Capturar
el paso del tiempo, atraparlo, fijarlo o mostrarlo es un tema que tienta en
forma reiterada a muchas expresiones artísticas.
El
cine tiene ejemplos muy bellos y creativos de esos intentos, aún sabiendo lo
dificultoso de la tarea. He reunido cuatro muestras de cómo abordan el asunto
grandes directores, aunque no sea el tema central en la trama de sus películas.
Las
elegidas son, por año de presentación:
El
baile, 1983, Francia-Argelia, dirigida por Ettore Scola.
Cigarros,
1995, EEUU, dirigida por Wayne Wang.
El
árbol, 2006, Argentina, dirigida por Gustavo Fontán.
45
Años, 2015, Inglaterra, dirigida por Andrew Haigh.
El
baile
relata 50 años de la historia de Francia, sin diálogos, con la cámara casi estática,
en el mismo salón de baile, con los mismos actores. El tiempo parece abolido y
las transiciones entre las diferentes épocas empiezan con la escena anterior
fija, que va adquiriendo movimiento y los cambios sutiles en pequeños detalles,
el vestuario, los peinados y, fundamentalmente, la música. Algún pequeño fuera de escena se utiliza para traer
sonidos y noticias del “exterior”, pero la misma escena congelada y repetida a
lo largo del tiempo, hasta terminar con la del principio, me parece un recurso
maravilloso (que sigue copiándose a destajo por directores de cine y teatro.)
En
Cigarros
las historias principales pasan por otros lados, pero el protagonista, Auggie
Wrenn (el dueño de la cigarrería, magistralmente interpretado por Harvey Keitel)
saca todos los días, a la misma hora y
con el mismo encuadre, una foto de la esquina de su negocio. Y así durante
años, hasta que se las muestra al otro protagonista, Paul Benjamin (un excelente
William Hurt, haciendo el alter ego de Paul Auster): “Nunca lo vas a entender
si no las pasás más despacio. Son todas iguales pero cada una es diferente de
la otra.”
Así
es como Paul, en crisis por el fallecimiento de su esposa, la ve en una de esas
viejas tomas y eso le abre un camino para superar la pérdida.
El
álbum se convierte así en el modo en que Auggie atrapa el tiempo o al menos, lo
intenta.
El árbol es, más que cualquiera de las otras, una reflexión sobre el paso del tiempo, es decir, sobre la vida y la muerte. Y el director lo muestra de diferentes maneras.
En
la discusión de la pareja de ancianos sobre la conveniencia de derribar un
viejo árbol de la vereda del que no sabemos ciertamente si está vivo o muerto y
al que la película muestra tozuda y pacientemente, enfocado en diferentes
estaciones a lo largo de los años.
Para
dejar constancia de un tiempo más largo, el que va desde la infancia hasta el
presente de los hijos de esos viejos, muestra un cajón con marcos de anteojos
usados. Los hay desde todo tipo: Clipper, vampiresa, etc. Los diseños identifican
las diferentes épocas que asociamos a figuras icónicas de nuestro pasado.
Una
de las formas más creativas de mostrar el paso del tiempo y atraparlo... en un cajón de anteojos viejos.
45 Años. Kate y Geoff están a una semana de festejar el 45 aniversario de su casamiento cuando llega una carta del gobierno suizo solicitándole al marido colaboración para la identificación del cadáver de Katya, una mujer con la que él compartió unas vacaciones en los alpes, años antes de casarse. Un accidente, provocado por un alud, terminó con aquel paseo y la vida de algunos participantes.
La
noticia desencadena una crisis en la pareja. El pasado se hace pesadamente
presente y el tiempo queda tan congelado
como lo ha estado el cadáver de aquella jovencita durante más de 45 años.
Para la joven, el tiempo no ha pasado: debe tener el mismo semblante de sus 20
años, para ellos la situación es bien distinta (e insoportable) ya que ambos
superan los 70.
Tempus fugit pero,
afortunadamente, el cine intenta atraparlo y parece que lo logra. Si las
consiguen, recomiendo que vean alguna. No dejen que se les escapen.
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