Todas las semanas Víctor Hurtado,
uno de los editores de La Nación de
Costa Rica, nos regala desde las páginas de Áncora – el Suplemento Cultural que
dirige desde 1997- una de sus preciosas Otras
disquisiciones.
El tipo les da un trabajo extremo a
los editores del diccionario de la RAE puesto que usa todas las acepciones de disquisición habidas y por haber. Acomete
con obstinado ( y destinado) rigor la tarea de divagar, de hacer digresiones -es decir romper
el hilo del discurso- para luego ponerse a zurcir los retazos y relacionarlos
del modo más sorpresivo.
Con su autorización he elegido esta
para los lectores de La Pulpera:
La vanidad y la ciencia
El vanidoso descubrió que él es el
hombre de su vida, de modo que practica la endogamia con él mismo. A veces, el
soberbio es ateo porque detesta la competencia. Soberbios son quienes tienen la
vanidad que nos corresponde. Claro está, otros dirán que hay tanta vanidad que
alcanza para todos; pero esto solamente lo dicen los humildes por falta de
experiencia.
En los vanidosos, lo más auténtico
es la falsa modestia. La falsa modestia es la serie de cañonazos silenciosos
que lanzamos para hacer notar que aquí estamos porque hay gente tan distraía
que pierde el tiempo consigo misma.
De todos modos, a veces, el amor
propio es una muestra de mal gusto. Para observarse bien hace falta salir de sí
mismo, pero, en ciertos casos, algunos no querrán volver. Buen observador de
los otros, el prosista español Ramón Gómez de la Serna decía que, si algunos se
conocieran bien a sí mismos, terminarían por retirarse el saludo.
Al fin, más que vanidoso, conviene
ser persona interesante. Persona interesante es la que no es interesante para
ella, sino para los demás. Esto acarrea consecuencias prácticas muy útiles; por
ejemplo, la mejor forma de disimular una mancha en la camisa es mantener una
conversación interesante: cubre más que una corbata. Esta es la gente que ha encontrado
el modo de ser guapa por teléfono –si acaso hay gente guapa, obviamente–.
Aunque parezcan primos hermanos, la
vanidad no siempre equivale al egoísmo; y el egoísmo no nos lleva siempre a la
ansiedad de perpetuarnos, de ser recordados.
Es natural el deseo de ser
reconocidos por nuestros pares (se excluye al soberbio pues es sin par). En
1906 lo había notado el filósofo alemán marxista Karl Kautsky en su libro Ética
y concepción materialista de la historia (cap. IV), tal vez el primer libro
que une la ética natural insinuada por Darwin con las investigaciones actuales
de la neurociencia que confirman la condición instintiva de la solidaridad
humana, al menos dentro de la familia. Hoy olvidado, aquel es irónicamente
libro y eslabón perdido.
El deseo de ser reconocido no es
igual a las ansiedades de los vanidosos, quienes solamente caminan de vuelta,
pero el reconocimiento social es vía de dos sentidos. Hoy se han confirmado
tres modos de perpetuarnos: el genético (mediante los hijos), el cultural (las
obras que dejamos: libros, canciones, jardines...) y el social (nuestro
recuerdo en los demás).
Mañana habrá otras formas de quedar
vivos en la muerte. En su reciente libro El futuro de la mente, el
físico nipoestadounidense Michio Kaku sostiene que podrán extraerse recuerdos
de las personas y colocárselos en un soporte externo (un disco o lo que fuere),
de modo que otras personas podrán introducírselos en el cerebro. ¿Es todo ello
solo ciencia-ficción? Hoy, sin duda lo es, pero la ciencia comienza siendo la
ficción de ciertos audaces.
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