Este hermoso cuento sobre fútbol fue publicado en el Suplemento Ni a palos del diario Tiempo Argentino del 29 de enero de 2015. Lo reproduzco sin autorización del autor ni del editor, y lo retiraré si cualquiera de ellos lo pidiera. Lo pongo, simplemente, porque me parece de los mejores que he leído, en un campo donde han descollado Sasturain, Soriano, Sacheri entre otros.
El
partido continuó
por
Zambayonny
Hay
partidos en los que un equipo se pone en ventaja y a partir de ese momento
defiende la victoria metiendo a sus once jugadores dentro del área, renunciando
a cualquier forma de ataque, con la orden estricta de hacer tiempo y
reventarla.
Pese
a que se supone que la mejor manera de cuidar un resultado es con la pelota en
los pies y atacando periódicamente para evitar que el rival se adelante con
todos sus hombres, el plan de colgarse del travesaño ha valido la pena en tantas
ocasiones que muchos directores técnicos lo adoptan de inmediato sin
importarles el tiempo que falte por jugar ni los insultos que puedan recibir
por realizar cambios cada vez más defensivos.Esta actitud pone muy nerviosos a los hinchas que descuentan que así no van a poder aguantar el resultado aunque van cambiando de opinión a medida que el reloj avanza y los rivales se nublan tirando miles de centros inofensivos o intentando infructuosamente gambetear a todos, presas de la incertidumbre que provoca sentir que uno está jugando contra un loco.
En algún momento esta estrategia (osada por cobarde) acaba confundiendo a la lógica y todos comienzan a sospechar que es imposible convertir un gol teniendo 11 futbolistas defendiendo dentro del área grande. Es entonces cuando el tiempo comienza a correr a favor de los que defienden.
Recuerdo
un partido con estas características en que el árbitro no permitió que el equipo en ventaja se
defendiera con artilugios extras y decidió poner todo su empeño y profesionalismo
en tratar de que el encuentro se siguiera jugando a pesar de todo.
Lo
primero que hizo fue amonestar a los que perdían tiempo, esto lo llevó a
expulsar enseguida a algunos incluyendo al arquero que aunque ya tenía amarilla
prosiguió con esta actitud a sabiendas de que jamás le sacan otra a los
guardametas en estos casos. El partido continuó. De inmediato los alcanza
pelotas comenzaron a realizar su trabajo demasiado lento, así que también los
expulsó a todos y desde ese momento cada vez que la redonda se iba del campo de
juego él mismo saltaba los carteles para traerla de nuevo. El partido continuó.
Cuando empezó a anochecer cortaron la luz como lo hacen habitualmente para
enfriar, sin embargo el réferi llamó desde el celular a su cuñado que es electricista
y lo hizo ir al estadio para que reconectara el servicio. El partido continuó.
Visto y considerando que se iba a complicar mucho mantener la ventaja los
hinchas se treparon al alambrado para detener el encuentro pero, lejos de eso,
el árbitro se trepó del lado de adentro y les fue aflojando los dedos uno por
uno para que se vayan cayendo desde las alturas pese a la asqueante cantidad de
escupitajos que recibió en su rostro. El partido continuó. Minuto a minuto los
jugadores que iban ganando fingían lesiones y se tiraban al suelo gritando de
dolor aprovechando que el carrito con la camilla no entraba nunca, por lo tanto
el juez los tomaba de los tobillos, los arrastraba hasta más allá de la línea
de cal y no volvía a darles la orden de que reingresaran pese a las protestas
de todo el mundo. El partido continuó. Instantes después, en lugar del típico
perro que entra a la cancha para detener el juego, entró la mascota del club
que era un hurón simpático, gordito y veloz, oportunamente aceitado para que sea
imposible de agarrar. Al darse cuenta de esto el juez lo corrió hasta tenerlo más
o menos cerca y le lanzó una patada voladora a la cabeza que mató al bicho.
Entre abucheos sacó al cuerpo fuera del campo de juego. El partido continuó.
Faltaba ya poco tiempo cuando desaparecieron absolutamente todos los balones,
entonces el referí fue a buscar el cadáver del hurón, le arrancó la cabeza con
los dientes y la arrojó a los pies de los futbolistas para que la usaran de
pelota. El partido continuó.Inmediatamente alguien le lanzó un certero piedrazo que le abrió el cuero cabelludo y pese a que se desmayó durante algunos segundos, se puso de pie, se sacó la camiseta, se la enroscó en la cabeza en forma de venda y siguió dirigiendo bañado en sangre. El partido continuó. Al llegar a los 90 adicionó 35 minutos. Lo querían matar. Entró la policía a pegarles a todos así que llamó a su abogado, les inició un sumario por mal desempeño del deber público y los echó a la fuerza. El partido continuó. En el tumulto le robaron las tarjetas entonces si señalaba al sol (que ya no estaba porque había anochecido) era amarilla y si señalaba la sangre que le chorreaba era roja. El partido continuó. También le sustrajeron el silbato por lo tanto en cada fallo pegaba un alarido finito y penetrante que pretendía imitar el sonido del pito. El partido continuó. Alguien trajo a su esposa y amenazaron con matarla, pero el árbitro aprovechó para pedirle el divorcio. El partido continuó. De inmediato la dirigencia abrió los grifos de riego y las tomas contra incendio inundando la cancha y ahogando a los jugadores, sin embargo el árbitro no detuvo el juego hasta que una hermosa sirena lo tomó del brazo y lo rescató para siempre.
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2 comentarios:
Me encanto!!!!!,continuar sin desfallecer contra todo obstáculo,cuantos insisten en hacer las cosas tal y como se deben hacer y como se multiplican las dificultades,al final es el deber cumplido con heridas incluidas.
Gracias América:
Si hay alguien adornada con la virtud de la persistencia, esa sos vos.
Estoy alejado del blog, pero volveremos, dijo Mc Arthur...
Un abrazo y gracias por pasar.
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