La
intertextualidad es la presencia de un texto en otro, ya sea explícita o
velada, literal o figurada, entrecomillada o incierta.
Parece
un concepto claro y evidente, sin embargo el tema no es ni por asomo simple
y, a medida que la gente de letras se dedicó a estudiarlo, se fue
haciendo cada vez más difícil formar una opinión que, al menos, tranquilizara
las conciencias y nos dejara dormir tranquilos a los simples lectores.
Digámoslo
sin vueltas: ¿es o no es copia de alguna parte de un texto anterior lo que se
presenta como obra nueva?
Hasta
hace poco tiempo (y en una pobre simplificación) el asunto se llamaba
simplemente “plagio” o “copiatina” pero,
tomando como base los trabajos sobre teoría literaria del ruso Miguel Bajtín,
la búlgara Julia Kristeva introdujo en 1967 la noción de intertextualidad. Ahí la agarraron Barthes, Bloom, Ecco y otros y
el asunto explotó alumbrando sus innumerables facetas y dando tela para cortar
a legiones de escribas, editores, abogados, blogueros, jefes de cátedra, etc.
¿Cómo
diferenciar lo intertextual de la
copia lisa y llana? He ahí el dilema.
La
cuestión planteada podríamos resumirla así: el texto (la escritura y la
lectura) es un tejido de voces múltiples que se va construyendo mirándose en
los anteriores, la cultura es una creación colectiva, una bolsa a la que cada
uno va aportando un granito que se encuentra (y busca encontrarse) con los
anteriores. Cada vez que miramos alguno
de esos granos ya ha cambiado y cada mirada lo ve distinto y desde diferentes
ángulos. Abelardo Castillo dice que “desde el fondo de los tiempos siempre se
escribe sobre los mismos temas” (diferentes versiones, aunque algunas son más
“diferentes” que otras).
En Cinco horas con Mario, Miguel
Delibes cuenta el largo monólogo de Carmen, sola frente al cajón, durante el
velatorio de su esposo. Cada una de las 27 partes de ese diálogo (¿?) está
encabezada por una cita textual de algún pasaje que Mario –el esposo– había subrayado
en su biblia. Jugando con esta dualidad el autor logra una proeza: al finalizar
la lectura conocemos casi tanto a Mario
–que no dice una sola palabra en todo el libro– como a Carmen, que las
dice todas. Pero no hay aquí dudas, el Vaticano no reclama derechos por las
transcripciones de la biblia ya que su negocio actual está más enfocado en la
venta de armas y el blanqueo de dinero proveniente del narcotráfico.
En la Argentina, el caso
de la premiada novela Bolivia construcciones puso hace unos
años el tema de la intertextualidad sobre el tapete. La novela ganó el premio
2006 de la Editorial Sudamericana y le fue retirado cuando el jurado se avivó
–tiempo después de su publicación y por una denuncia– de que contenía partes
enteras de otra novela, Nada, Premio
Nadal 1944, de la española Carmen Laforet, sin hacer mención alguna a la
fuente.
Una mitad de la cátedra
decía que el uso del recurso era su mayor originalidad y la otra que se trataba
de un simple plagio, de una copia desvergonzada.Un hecho es indudable, al jurado se le escapó el asunto en todas las lecturas que hicieron cuando otorgaron el premio. Descuento que enterarse no les debe haber hecho mucha gracia y de ahí la fuerte sanción que le impusieron: retiro del premio y del libro de las librerías.
... continuará
.
3 comentarios:
Ese pequeño olvido de citar la fuente de inspiración y con eso ganarse un premio.
A mi me gusta mucho eso de la falta de originalidad en todo, es un buen incentivo para animarse a escribir.
¿Cuál es el tema de la próxima clase?
Así voy adelantando la lectura.
Abrazo!
cr:
No te pongas ansiosa. Todavía falta la 2a (y última) parte de esta entrada.
Muy cierto eso de que si todo ya ha sido tocado, una cierta impunidad nos incentiva...
Un abrazo.
Me alegra ver que sigues por aquí. Yo he vuelto, después de un largo tiempo. Abrazos.
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