¿Piadosos o crueles?
En la impagable El verdugo, de Luis García Berlanga, un plácido Amadeo (genial José Isbert) defiende con pasión su técnica y dominio del oficio. El garrote vil, dice, es mucho más humano que otras alternativas. Mejor que la horca que usan los ingleses o la descarga eléctrica de los norteamericanos que “deja a los pobrecitos chamuscados y achicharrados”.
Es “ejecutor” de la Audiencia de Madrid y se encarga en nombre del Estado Español de “completar” las sentencias de la justicia y cumplir la “orden”. Va de cárcel en cárcel a prestar sus “servicios” a medida que le son requeridos, aunque “muchas veces viajo en vano, por las postergaciones y los indultos”.
La película, una comedia negra que mezcla el corrosivo humor del cine italiano de los 60 con el grotesco y el esperpento de la literatura española a la vez que reflexiona en profundidad sobre la pena de muerte, contribuyó en gran medida a su abolición en las décadas que siguieron.
En su origen, la ejecución de la sentencia de muerte se hacía previo someter a tormentos a las víctimas que, generalmente, morían a consecuencia de esas torturas en aras de una pretendida confesión o arrepentimiento. Generalmente el proceso era público, con el doble objeto de alimentar el morbo de los espectadores y, de paso, imponer la autoridad por el terror consiguiente.
El tema de la ejecución también está ligado a la liberación del dolor mediante la muerte y así lo han conocido y afrontado numerosas culturas. Entre los muchos enfoques sobresalen uno legal y el otro, médico.
El aspecto legal lo relaciona con el homicidio por compasión como el remate de los heridos graves por parte de su propia tropa y el tiro de gracia de los fusilamientos. El aspecto médico del tema, con la tradición hipocrática de no intervenir ante la enfermedad incurable (eutanasia pasiva) y la más moderna del derecho al buen morir de los pacientes y a exigir la práctica de la eutanasia voluntaria.
Algunos pueblos americanos tenían una persona que se ocupaba de tareas parecidas: el despenador o el quitapenas. Las personas malheridas y los enfermos terminales pasaban al más allá sin alargar inútilmente dolores ni sacrificios. Incluso algunos animales tenían el privilegio de ser sacrificados por el despenador.
Todo el rechazo y la culpa que nos provoca hacernos cargo de la violencia que implica la aplicación del máximo poder punitivo del Estado, cuya concentración extrema es la pena capital, lo transferimos a la figura del verdugo, como una forma de olvidar que actúa por nuestra cuenta y cargo.
Sin llegar al extremo de postularlos como el mejor compañero, han contribuido con sus “experiencias” a mejorar los métodos haciéndolos menos cruentos, más humanos y a tratar de acortar el trámite. Algunos tienen historias y famas bien ganadas como J. I. Guillotin, Antonio López Sierra y Albert Pierrepoint… ¡Próximamente en esta misma página!
El verdugo, España-Italia, 1963,Luis García Berlanga, 87 min., con José Isbert, Nino Manfredi y Ema Penella
Dos cuentos seleccionados sobre el tema del despenador:
El despenador, cuento, Ventura García Calderón, (Perú)
Lo habían ensayado todo sin éxito; el sebo de jaguar, la lana de llama blanca, que alivia el dolor si se ha friccionado con ella el pecho del enfermo; las hierbas serranas que el brujo del pueblo propinaba en un mate de chicha después de haber escupido, como las llamas, hacia los malos poderes del aire. La Serafina…
http://www.herbertmorote.com/despenador.asp
El último despenador, cuento, Herbert Morote, (Perú)
…
-¿Es él?
-Sí. Está así desde ayer. Ya no se puede hacer nada, ha venido don Pergo, ¿te acuerdas de él? Dice que lo mejor sería hablar con el Despenador.
-¿El Despenador? No me jodas, huevón, ¿y la herencia? Decían que tenía monedas de oro escondidas o ya te las chapaste.
-¿Yo? Yo nunca se las vi, te lo juro. Antes de su último chucaque habló con don Celso, el Juez de Paz. Le dejó el testamento pero el chesu del tinterillo no me lo ha querido leer. Creo que te deja algo, sino no hubiera pedido que te llamen. Claro que para recibir tu parte tendrás que esperar que muera el tayta y quién sabe cuánto durará.
-No tengo tiempo para huevadas. ¿Oye, todavía hay despenadores? -preguntó Juanacho-. Creí que los cachacos ya se los habían despachado.
…
domingo, 12 de septiembre de 2010
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11 comentarios:
Pah Fernando, me acordé de los degolladores en las revoluciones de estas tierras del S XIX y algunas ya entrado el XX. Vos sabés que la logística de aquellas guerras no permitía tomar prisioneros y había especialistas de facón afilado que resolvían el problema. Algunos muy orgullosos de su destreza y el prolijo cuidado de sus instrumentos.
