domingo, 1 de enero de 2012

Las mil y una noches


Empecemos por no aceptar fanfarronadas. Con suerte fueron algo más de trescientas, lo que ya es bastante. No hay que exagerar en cuestión de números, de duración ni de tamaños porque después, a la hora de la verdad, se hace difícil sostener la cosa y se cae, inexorablemente, en la ficción.
Si aceptamos que el origen de toda la literatura pasa por Las mil y una noches y como, a su vez, la ficción es la base de la literatura, me parece que el quid de la cuestión consiste en sostener la afirmación durante el mayor tiempo posible, haciendo equilibrio entre la realidad y la fantasía.

Las lectoras saben (y los lectores también) que no todas las noches son apoteósicas. Hay algunas apenas discretas, otras para olvidar; también muchas nos dejan un sabor dulce y las hay que nos regalan un recuerdo placentero que persiste mucho tiempo.
A veces se tornan algo rutinarias pero, aunque parezcan historias repetidas son todas distintas, aun cuando creamos que ya hemos leído la misma obra, al pie de la letra.
Por lo demás resulta curioso -y es lo que las hace interesantes- que no siempre haya coincidencia en esas apreciaciones. Una vez llegado el final, lo que para algunas personas fue una epifanía para otras no tuvo el mismo matiz.
Ahí está el gran mérito de Scherezade y, por qué no decirlo, del Rey Shariar. Noche a noche han llegado hasta el amanecer cuando muchos de nosotros, por cansancio, dolor de cabeza o simple aburrimiento hubiéramos claudicado antes del final y estaríamos durmiendo a pata suelta.

Personalmente, una de las que recuerdo como deliciosa es la Fábula del asno, el buey y el labrador. Tiene dos o tres temas muy divertidos: los animales hablan entre ellos y el labrador los entiende. El burro aconseja al buey sobre cómo esquivar el trabajo pesado y como consecuencia tiene que realizar él el trabajo que antes hacía el otro. El labrador mantiene su habilidad en secreto pero su mujer, intrigada, lo pone al filo de la muerte al exigirle que se lo revele. De ese trance lo salva un gallo que le comenta a un perro “el poco talento de nuestro amo. Cincuenta esposas tengo yo y a todas sé manejarlas perfectamente, regañando a unas y contentando a otras. ¡En cambio, él tiene sólo una y no sabe como entenderse con ella! El medio es bien sencillo: tiene que cortar unas varas de morera, entrar en el camarín de su esposa y…”
La hago corta: la esposa retiró la petición y lo que pintaba para funeral se transformó en una fiesta.

A quienes piensen que tiene un tono machista les recuerdo que el propio padre de Scherezade se la contó para sacarle de la cabeza esa idea loca de ir a enfrentarse con el Rey Schariar y no logró su objetivo, porque la princesa era muy obstinada.
Hoy los recuerdos me han traído esa noche como una de las más hermosas y estará dando vueltas en mi cabeza hasta que otra la reemplace.
Pero la memoria es veleidosa y la que hoy nos parecía insuperable se esfumará sin darnos cuenta y aparecerá otra que nos deslumbrará con su simpatía y pasará a ser única y llenarnos de ilusión y esperanzas.
Es que las lectoras y los lectores somos así.



Desconozco al autor de la hermosa ilustración del encabezado.
La ilustración de abajo, tan sugerente, la tomé de la página de Leticia Rui Fernández.
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1 comentario:

Estela Getino dijo...

El libro lo leí hace muchos, muchos años, pero era una versión para niños, estas jugarretas de la literatura.
Como sí vi la película, la de Pasolini, sospecho algunas connotaciones, analogías, mmmmm.
Para sacarme la duda tendré que conseguirme una versión para gente de mi edad y leerla.
Debe ser un excelente libro, no me caben dudas. Sigo anotando libros en una lista, los cuales pienso leer antes de que pasen mil y una noches.
Abrazo, Pulpero.