Questa catena, di ferro crudo, più forte dell’accaio… saco pecho y fanfarroneo al menos una vez por verano, en malla y tomando sol durante las vacaciones. Los que conocen a qué alude la frase se ríen con la humorada y los que no, miran sin comprender.
La decía Zampanò (Anthony Quinn), el artista ambulante de La strada (F. Fellini, 1957), cuando hacía su rutina de forzudo y rompía unas cadenas que le rodeaban el pecho con la fuerza de sus poderosos músculos.
Hace
ya unos años, Hugo Martínez, un amigo y compañero de estudios traía a las conversaciones a su propio
forzudo: Maciste. Fue recién la semana pasada, leyendo Piazza d’Italia
de Antonio Tabucchi, cuando encontré al verdadero Maciste: un esclavo gigantón
que junto al romano Fulvio rescataban a la noble y joven Cabiria de manos de
los cartagineses en la película Cabiria.
Filmada en 1914, alentaba las fantasías imperiales de los italianos y fue la
primera en iniciar las superproducciones históricas que siguieron con El nacimiento de una nación (EEUU, 1915,
D.W. Griffith) y continuaron de moda hasta hace poco.
El
personaje fue interpretado por Bartolomeo Pagano, un estibador portuario, que
se hizo muy famoso y terminó siendo lo más recordado del film.
En
nuestra adolescencia, algún amigo se ponía en pose, endurecía su escuálida figura y decía: -Yo también fui un alfeñique. Con la
muletilla dicha, cualquier flaco se adelantaba a la cargada de los amigos en
los 50, 60 y 70.
Era
el Leit-motiv de las propagandas del
curso de físico-culturismo de Charles
Atlas, apodo de un italiano que se mudó a EEUU y, para superar el sentimiento
de inferioridad por su poco desarrollo corporal, se hizo adicto al gimnasio en
Brooklyn donde seguía el método Swoboda que se vendía por correo. Llegó a tener
una musculatura considerable y ser millonario, fruto del éxito mundial de su
propio método cuyos avisos aparecían en historietas y se vendían por correo. Se
llamaba Angelo Siciliano, había nacido en Calabria y el seudónimo lo tomó del
titán Atlas, a cuya estatua decían que se parecía.
Esto
de las historietas me ha traído la imagen de otro forzudo: el grandote Lothar, ayudante de Mandrake, el mago.
En algunas traducciones lo llamaban Lotario y nos reíamos de él por dos motivos:
por las supuestas relaciones homosexuales que le atribuíamos a él con su jefe y
por las resonancias de su nombre con la palabra otario, usada en nuestro
lunfardo como sinónimo de tonto.
La
serie podría continuar con otros musculosos que dan vueltas por mi cabeza, pero
vamos a terminar aquí. No vaya ser que venga Hércules
a reclamar su lugar y pretenda forzar las cosas. .
2 comentarios:
But…¡aquí falta una foto, Fernando! ¿dónde está el forzudo fanfarroneador en malla y tomando sol? Ahhhhh, no no no, así no se vale! :)
Me encantaron estos grandotes ternurones y te aviso desde ya, que tengo una muchacha a la medida de tus chicos, una verdadera preciosura que compartiremos en algunas semanas y enlazaré a este artículo. (por ahí ¡formamos una pareja!)
Un abrazo querido Amigo!
Susana: Una cosa es hacer reír a un pequeño grupo indulgente de amigos y otra andar matando de risa gente a destajo...
Espero ansioso a tu preciosura. A ver si terminamos poniendo una agencia de encuentros...
Un abrazo para vos.
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