jueves, 7 de diciembre de 2017

Juego: dos palabras contra el totalitarismo


Me han pedido que participe en un juego literario que consiste en escribir algo acerca de dos palabras del diccionario, elegidas al azar.
Acepto el desafío, pero con estas aclaraciones: no me prestaré al uso habitual que, en general, consiste en construir un relato más o menos atractivo, siempre engañoso, con el objeto de distraer o seducir a los lectores para evitarles encontar la verdad, pensar en lo que les espera o simplemente estafarlos y venderles algo, que es lo mismo.

No importa si el objetivo es seducir a la enfermera de la otra cuadra, reemplazar cariños escasos, apropiarse de bienes públicos, del gobierno o alcanzar el poder y, ¿por qué no?, ocupar el lugar de dios aunque sea temporalmente: eso hace habitualmente lo que llamamos “literatura”.
Se trata ni más ni menos de un juego, una especie de ajedrez, donde las piezas son las palabras y como estas tienen significados y representaciones que cambian de continuo, no encontrarán sentido alguno allí, salvo el adormecerse, perder la conciencia, embriagarse y lograr evitar lo que más nos aterra: pensar.

De modo que voy a tratar de desenmascarar a las dos “inocentes criaturas” que me asignaron: “vaquita” y “amanecer”.
Intentaré develar la intrínseca maldad que constituye la esencia de estos dos Caballos de Troya, que ya no podremos usar sin ser cómplices o partícipes necesarios en la trapisonda de la literatura. Lo mismo podríamos hacer con cualesquiera otras, pero hoy nos ocuparemos de estas.
Queridos lectores, están ustedes advertidos: si desean seguir siendo engañados por las palabras, abandonen aquí mismo la lectura. Si, por el contrario, están dispuestos a intentar acercarse un poco a la verdad, a mirar aunque sea a través de un vidrio oscuro, agradeceré vuestro acompañamiento.

Tomemos a la angelical e inofensiva “vaquita” y  mirémosla en detalle. Comencemos por el hecho de que no está en el diccionario, o sea ni siquiera existe. Para colmo el sufijo “ita” identifica a veces a los diminutivos. Debemos tener más cuidado que nunca con estos casos, porque a su naturaleza de oculta intrusa le agrega ese sufijo dudoso, como para dar lástima en el caso de que la hayamos identificado. Pero ya la tenemos aquí, agarrada del cogote, y le haremos confesar todo.
Vaquita es confusa, los españoles usan “vaquilla” y se refieren a una ternera joven, de menos de dos años. ¿Será ésta la nuestra? ¡Quién sabe!
Con el mismo nombre se presenta un coleóptero pequeño de color rojo con pintas negras, también dice que se llama “vaquita” y le agrega un apellido: “de San Antonio”.
¿O será un mineral, desconocido para nosotros, con quién sabe qué propiedades peligrosas? Hasta podría ser radioactivo. El sufijo “ita” está presente en muchos óxidos y minerales estratégicos y complicados: pirita, azurita, rodocrosita, etc.
Vaca también es una apuesta a prorrata o un dinero que juntan algunos amigos para jugarlo o destinarlo a comprar algo más valioso de lo que podrían solos.
Antes de dejar a la resbalosa “vaquita” vale recordar que, si le sacamos el diminutivo con el que intenta pasar desapercibida, quitarse importancia o vaya a saber qué otra cosa, estaremos ante una “vaca” desnuda. Desnuda en sentido figurado, porque el animal viene todo forrado de cuero, como ya sabemos y por más que intenten mantener un perfil bajo, desde la fundación de nuestro país, nos  gobierna un grupo apoyado precisamente en ellas: la oligarquía vacuna.

Veamos ahora “amanecer” que con toda la dulzura y promesa que parece sugerir, también se trae el cuchillo bajo el poncho. Empecemos por el hecho que, de movida, no sabemos si se trata de un verbo o un sustantivo.
No sabemos si estamos llegando a algún lado o nos hemos pasado toda la noche allí. La cosa está negra en ese sentido a pesar de que algún diccionario diga que significa iluminar.
Y tampoco está claro si significa un comienzo venturoso o un castigo: recuerdo un amigo que llegó tarde a su casa y la esposa lo dejó afuera, sin dejarlo entrar. –Desgraciado, –le dijo–, vas a amanecer ahí, para que aprendas.
También significa pesadillas a repetición: Amaneció el Clarín debajo la puerta de la casa, como todos los días.
O la esperanza de un futuro mejor: Llegará el día en que amanezca sin el veneno de ese pasquín.

Disculpen ustedes el baño de realidad. Hubiera sido menos complicado entregarme al facilismo de hacer una composición que dijera, por ejemplo: Amanece sobre el ancho campo argentino, el ganado pace tranquilo entre las mieses y en la bucólica escena, se destaca una vaquita, triscando alegre en unos pastitos tiernos.
Todos estarían felices con sus pensamientos volando hacia el futuro luminoso que esperaría a esta tierra de promisión, llena de emprendedores produciendo alimentos y cervezas artesanales para todo el orbe.
Pero sabemos que la bruma se va, los globos se desinflan y ni a palos podemos comprender que nos pongan presos para aumentarnos la libertad o nos rebajen los sueldos para mejorar nuestra capacidad adquisitiva. Todo por una cosa muy simple: cada palabra quiere decir una cosa, y otra y otra, que en muchas ocasiones se oponen entre ellas mismas.
Además de que ellas no ayudan, si encima las usan unos mentirosos perversos no habrá forma de que entendamos algo.
La ambigua naturaleza polisémica de las palabras ha quedado expuesta con claridad, pero lo peor no está en ellas, debemos agregar el mal uso al que las sometemos. Ya lo dice un viejo refrán: en boca del mentiroso lo cierto se hace dudoso.

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