lunes, 6 de abril de 2009

El calendario -1-

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El calendario

Nuestros parientes más lejanos descubrieron que entre dos lunas llenas transcurrían veintinueve días aproximadamente y que el intervalo entre dos fases cualquiera de la luna era siempre el mismo. Así registraban los intervalos del tiempo en “lunas”.
Mientras fueron cazadores, no tuvieron necesidad de inventar las semanas, los meses y los años. Pero cuando empezaron a cultivar la tierra, se hizo necesario anticipar la llegada de las estaciones y entender el ciclo de las mismas. Y allí empezaron a complicarse las cosas entre las “lunas”, las estaciones y el ciclo “anual” del sol.
Diferentes culturas y civilizaciones se ocuparon del tema, todos atascados por el hecho de que la duración del ciclo lunar no tiene nada que ver con la extensión del año solar y para complicar más aún el tema, ni uno ni otro son múltiplos enteros del día. El mes lunar dura 29 días y pico, y el año, 365 días y unas horas más.

Los astrónomos babilonios (4000 A.C.) optaron por un calendario lunar de 12 meses de 30 días, pero como se les “corrían” las estaciones, cada seis años agregaban un mes. Los mayas (350 A.C.) se decidieron por la opción solar y un año de 18 meses de 20 días, al que agregaban 5 días, para alcanzar a la tierra en su órbita alrededor del sol.
Los primeros en desentenderse de la luna y reconocer al sol como el astro Rey y medir su ciclo anual con exactitud fueron los egipcios. Siguieron con sus 12 meses ( ver la entrada La docena: prehistórica y tozuda del 3 de mayo del 2008) de 30 días y agregaron 5 de fiesta. Ptolomeo III, rey de Egipto, 230 A.C., quiso agregar por decreto a esos 5 días de fiesta un día cada 4 años (el bisiesto) poniendo en circulación el calendario tal como lo usamos ahora, pero no lo logró por la oposición de los sacerdotes.
Hubieron de pasar dos siglos para que un hombre inteligente, militar y estadista, comprendiera el valor incalculable de esa idea, la tomara y la hiciera adoptar: Julio César.
César tiró el calendario lunar romano a la basura y adoptó para todo su imperio el calendario solar de Ptolomeo con una única variante, el nombre: pasó a llamarse Juliano.
El juliano fue el primer calendario perpetuo o casi perpetuo. Sencillito y exacto, salvo por un “pequeño” adelanto de un día y medio cada doscientos años que, la verdad sea dicha, para lo que había hasta entonces era un lujo.
Constantino, para el año 325 D.C. lo hizo adoptar como calendario de la cristiandad por un Concilio y suprimió las tres divisiones del mes romanas suplantándolas por las semanas de 7 días que usamos todavía ahora (ver la entrada “La semana de 9 días” del 11 de junio del 2008). Con esto, Constantino volvió a complicar el asunto y desbarató la perpetuidad del calendario Juliano. No fue este el único balurdo que nos regaló Constantino, al que ya le pegaremos la biaba que se merece en alguna futura entrada.
Hacia el año 1580 el “pequeño adelanto” ya se había hecho considerable, y el calendario le había sacado 12 días de ventaja al año solar. Entonces el papa Gregorio XIII llevó adelante el plan de modificar el viejo calendario juliano para poner las cosas en orden. Le rebanó de una 10 días al año 1582, de modo que el 4 de octubre pasó a ser el 15 de octubre de 1582.
Suprimió los bisiestos de fin de los siglos que no son divisibles por 400 y con eso inscribió su nombre en la galería: el calendario pasó a llamarse Gregoriano.
Fue adoptado inmediatamente por la Europa católica. Inglaterra recién lo adoptó en 1751 y Suecia en 1753.

Hoy todavía seguimos utilizando el calendario de Ptolomeo III, con la ayuda que le dieron Julio César, Constantino y el papa Gregorio XIII. Estamos tan familiarizados con él que nos parece perfecto, sin embargo arrastra una serie de problemas que alguna gente trabaja desde hace más de un siglo para solucionar.
De eso tratará la entrada próxima.


Bibliografía consultada:
THELMA y CORIDON BELL, El enigma del tiempo, 1966, Buenos Aires, Editorial ACME.
DAVID EDWING DUNCAN, Historia del calendario, 1999, Buenos Aires, Emecé Editores.
La imagen es de Cristóbal Reynoso, CRIST.
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2 comentarios:

Cerdos y Cerdas dijo...

muy interesante, tu texto es más interesante que la revista "muy interesante", la cual me parece poco interesante

besos

América dijo...

Pensar que la vida transcurre entre luna y luna,excelente propuesta para leer,la de cosas que se leen aprendemos,por que sera que no reparamos en estas si son del diario vivir,esta ahí y no cureosamos....Bien!,,,,de curioso jajajajaj....