lunes, 29 de diciembre de 2014

La sacarina y otros endulzantes artificiales

“Jadeante y plantado apoyándose en los brazos, Brown se puso a cantar con una asacarinada y gangosa voz de tenor.”
“Standing there between his propped arms, Brown began to sing in a saccharine and nasal tenor.”
William Faulkner, Luz de agosto, Cap.5. (Edic. SUR –traducción de Pedro Lecuona– y versión original)

Me sorprendió el adjetivo porque creía que la sacarina era un producto que no se usaba para la época (1932) de la novela. Fui al original en inglés y la sorpresa se duplicó.
En efecto, Faulkner usa saccharine, cuyo significado es ingenuo, algo tonto, endulzado. La palabra viene del sánscrito sarkara, griego sakkharon, latín saccharon (azúcar).
La sacarina, el endulzante artificial que se usa como sustituto del azúcar, fue descubierta en 1879 por dos químicos norteamericanos que experimentaban con derivados del alquitrán de carbón. En 1884 Falbergh solicitó la patente a su nombre –lo que le valió la enemistad  de su socio Rensem al que dejó fuera del negocio– y le puso el nombre comercial de saccharin.


A principios del siglo XX la comercializaba Monsanto pero ya había fuertes controversias acerca de la inocuidad de la sustancia dado que algunas pruebas alertaban sobre su posibilidad de generar tumores. Los estudios con ratas fueron lapidarios y dejaron claro que provocaba cáncer por lo que su consumo fue poco significativo hasta 1960. A partir de ese año hubo marchas y contramarchas sobre la autorización para consumo humano. Su uso está prohibido en algunos países, Canadá y Francia por ejemplo y en Alemania se la usa como “sustancia estimulante del apetito” en alimentos para animales  (Futtermittelverordnung vom 1992, BGBl I, p.1898). Para colmo de males, y cancerígenos aparte, una investigación en EEUU sobre 80.000 personas ha demostrado que quienes la consumen aumentan de peso frente a quienes no lo hacen (Stellman S., Garfinkel L., Prev. Med., 1986/15, p.195)

Lo cierto es que el uso de la sacarina y otros endulzantes artificiales creados a posteriori con la intención de ser más inocuos y sacarles el gusto metálico/amargo que los caracteriza tuvieron un desarrollo comercial muy grande a partir de 1960 en coincidencia con las represalias militares y económicas que los EEUU aplicaron a Cuba y que culminaron con la aplicación del bloqueo comercial total que continúa hasta hoy, fines de 2014. Lo primero que hicieron los yanquis fue reducir la cuota de azúcar que compraban a la isla y llevarla a cero en 1962.
A partir de allí, se empezaron a relajar las restricciones y normas que la FDA aplica a los edulcorantes artificiales, porque como dice un sarcástico dicho entre nutricionistas: “Entre el cáncer del comunismo y el de páncreas, la elección no admite dudas: el de páncreas.”



Si algún lector está entre los consumidores de sacarina (y otros edulcorantes) le pido disculpas, esta nota no tiene por objeto alarmarlo en absoluto, las pruebas son escasas y las dosis que realmente producen cáncer son altas, de modo que si lo suyo es un sobrecito que otro y alguna gaseosa light cada tanto, no es para preocuparse. Lo que sí, no espere rebajar un solo gramo por su uso. Lo único que con seguridad va a disminuir es su dosis de placer.
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2 comentarios:

América dijo...

jajajaja....Menuda nota,mejor disfrutamos algo de azúcar que bien nos hace falta!
Un beso amigo.

Fernando Terreno dijo...

América.
Eso, endulcemos lo que podamos.
Un abrazo.