pasaban las horas y no había acuerdo que resolviera el entuerto. Uno propuso dibujar una taza al lado de “Te quiero”, pero la idea fue desechada enseguida, porque la consideraron un retroceso, les parecía que no podían volver atrás, a un sistema ideográfico, -No creamos el alfabeto, para volver en las primeras de cambio a los jeroglíficos, -dijo el más viejo.
El cansancio, el desgano y la resignación se iban apoderando de los maestros. Muchos estaban completamente entregados a su destino y a la oración. Un par de ellos, sin embargo, continuaba frenético pero las ideas se les esfumaban pensando en la perspectiva de perder sus cabezas. Faltaban un par de horas para el plazo fatal, cuando uno se derrumbó y se puso a llorar su pena, con la cabeza entre las manos.
Entre sus múltiples ejemplos, elegí este, acerca de cómo un Profesor de secundaria les enseñó un tema particularmente árido: el acento diacrítico. Se trata del caso particular de acento o tilde que usamos para diferenciar palabras que se escriben de la misma forma. El maestro consiguió con este cuento, no sólo que aprendieran para siempre el tema, sino que influyó decisivamente en el camino que siguieron varios condiscípulos.
Historia del acento diacrítico
Por supuesto, que esto fue hace mucho, muchísimo tiempo.
Un rey se quedó completamente afónico. Todos estaban preocupados, a excepción de la Reina, que disfrutaba esos días sin discusiones. Era un problema real, en todas la acepciones del término.
Empezó a escribir cortos mensajes en papelitos, para que los asuntos de gobierno y la vida cotidiana siguieran su curso normal.
“Buenos días”, “Buenas noches”, “De acuerdo”.
Una mañana en que no quería su café habitual, escribió “Te quiero” y se lo mostró a la doncella. Esta se sonrió pícaramente, lo que hizo que la Reina manoteara el papelito y se armara una de San Quintín.
Lo echó del cuarto y tuvo que aposentarse, solo, en la habitación 347 del palacio. Muy enojado, el Rey, que tenía justa fama de ser malísimo, convocó a los maestros de lengua del reino y les dio orden de resolver el tema en 48 horas, luego de las cuales, si no encontraban una solución, serían decapitados.
Pasaban las horas y no había acuerdo que resolviera el entuerto. Uno propuso dibujar una taza al lado de “Te quiero”, pero la idea fue desechada enseguida, porque la consideraron un retroceso, les parecía que no podían volver atrás, a un sistema ideográfico, -No creamos el alfabeto, para volver en las primeras de cambio a los jeroglíficos, -dijo el más viejo.
El cansancio, el desgano y la resignación se iban apoderando de los maestros. Muchos estaban completamente entregados a su destino y a la oración. Un par de ellos, sin embargo, continuaba frenético pero las ideas se les esfumaban pensando en la perspectiva de perder sus cabezas. Faltaban un par de horas para el plazo fatal, cuando uno se derrumbó y se puso a llorar su pena, con la cabeza entre las manos.
-¡No me resigno a morir así!, -decía el último, que lejos de deprimirse, tenía un ataque de rabia.
-¡Quiero vivir! Mi familia me necesita y yo a ellos. ¡Qué día aciago! ¡Qué día fatal! ¡Que día crítico! ¡Que día crítico! -repetía a los gritos. Hasta que por último, tiró la tiza contra el pizarrón y ésta, justamente fue a dar sobre la e de Te quiero, que quedó Té quiero.
El ruido y los gritos, despertaron a los otros y uno de ellos dijo alborozado: -¡Ya está!, con esa rayita quedarán bien diferenciados. Y todos estuvieron de acuerdo. Más aún, lo bautizaron acento diacrítico, porque todavía resonaban por el salón los gritos del último "¡Qué día crítico!"
Escuchado a Patricio Espinoza, cuentista chileno, en el Encuentro de Narradores de la última feria del libro. El autor, José Miguel Barrios, era su profesor de lengua de la escuela secundaria. Mayo 2008
Fernando Terreno
El ruido y los gritos, despertaron a los otros y uno de ellos dijo alborozado: -¡Ya está!, con esa rayita quedarán bien diferenciados. Y todos estuvieron de acuerdo. Más aún, lo bautizaron acento diacrítico, porque todavía resonaban por el salón los gritos del último "¡Qué día crítico!"
Escuchado a Patricio Espinoza, cuentista chileno, en el Encuentro de Narradores de la última feria del libro. El autor, José Miguel Barrios, era su profesor de lengua de la escuela secundaria. Mayo 2008
Fernando Terreno
5 comentarios:
Fernando: Tal como te lo comenté en el correo, te agradezco la cita y encuentro fenomenal tu versión de la historia. José Miguel Barrios estará feliz.
Patricio: Gracias por tu generosidad y ya he colocado el nombre del Profesor Barrios allí.
Saludos cordiales.
Estimado Fernando:
He leído tu historia sobre el acento diacrítico, con sorpresa, cierta emoción y no poco pudor.
Mi nombre es José Miguel Barrios y fue profesor de lenguaje y tutor de Patricio Espinosa por 5 años. Lo conocí siendo un muchacho, y por estos días, en que se ha vuelto mayor que yo, lo cuento entre mis mejores amigos.
Soy el autor de la historia que refieres (y mejoras notablemente). La improvisé un día cualquiera en una sala de clases del colegio Salesiano, en la cual también estuve sentado como estudiante. La cree para Patricio, para Nelson Martínez, para Claudio Becerra, para Jorge Yáñez ... eran 45 mozalbetes que recién se ponían de cara a la vida, con los ojos y los sueños abiertos de par en par.
Confío en que ellos y algunos cientos más a quienes conté mi improvisada historia, vayan por la vida diferenciando los "té quiero" de los "te quiero". Confío sobre todo, en que utilicen con mucha más frecuencia los segundos que los primeros.
Un abrazo
José Miguel:
Había escuchado algunas veces las palabras "alto honor" y me costaba imaginármelo. De acá en más ya no tendré que hacer esfuerzos por entenderlas: nada me podría haber puesto más contento que tener el alto honor de recibir su comentario. Honradísima que es una (¿no dice así algo de Violeta Parra?, uno en mi caso, de recibir y pasar el testigo en esta posta de conocer y transmitir. Puedo entender a Newton que dijo: "anduve subido en hombros de gigantes".
Un abrazo y muchas gracias.
si no me hubieras enganchado con ese repollo del principio, me hubiera perdido este alto honor de dar testimonio de esto que ha sucedido acá, aún con el temor de haber dejado de lado algún acento diacrítico.
aca dejo un abrazo.
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