Bestiarios
eran los de antes, los de la Edad Media, donde aparecían criaturas mitológicas,
imaginarias, simbólicas y monstruosas. Hidras de muchas cabezas, gárgolas,
dragones, centauros, sirenas, pulpos y serpientes abrazadoras; a la medida del
terror y de la imaginación de sus autores. Estos animales monstruosos han ido
desapareciendo con algunas excepciones: las arpías –mezcla de mujer y águila
(etimológicamente la palabra significa que
vuela y saquea) – y los hombres-lobo, tipos normales que alguna
circunstancia (la luna llena, una mirada) convierte en feroz vampiro o lobizón y que, esporádicamente,
encontramos entre nosotros.
Los
bestiarios modernos han ido dando cuenta paulatinamente de que la criatura más
monstruosa que aterroriza a los humanos es el hombre mismo y las alegorías van cediendo
de a poco con el reconocimiento de nuestros aspectos más animales y quizás
menos tenebrosos. En síntesis, a esta altura del campeonato empezamos a tener
conciencia de que el monstruo más inquietante es el que llevamos dentro.
Pionero
en este aspecto fue Franz Kafka con
su Metamorfosis:
cuando la publicó en 1915 dio expresas instrucciones a su editor en el sentido
de no ilustrar el libro para que cada lector imaginara por cuenta propia en qué
se había transformado Gregorio Samsa.
Otro ejemplo de este tipo es el Bestiario (1951) de Julio
Cortázar que ha pasado a ser arquetipo y “marca registrada” de los
bestiarios. Son ocho cuentos fantásticos, vitriólicos y, al decir del mismo autor,
“autoterapias del tipo psicoanalítico”. Circe,
Casa tomada, Ómnibus entre ellos.
Bestiarios
propiamente dichos son el de Juan José
Arreola (1959), el de Juan Nicolás
Padrón (2012) y una recopilación de las bestias de H.P. Lovecraft ilustradas por Enrique
Alcatena.
La
oveja negra (1969) de Augusto
Monterroso, Álbum de zoología (1985)
de José Emilio Pacheco y Manual de zoología fantástica (1954)
de Jorge Luis Borges y Margarita
Guerrero son también bestiarios, algunos con forma de viejas fábulas, lo que me
hace pensar en Esopo y en que el tema de pasarles el fardo a los pobres bichos
es anterior a la Edad Media. ¡Qué culpa tendrá el pobre chancho…!
A
los que guste profundizar sobre el tema, le paso estos enlaces por los que
anduve picoteando:
(Excelente artículo de Paola Tinoco)
.
2 comentarios:
Que vuelva el latín confuso!!!
Ferdinando puta et reputa. Non iluminatio mea.
Que tiene diferentes traducciones:
Fernando piensa y piensa, pero su luz no lo ilumina.
ó
La puta madre, no se me prende la lamparita.
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