Acá se hablaba mucho de uno, el Chino no sé cuánto.
Qué lo parió.
Uh qué linda película, Berlanga es uno de mis directores preferidos. Con ese humor negro, pero con una ternura, que no sé si es por Isbert, o qué, es mejor crítico que cualquier otro. Ese verdugo no puede ser más adorable.
Voy a ver si leo el cuento.
Buenísimo Fer!
Tengo un material (y precisamente me lo recordaste Vos, ahora y con tu artículo) divino sobre la pena de muerte en Argentina. Lo descubrí casualmente mirando viejas crónicas locales. Te garantizo que nos vamos a reír, es tragicómico! Cuando lo publique, enlazo este "Verdugos" tuyo!
Voy por el cuento (promete!)
Abrazo Amigo!
Santi:
Me hiciste acordar de un famoso degüello del siglo XIX: el del Chacho Peñaloza, a quien hizo matar a traición (en la cama) y degollar (se llevaron la cabeza) el bueno de Sarmiento y después intentó hacerlo pasar como una persecución y muerte en combate, al mejor estilo de los militares del proceso.
Decime por dónde anda el Chino ese, así me cambio de vereda... por las dudas.
cr:
Me agarró para el mismo lado el "tierno" de Isbert. ¡Grande Berlanga!
Un abrazo
Susana:
Cambiemos piropos. El tema de los verdugos me lo terminó de inspirar tu magnífico artículo sobre Magda Goebbels.
Todo porque a la Sra. Mengele la condenaron a muerte en Nuremberg y el comandante inglés de la guarnición, llamó a Albert Pierrepoint para que "hiciera el trabajo".
De modo que un asesinato lleva a otro y así "matamos el tiempo" (por ponerle un toque de humor negro).
Un abrazo
No hay caso Fernando. Tocás cada tema que no puedo menos que ponerme a investigar.
Leyendo sobre degüellos y "despenadores" en Argentina, Uruguay y Rio Grande, me enteré de cada cosa...
Los oficiales superiores de los ejércitos en la época de la revolución y después en las guerras de caudillos, tenían todos un precioso cuchillito que se llamaba así, "despenador". Algunos eran de plata, oro y marfil. De unos 25 cm de largo.
Se usaba sistemáticamente como forma de eutanasia con los heridos propios que no se podían trasladar y como forma de eliminar a los prisioneros enemigos.
Parece que acá tuvimos un degollador muy famoso, que era el Goyo Jeta, el general Gregorio Suárez, muy aficionado a cortar gargantas y el pueblo San Gregorio de Polanco, en Tacuarembó, se llama así por él.
Qué lo parió.
Hasta encontré un artículo de Florencio Sánchez denunciando a un caudillo degollador de Rio Grande del Sur.
Muy buen post con un tema para pensar hondo respecto de la pena de muerte. Conmovedor e impactante como el profesionalismo y serenidad de los verdugos. Me encantó visitarte. Un abrazo.
Fernando:
estuve buscando algo para decir sobre los verdugos, porque al contrario del Santi no quiero acordarme de ninguno.
Eso de los tormentos previos, aunque no fueran públicos,me recuerda que andan muchos verdugos sueltos .
Para decir algo gracioso, : leí en la Wiki que en una zona de Europa,le tocaba ser el verdugo al último vecino que se hubiera casado.
Qué sombra para los recién casados!!!
En tren de seguir Contratapas, más asiduamente, me acordé de un libro que no respetó ,creo, ninguno de los 10 mandamientos, especialmente el sexto y el noveno: el Decamerón.
Santi
Ya mismo te lo digo: degüellos y otras yerbas da para que nos deleites con una entrada en tu blog o acá si querés (ahora me acuerdo que ya me lo dijiste en ocasión de los dibujos de Arispe). De modo que esperaremos con paciencia a tus despenados y anexos.
Alma Mateos Taborda
Tenés razón, es más apropiado "serenidad" que piedad.
Me ablandó el verdugo que compuso el actor de Berlanga.
Marple:
Verdugo tiene varias acepciones, pero no por nada se impusieron las que significan crueldad y tormentos. Incluso en lunfardo se lo usa como verbo: verduguear (atormentar).
Como ves,como te digo una cosa te digo la otra...
Un abrazo
Me recordaste las "familias de verdugos" de la Francia Medieval... era un "oficio hereditario"...
andal13:
Estoy sorprendido por lo que el asunto ha evocado en cada uno de nosotros.
Y qué decir de los comentarios: ¡Matan mil!
...
(hoy me toca a mí hacer jí, jí)
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