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Nunca
más volví a publicar un libro de poesía. Tuve miedo. Sé que la poesía conduce a
la locura y que un poeta es como un cartero que corre envuelto en llamas, alguien
que corre envuelto en fuego con algo en la mano que tiene que entregar.
El
poeta siempre llega tarde a todas partes. Sin embargo hay una hora extraña en
que el poeta llega antes que nadie. Es una hora peligrosa de la tarde.
Peligrosa y amenazante. El color de la hora es el color de los domingos a la
tarde, precisamente a las seis de la tarde.
…
Entonces todo ser humano desde el necio al soberbio va a recordar al suicida
que escribió y vendrá la muerte y tendrá
tus ojos; al fusilado que dijo no le
tapen la cara con pañuelos / para que se acostumbre a la muerte que lleva;
y al negado que una vez dijo con el
número dos nace la pena.
Para
eso sirve un poeta.
Isidoro Blaisten,
fragmentos de Mi primer libro y de Para qué sirve un poeta
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Pensó:
este es el último periódico que leeré. No compraré otro. Toda la vida apenas
los recorrí con la vista, y nunca saqué todo lo bueno de uno solo. Bien, leeré
hasta la última palabra de este y, cuando termine sabré con seguridad qué
ocurría en el mundo el vigésimo segundo día de enero del año 1901.
Glendon
Swarthout,
El tirador, 1975.
Pablo De Santis,
hablando sobre la variedad de los soportes de la escritura y el por qué de la
supervivencia de los diarios de papel, dice:
“Nos
gusta el diario por la misma razón que a este tirador: porque convierte un día
en algo cerrado. Una unidad, un objeto, un relato. En el diario, un día es la
metáfora de un día.”
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Por
la misma esquina de la plaza de Yanahuanca por donde, andando los tiempos,
emergería la Guardia de Asalto para fundar el segundo cementerio de Chinche, un
húmedo setiembre, el atardecer exhaló un traje negro. El traje, de seis botones,
lucía un chaleco surcado por la leontina de oro de un Longines auténtico. Como
todos los atardeceres de los últimos treinta años, el traje descendió a la
plaza para iniciar los sesenta minutos de su imperturbable paseo. (13)
Nada
debilita más al ser humano que las mentiras de la esperanza. (177)
El
delicado problema teológico se debatió seis horas. ¿Por qué no? Al comenzar la
conquista, los filósofos españoles debatieron no seis horas sino sesenta años
si los indios pertenecían o no al género humano. (206)
Manuel Scorza, Redoble por Rancas, 1970, Monte Avila
Editores. Entre paréntesis las páginas de los fragmentos.
.
5 comentarios:
Curioso leer esto de don Isidoro un domingo. Y esa hora de las 6 de la tarde, cuando el mundo aprieta, hay que ser muy poeta para bancársela.
Marcelo:
Sólo un poeta como vos tiene el coraje de leer esas líneas en esa hora eludida por todos los demás.
Recuerdo vagamente un poema que se llamaba:
"Los días de la semana"
Lunes,
martes,
miércoles,
jueves,
viernes,
sábado y
... otra vez la tarde del domingo.
qué bueno!!!! Las poesías que hablan de la tarde de domingo son mejores que esa hora del atardecer, donde ya ni el fútbol puede rescatarnos del hastío y los desengaños. Por suerte están los sábados por la mañana, a mi gusto el mejor momento del universo.
Un abrazo
Fernando,el párrafo escogido de Isidoro Blaisten me encanta...Es que los poetas son de otro mundo...Así es.
Saludos.
América:
¿Verdad que es duro y tierno a la vez?
Un abrazo.
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