sábado, 25 de octubre de 2014

Bestiarios


Bestiarios eran los de antes, los de la Edad Media, donde aparecían criaturas mitológicas, imaginarias, simbólicas y monstruosas. Hidras de muchas cabezas, gárgolas, dragones, centauros, sirenas, pulpos y serpientes abrazadoras; a la medida del terror y de la imaginación de sus autores. Estos animales monstruosos han ido desapareciendo con algunas excepciones: las arpías –mezcla de mujer y águila (etimológicamente la palabra significa que vuela y saquea) – y los hombres-lobo, tipos normales que alguna circunstancia (la luna llena, una mirada) convierte en feroz vampiro o lobizón y que, esporádicamente, encontramos entre nosotros.

Los bestiarios modernos han ido dando cuenta paulatinamente de que la criatura más monstruosa que aterroriza a los humanos es el hombre mismo y las alegorías van cediendo de a poco con el reconocimiento de nuestros aspectos más animales y quizás menos tenebrosos. En síntesis, a esta altura del campeonato empezamos a tener conciencia de que el monstruo más inquietante es el que llevamos dentro.

Pionero en este aspecto fue Franz Kafka con su Metamorfosis: cuando la publicó en 1915 dio expresas instrucciones a su editor en el sentido de no ilustrar el libro para que cada lector imaginara por cuenta propia en qué se había transformado Gregorio Samsa.
Otro ejemplo de este tipo es el Bestiario (1951) de Julio Cortázar que ha pasado a ser arquetipo y “marca registrada” de los bestiarios. Son ocho cuentos fantásticos, vitriólicos y, al decir del mismo autor, “autoterapias del tipo psicoanalítico”. Circe, Casa tomada, Ómnibus entre ellos.
 

Bestiarios propiamente dichos son el de Juan José Arreola (1959), el de Juan Nicolás Padrón (2012) y una recopilación de las bestias de H.P. Lovecraft ilustradas por Enrique Alcatena.
La oveja negra (1969) de Augusto Monterroso, Álbum de zoología (1985)  de José Emilio Pacheco y Manual de zoología fantástica (1954) de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero son también bestiarios, algunos con forma de viejas fábulas, lo que me hace pensar en Esopo y en que el tema de pasarles el fardo a los pobres bichos es anterior a la Edad Media. ¡Qué culpa tendrá el pobre chancho…!


A los que guste profundizar sobre el tema, le paso estos enlaces por los que anduve picoteando:
(Excelente artículo de Paola Tinoco)
.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que vuelva el latín confuso!!!

Fernando Terreno dijo...

Ferdinando puta et reputa. Non iluminatio mea.

Que tiene diferentes traducciones:
Fernando piensa y piensa, pero su luz no lo ilumina.
ó
La puta madre, no se me prende la lamparita.